Por Gabriel Fernández
Lionel Messi deja en el camino a Sergio Peña. El “10” otra
vez fue el mejor del equipo, pero no pudo hacer que la Selección gane.
Lionel Messi fue alabado por la multitud que copó el templo
xeneize y otra vez resultó el punto individual más alto de un equipo que no
consigue sacar provecho de su talento para ganar los partidos clave.
El no merece quedarse sin Mundial. Porque es el mejor
futbolista del planeta y porque cada vez que le toca saltar al escenario de
selección, hace todo para que el equipo gane.
Lionel Messi propone, asiste y genera hasta media
situaciones de gol. Es figura hasta cuando juega apenas para seis o siete
puntos o cuando se muestra parecido al resto como ocurrió en el primer tiempo
del partido de anoche en La Bombonera. ¿Qué le faltan los goles que hace en
Barcelona?
Es cierto, pero también lo es que hay cuestiones del juego,
como el entendimiento que es algo que se da con el día a día y los ensayos, de
equipo que no le sientan del todo bien. Así y todo, el “10” es la única razón
por la que todavía aspiramos a cerrar este camino eliminatorio, mal barajado
desde el punto de partida, con un triunfo en Quito y el pasaje a Rusia.
Alabado desde todos los rincones de la Bombonera, un templo
donde nunca había jugado de manera oficial, ovacionado cuando en la previa
saltó a la cancha para la entrada en calor y aplaudido cada vez que tenía
contacto con el balón durante los noventa minutos, el “Dios” Lionel fue el
actor principal de una noche que se cerró con clima de frustración.
De movida se recostó sobre la derecha, cerca de Angel Di
María, y una vez que fue receptor buscó filtrarse en diagonal al área peruana
que armó, con un primer tapón como Renato Tapia y dos centrales muy intensos,
toda una muralla defensiva para frenar su marcha.
Y dentro de este contexto, en el primer tiempo tuvo una
acción en la que recibió de frente al arco rival, cambió el ritmo con una
aceleración fantástica y cruzó un derechazo bajo que se encaprichó en perderse
pegado al palo derecho de Pedro Gallese tras rozar en un defensor.
Con bronca y enchufado. Así arrancó el segundo tiempo Lionel
Messi. Y antes del minuto de juego dibujó una apilada en velocidad que siguió
con un pase profundo para Darío Benedetto. El delantero de Boca, que también
mostró una versión mucho menos afinada que en sus tardes de Superliga, remató
al cuerpo del arquero y en la continuidad de la jugada, el “10” llegó a puntear
el rebote que dio contra el poste derecho.
En la continuidad del encuentro, con la tensión, los nervios
y la impaciencia que bajaba de las tribunas, el mejor futbolista de esta época
se mantuvo en su rol protagónico.
Y en el minuto quince fue gambeteando en paralelo a la línea
de fondo hasta que metió un centro bajo para Emiliano Rigoni quien, de manera
increíble, no llegó a meter su botín derecho para mandar el balón al fondo del
arco peruano.
Después tuvo dos tiros libres, esos que generalmente
terminan en grito de gol, de los cuales el primero se fue por un costado y el
segundo, con todos los habitantes del estadio conteniendo la respiración para
desahogarse en un grito de gol, estalló en la barrera.
Y así pasó otra función de selección para un Lionel Messi a
quien siempre, por ser el distinto y el dueño de la “10” en una sociedad
futbolera que solamente acepta el éxito y se alimenta de las comparaciones, se
le exigirá más que al resto.
Por algo la noche del miércoles se abrió y se cerró con ese
himno de tribuna que afirma que “de la mano, de Lio Messi, todos la vuelta
vamos a dar”.
Fuente Diario Popular
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