Por Ramiro Santinelli
Si estás esperando que esta columna sea un descargo contra
la ineficacia en el arco rival, una crítica a la ejecución de un penal en los
pies de un pibe de 18 años o un lamento por una mala decisión en la salida, te
ahorro tiempo: no lo es, no es lo que me importa decir. No siento que sea el
momento de crucificar personalidades ni de buscar culpables. Abrazo la nobleza
con la que se desempeñó Independiente, destaco el orgullo con el que jugó y
sostengo los valores que se instalaron, tanto anoche como durante todo este
ciclo.
Solo en un deporte tan increíble como el fútbol puede darse
lo que aconteció unas horas atrás. Independiente hizo todo para llevarse el
partido. Dominó continuamente durante 70 minutos al anteúltimo campeón, al
equipo que mejor trata a la pelota a mi criterio. Lo achicó. Los dirigidos por
Holan fueron al frente y, honestamente, jugaron el partido exactamente como uno
quería que lo jueguen. Superaron y se llevaron por delante a Lanús creando un
sin fin de chances de gol, pero solo una entró y desgraciadamente no fue
suficiente. Los tiros defectuosos, algo de mala fortuna y la inolvidable noche
de Andrada en el arco Granate fueron culpables de eso. El visitante tan solo
tuvo que aprovechar el error compartido entre Campaña y Domínguez para quitarle
el triunfo y la ilusión al dueño de casa.
Es doloroso el final del torneo. Si bien aún quedan
posibilidades de que el Rey de Copas diga “presente” en la próxima Copa
Libertadores, la sensación es que ayer era el día para liquidar el asunto, para
cumplir el objetivo; estaba todo dado. Esta versión de Independiente elevó la
ilusión de los hinchas al punto de que en enero era inimaginable la levantada
que se llevó a cabo durante este semestre. El sentido de pertenencia generado a
partir del saludo histórico, del juego, de los resultados, del Compromiso, la
Actitud y la Intensidad, hacen aún más lamentable el empate de anoche. La caída
es aún más dura.
A la hora de los reproches, considero que el eje central
debe estar en los puntos que se dejaron en el camino ante rivales ampliamente
inferiores. Perder con Boca campeón o igualar con Lanús o Estudiantes son
resultados dentro de lo lógico, de lo futbolísticamente posible, no son
sorpresas. Distinto es el caso de contrincantes como San Martín de San Juan,
Aldosivi, Atlético Rafaela u Olimpo, por ejemplo, y el Rojo perdió unidades en
todos esos choques. Si bien es cierto que no existen los partidos fáciles en el
fútbol argentino, eso no puede pasarle a un equipo con altas aspiraciones e
Independiente deberá aprender de los errores cometidos. Lo mismo digo acerca de
la baja cantidad de puntos conseguidos en Avellaneda. El equipo nunca se hizo
fuerte en el Libertadores de América. No lo hizo en la primera, ni tampoco en
la segunda mitad del campeonato.
A pesar de la tristeza del final, el público reconoció el
esfuerzo del equipo con un aplauso multitudinario. Y debo decir que coincidí,
me fui a mi casa con las palmas rojas. Sigo sintiéndome representado por este
equipo aún en la derrota. No se trata de conformismo o de mirar para otro lado
ante un nuevo objetivo que no se cumple, nada cambiará el malestar que tengo
hoy. Sino que tiene que ver con la valoración de lo trabajado, con la manera en
la que el Rojo cayó. Dejando todo y yendo al frente, así fue. Esa aprobación
debe ser entendida por los dirigentes como un simple mensaje: mantengan a este
Independiente y busquen potenciarlo con jerarquía. No vendan. El Rojo necesita
campeonar, necesita participar en la máxima competencia. Necesita contar con
los huevos de Tagliafico, la seguridad de Campaña, el equilibrio del doble
cinco, el despliegue de Bustos, la habilidad de Barco y los goles de Rigoni. Y
ellos precisan que lleguen refuerzos, no muchos -con unos pocos alcanza-, pero
de alto nivel. Independiente juega como debe, como quiero, y eso hay que
reconocérselo al entrenador y sus colaboradores. Señores dirigentes, cuiden el
gran trabajo de Ariel Holan, cuiden a sus intérpretes, que por este camino
llegarán grandes cosas.
Fuente de la Cuna al Infierno
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