Por Eduardo Verona
El Cholo Simeone relativiza el valor de un caño y de una
gambeta. La memoria del fútbol de todos los tiempos, sin embargo, lo
reivindica. Los grandes jugadores gambetearon y gambetean por habilidad o
velocidad. La lectura de que son loquitos a los que no les importa la
estrategia de un equipo y solo buscan su lucimiento son postales del prejuicio.
Hace unos años, más precisamente en octubre de 2006 cuando
por aquel entonces dirigía a aquel Estudiantes que terminó campeón del Apertura
después de derrotar 2-1 a Boca en una final recordadísima en el estadio de
Vélez, Diego Simeone, en el comedor de la concentración de City Bell nos dijo
con esa convicción que siempre se le reconoció: “Hay una gran confusión en el fútbol
argentino. ¿Saben cuál es? Creer que porque un jugador metió un caño o eludió a
dos rivales sobre un lateral, juega bien. Y la verdad es que no es así. Yo
interpreto que es mejor y más valioso un buen pase entre líneas que un caño. Un
caño es lindo y aquí en la Argentina se lo valora demasiado, pero se puede
quedar en eso. Y quizás le suma poco al equipo. El tema es que son cada vez
menos los que saben jugar bien al fútbol. Antes había más jugadores que
entendían lo que era jugar bien. No sé qué pasó, pero ocurre”.
Desde aquel lejano 2006 hasta el presente, Simeone hizo su
camino como entrenador. Un camino estupendo que encontró en Europa su versión
más plena y exitosa en el Atlético Madrid. Como personaje influyente que
celebra la cultura del pragmatismo, es muy probable que el Cholo exprese a
otras opiniones similares que no se animan a ponerle las mismas palabras a ese
pensamiento.
Por supuesto la gambeta que Simeone se encargó de
relativizar también puede tener o no el regalo lujoso de un caño. Como los que
tiran Ezequiel Barco en Independiente, Adrián Ricardo Centurión en Boca y
Gonzalo (Pity) Martínez en River, por citar tres ejemplos de la actualidad.
La pregunta que vale hacerse puede construirse de esta
manera: ¿la gambeta con o sin caño incluido es casi una pieza de museo
despojada de agresividad o es una formidable respuesta reivindicada por casi
todos los actores del fútbol, más allá de una de las excepciones que encarna
Simeone?
La sensación no puede ocultarse: aquel que gambetea aquí, en
Europa, Africa, Oceanía y Asia, desequilibra cualquier sistema. Lo rompe.
Destruye su orden. Su organización. Su estructura. Su funcionamiento defensivo.
Y provocará lo que suele provocar la irrupción de algo que la teoría no
controla.
No estará ausente aquel que interprete que imponer la
gambetea en cualquier sector de la cancha y en cualquier circunstancia de un
partido termina siendo un irresponsable táctico que pone en riesgo las
posibilidades de su propio equipo. Pero esta lectura sesgada y parcial de los
hechos no es otra cosa que abonar el perfil más egoísta y oscuro de los
gambeteadores, como si todos ellos integraran una troupe de loquitos sueltos
sin ninguna capacidad estratégica para afrontar un partido.
La sensación no puede ocultarse: aquel que gambetea aquí, en
Europa, Africa, Oceanía y Asia, desequilibra cualquier sistema.
Bastaría con emprender un largo viaje al pasado y evocar que
el gol más impresionante en la historia de todos los mundiales lo hizo un
jugador y un gambeteador descomunal como Diego Maradona cuando en el estadio
Azteca sacó a bailar a media selección inglesa en la gesta histórica de México
86.
Ese testimonio conmovedor de la gambeta interminable en el
escenario sin par de un Mundial siempre visitado por la memoria colectiva, no
significó que Diego se convirtiera únicamente en un solista extraordinario.
Cualquiera hincha anónimo o celebridad que frecuente el
fútbol no desconoce que Maradona siempre jugó en función de todas las
necesidades, los compromisos y las urgencias del equipo.
Es falsa y hasta podría catalogarse de prejuiciosa la
interpretación que señala que los protagonistas de la gambeta (como lo fueron
el Cabezón Sívori, Raúl Emilio Bernao, el Negro Oscar Ortiz, Angel Clemente
Rojas, Ricardo Bochini, Beto Alonso, René Houseman, el Burrito Ortega y Lionel
Messi, para citar otros casos notables) sean grandes individualistas al que
solo les importa su lucimiento.
En general y en particular, aquel jugador que tiene el don
de la gambeta entiende para qué gambetea y el contexto en que lo hace. Porque
después de la gambeta queda en primer plano el pase inminente con más o menos
ventaja a un compañero mejor ubicado.
El que sabe elegir y sumarle a la gambeta un buen pase o un
pase bien profundo es un jugador de elite. Los extraordinarios jugadores que
recuerda la historia del fútbol de todos los tiempos gambetearon por habilidad
o por potencia y velocidad. No hubo uno que no gambeteara.
El que sabe elegir y sumarle a la gambeta un buen pase o un
pase bien profundo es un jugador de elite.
Cada uno con su estilo. Pero siempre ganando el espacio
vital en el mano a mano. Barco, el lesionado Centurión y el Pity Martínez,
entre otros, no son iguales ni son tres fenómenos. De ninguna manera.
Pero expresan lo que el Flaco Menotti instaló hace muchos
años como la memoria genética del fútbol argentino: los viejos fantasmas de la
gambeta ofensiva con un caño de yapa. Representan a los que no tienen miedo de
perder la pelota. Porque si la pierden, no se desmoralizan. No cambian. Lo van
a seguir intentando. Hasta que aparezcan los duendes de antes reconvertidos en los
duendes de ahora.
Fuente Diario Popular
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