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lunes, 1 de mayo de 2017

La memoria de la gambeta - Por Eduardo Verona


Por Eduardo Verona


El Cholo Simeone relativiza el valor de un caño y de una gambeta. La memoria del fútbol de todos los tiempos, sin embargo, lo reivindica. Los grandes jugadores gambetearon y gambetean por habilidad o velocidad. La lectura de que son loquitos a los que no les importa la estrategia de un equipo y solo buscan su lucimiento son postales del prejuicio.

Hace unos años, más precisamente en octubre de 2006 cuando por aquel entonces dirigía a aquel Estudiantes que terminó campeón del Apertura después de derrotar 2-1 a Boca en una final recordadísima en el estadio de Vélez, Diego Simeone, en el comedor de la concentración de City Bell nos dijo con esa convicción que siempre se le reconoció: “Hay una gran confusión en el fútbol argentino. ¿Saben cuál es? Creer que porque un jugador metió un caño o eludió a dos rivales sobre un lateral, juega bien. Y la verdad es que no es así. Yo interpreto que es mejor y más valioso un buen pase entre líneas que un caño. Un caño es lindo y aquí en la Argentina se lo valora demasiado, pero se puede quedar en eso. Y quizás le suma poco al equipo. El tema es que son cada vez menos los que saben jugar bien al fútbol. Antes había más jugadores que entendían lo que era jugar bien. No sé qué pasó, pero ocurre”.


Desde aquel lejano 2006 hasta el presente, Simeone hizo su camino como entrenador. Un camino estupendo que encontró en Europa su versión más plena y exitosa en el Atlético Madrid. Como personaje influyente que celebra la cultura del pragmatismo, es muy probable que el Cholo exprese a otras opiniones similares que no se animan a ponerle las mismas palabras a ese pensamiento.

Por supuesto la gambeta que Simeone se encargó de relativizar también puede tener o no el regalo lujoso de un caño. Como los que tiran Ezequiel Barco en Independiente, Adrián Ricardo Centurión en Boca y Gonzalo (Pity) Martínez en River, por citar tres ejemplos de la actualidad.

La pregunta que vale hacerse puede construirse de esta manera: ¿la gambeta con o sin caño incluido es casi una pieza de museo despojada de agresividad o es una formidable respuesta reivindicada por casi todos los actores del fútbol, más allá de una de las excepciones que encarna Simeone?

La sensación no puede ocultarse: aquel que gambetea aquí, en Europa, Africa, Oceanía y Asia, desequilibra cualquier sistema. Lo rompe. Destruye su orden. Su organización. Su estructura. Su funcionamiento defensivo. Y provocará lo que suele provocar la irrupción de algo que la teoría no controla.

No estará ausente aquel que interprete que imponer la gambetea en cualquier sector de la cancha y en cualquier circunstancia de un partido termina siendo un irresponsable táctico que pone en riesgo las posibilidades de su propio equipo. Pero esta lectura sesgada y parcial de los hechos no es otra cosa que abonar el perfil más egoísta y oscuro de los gambeteadores, como si todos ellos integraran una troupe de loquitos sueltos sin ninguna capacidad estratégica para afrontar un partido.

La sensación no puede ocultarse: aquel que gambetea aquí, en Europa, Africa, Oceanía y Asia, desequilibra cualquier sistema.

Bastaría con emprender un largo viaje al pasado y evocar que el gol más impresionante en la historia de todos los mundiales lo hizo un jugador y un gambeteador descomunal como Diego Maradona cuando en el estadio Azteca sacó a bailar a media selección inglesa en la gesta histórica de México 86.

Ese testimonio conmovedor de la gambeta interminable en el escenario sin par de un Mundial siempre visitado por la memoria colectiva, no significó que Diego se convirtiera únicamente en un solista extraordinario.


Cualquiera hincha anónimo o celebridad que frecuente el fútbol no desconoce que Maradona siempre jugó en función de todas las necesidades, los compromisos y las urgencias del equipo.

Es falsa y hasta podría catalogarse de prejuiciosa la interpretación que señala que los protagonistas de la gambeta (como lo fueron el Cabezón Sívori, Raúl Emilio Bernao, el Negro Oscar Ortiz, Angel Clemente Rojas, Ricardo Bochini, Beto Alonso, René Houseman, el Burrito Ortega y Lionel Messi, para citar otros casos notables) sean grandes individualistas al que solo les importa su lucimiento.

En general y en particular, aquel jugador que tiene el don de la gambeta entiende para qué gambetea y el contexto en que lo hace. Porque después de la gambeta queda en primer plano el pase inminente con más o menos ventaja a un compañero mejor ubicado.

El que sabe elegir y sumarle a la gambeta un buen pase o un pase bien profundo es un jugador de elite. Los extraordinarios jugadores que recuerda la historia del fútbol de todos los tiempos gambetearon por habilidad o por potencia y velocidad. No hubo uno que no gambeteara.

El que sabe elegir y sumarle a la gambeta un buen pase o un pase bien profundo es un jugador de elite.

Cada uno con su estilo. Pero siempre ganando el espacio vital en el mano a mano. Barco, el lesionado Centurión y el Pity Martínez, entre otros, no son iguales ni son tres fenómenos. De ninguna manera.

Pero expresan lo que el Flaco Menotti instaló hace muchos años como la memoria genética del fútbol argentino: los viejos fantasmas de la gambeta ofensiva con un caño de yapa. Representan a los que no tienen miedo de perder la pelota. Porque si la pierden, no se desmoralizan. No cambian. Lo van a seguir intentando. Hasta que aparezcan los duendes de antes reconvertidos en los duendes de ahora.



Fuente Diario Popular

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