Por Eduardo Sacheri
Como soy un antiguo, por no decir un viejo perimido, por no
decir un mal llevado, voy a hacer mi solicitud de obsequios navideños a los
Reyes Magos, que hace más de dos milenios que vienen repartiendo regalos a los
niños de todo el orbe. Nada de pedirle gentilezas al gordo barbudo de traje
brillante que surca los cielos en un trineo tirado por renos. Por favor. Dónde
se ha visto semejante cosa. Además hay quienes dicen, con nutridos fundamentos,
que el fulano levanta pedidos para una conocida gaseosa de primera marca. De
manera que no. Nada de eso. Me quedo con los Reyes. Tres platitos con agua, sal
y un poco de pasto, para que tampoco se vayan con las manos vacías. Como para
sentir que el intercambio ha sido justo, de algún modo recíproco.
Pues bien, como no quiero abusar de la generosidad de los
citados monarcas orientales, voy a hacer lo posible por circunscribir mi
solicitud todo lo posible. Porque uno, puesto a pedir, pide. Y puede zafarse.
Así que mejor no. Disciplina, contención, sacrificio, mesura.
Un pedido. Un buen pedido. Pero uno solo. Y uno solo que sea
factible. Nada de andar pidiendo imposibles, que los pobres príncipes de las
arenas no puedan cumplir.
No voy a pedir un marcador de punta con llegada. No. Nada de
eso. Habrá que seguir rebuscándosela con esos muchachos que, en el mejor de los
casos, consiguen atropellar tres, cuatro, cinco veces la pelota hasta llegar
cerca de la línea de fondo rival, donde sucede a veces el milagro: se enfrentan
cara a cara con otro marcador de punta igual de limitado, y en ese revoleo de
piernas, de codos y de cabezas, en una de esas conseguimos un tiro de esquina a
favor. A veces pasa. Pocas, pero pasa. Que la mayoría de esos tiros de esquina,
después, no sirvan para nada, es otro tema. Les pido sean tan amables de no
venirme con objeciones, porque no quiero dilapidar mi espíritu navideño. Así
que no. No pidamos marcadores de punta, con la falta que nos hacen.
Tampoco pidamos que en nuestro equipo haya cinco jugadores
capaces de efectuar pases de diez metros con ambos pies. Ya sé. Ya sé que nos
vendría bárbaro. Ya sé que si contásemos con semejante filón, podríamos, alguna
vez, pasar de posiciones defensivas o posiciones ofensivas en menos de diez
minutos, que es lo que suele insumirle a un grupo de muchachos que manejan un
solo pie, el modesto milagro de abanicar la pelota de un costado al otro del
campo de juego, ya que como les queda la cancha al revés, el balón termina
siempre un metro atrás de donde debería llegar, por una simple cuestión de que
las piernas vienen de fábrica articuladas hacia un lado y no hacia otro. Pero
insisto: imaginar que tu camiseta puede ser vestida por un cúmulo de
maravillas, capaces de tocar de primera con ambas piernas sin tener que pedirle
al mundo que se acomode al revés, me suena a regalo excesivo que ni los Reyes
Magos te pueden ofrendar.
Por lo tanto, insisto: ni marcador de punta con desborde, ni
cuatro tipos que usen las dos piernas. Vade retro, Satanás.
Propongo que pidamos algo más modesto, pensando en el año
que comienza. Que solicitemos un “protagonista” del fútbol nacional que, puesto
en situación de declarar algo ante micrófonos televisivos, radiales o de prensa
gráfica, elija decir palabras coherentes. Atenti que no estoy pidiendo algo tan
grandilocuente como “palabras sabias”. No, señor. Me conformo con “coherentes”.
Tome nota el lector, si es tan amable.
Cuando digo “protagonista” pienso en jugadores, en
entrenadores, en dirigentes. Si es más de uno, mejor. Pero no quiero abusar,
porque sé que estoy pidiendo algo difícil.
Difícil de encontrar.
Ya sé que los jugadores hablan. Y que los directores
técnicos hablan. Y que los dirigentes hablan. Y vaya si hablan. Después de los
partidos, antes de los partidos, antes de los entrenamientos, después de los
entrenamientos, en los programas especializados, en los programas no
especializados… Ya sé que entregan, “los protagonistas” un montón de palabras.
Miles. Millones. Toneladas de palabras diarias, semanales y mensuales.
Lo que me atrevo a pedir (¡teléfono, Reyes Magos!) es que,
ya que van a hablar, alguno, alguna vez, diga algo coherente. Algo nacido del
sentido común, de la experiencia cotidiana, del simple hecho de vivir los días.
Que se saquen de encima ese mandato creciente, agobiante, de pasarse la vida
repitiendo las mismas sandeces que otros ya han dicho hasta el hartazgo.
Vayamos a algunos ejemplos concretos de lo que no quiero
escuchar más. Supongamos que nuestro equipo acaba de empatar 1 a 1 de chiripa,
porque nos cascotearon el rancho durante 95 minutos. Supongamos que el
periodista (otro gremio proclive a los lugares comunes, pero no quiero abrir
demasiado el abanico de mis odios, así que me callo ese tópico) le pregunta a
uno de tus jugadores si se va conforme con el resultado. Todos sabemos que el
susodicho va a responder: “No, a nosotros nos sirve ganar”. Y nosotros nos
sentiremos una caterva de idiotas. Porque si “a nosotros nos sirve ganar”, no
se entiende por qué no intentamos cruzar el mediocampo aunque fuera dos veces
en cada tiempo. Si “a nosotros nos sirve ganar”, nuestro arquero debería haber
demorado no más de diez minutos en cada saque de meta.
Bueno, lo que yo quiero pedirles a los Reyes Magos es un
jugador que, en lugar de responder esa estupidez, diga algo como: “Y, la
verdad, con el modo en que nos reventaron a pelotazos todo el partido, qué
querés que te diga, la sacamos baratísima”. En ese caso, sentiremos que no nos
están tomando por idiotas. Ya que nos quedaron los dedos blancos de colgarnos
del travesaño, que por lo menos “los protagonistas” se hagan cargo del hecho.
Si es lo que hiciste, contame lo que hiciste, flaco. No me inventes una
historia que no sucedió.
Ejemplo 2, en las antípodas. Tu equipo lleva cinco puntos de
ventaja faltando nueve en juego. El periodista le pregunta al “protagonista”:
¿Te imaginás campeón? Uh, ya me fastidio de imaginarlo. Porque el muchachito,
con tal de no pronunciar las sílabas prohibidas, CAM-PE-ÓN, dará cinco millones
de vueltas en una estúpida calesita semántica, y dirá cosas como “Este… bueno…
tenemos que ver. Hay muchos equipos importantes. El torneo argentino es muy
competitivo…”. Lo que les pido a los Reyes es que me envíen un fulano capaz de
responder la pura verdad, siendo en este caso la pura verdad: “Mirá, si no
salgo campeón, me siento en una sartén con aceite y enciendo la hornalla”. O
“No podemos ser tan imbéciles de perder el campeonato, porque lo tenemos
servido”. No debería ser tan difícil que un tipo evite las declaraciones políticamente
correctas –que son futbolística y humanamente insípidas y estúpidas–, y me
entregue a cambio la simple verdad de que sí, de que salvo que ocurra una
catástrofe planetaria, lo lógico es que ganen el campeonato. ¿O piensan que
Dios los va a castigar por utilizar la palabra “campeón”? ¿O se creen que por
evitar la palabra tabú la pelotita te va a resultar más obediente, el próximo
partido?
Ejemplo 3. A nuestros muchachos les toca jugar con el
antepenúltimo del torneo, de locales. No me digan, por Dios les pido, que “es
un rival difícil”. ¿Tanto miedo de ofender tenemos? ¿Ofender a quién? Díganme
que calculan que van a ganar, que salvo una catástrofe tendría que haber tres
goles de diferencia entre los dos, que si pierden contra el antepenúltimo en casa,
se agarrarán los dedos con la puerta de la bronca, nomás. Pero no me digan que
es un rival difícil. Para decirme eso, no me digan nada. Hagan un respetuoso
silencio, les pido por favor. A lo mejor a los Reyes Magos puedo pedirles eso.
No digo jugadores que declaren como personas normales. Pero puedo pedirles
jugadores mudos, aunque sea.
Pero no solo jugadores, ojo. Porque también tenemos el ancho
mundo de los entrenadores y los dirigentes, que tienen lo suyo y vaya si lo
tienen. Lo escribo y me represento al director técnico que, después de los
partidos, siente que no puede esbozar siquiera una mínima crítica en contra de
sus dirigidos. Si ganaron, sobre todo. A ver si hacen puchero, todavía. Si
ganaron jugando espantoso, dígannosló. No se llenen la boca diciendo lo
orgullosos que están del sacrificio de los jugadores, ni de que entendieron el
mensaje, ni de que en la semana se la pasaron hablando de cómo plantear el
partido de manera inteligente. Reconozcan, les pedimos, que a los cinco minutos
del primer tiempo se les habían quemado los papeles, que a los quince no sabían
ni dónde estaban parados, que el árbitro les dio una mano bárbara cuando no
echó al marcador central, ese que es más bruto que los hunos del amigo Atila, y
que, a Dios gracias, la única posibilidad que tuvo nuestro equipo, esa
verdadera manada de yeguas semisalvajes, fue capaz de embocarla. Que acepten
que no fue justo, ni de cerca, llevarse los tres puntos, pero que les importa
un cuerno la justicia porque tenemos menos oxígeno que el Riachuelo, y tres
puntos son tres puntos.
Y si de dirigentes hablamos, y el equipo viene de perder
cinco partidos al hilo, no nos salgan con la sandez de que “El cuerpo técnico
cuenta con todo nuestro apoyo”. Digan la verdad, la pura y simple verdad, reconozcan
que están esperando que el técnico se vaya para no tener que pagarle todo el
contrato, que se quieren morir por lo mal que resultó todo, que su única
esperanza es que empiecen a ganar porque la gente les va a prender fuego al
entrenador, a los jugadores y a ustedes, y que por eso no pegan un ojo en las
noches. Pero no me vengan con el apoyo, papi.
Releo lo escrito y me doy cuenta de que los Reyes Magos me
van a sacar carpiendo. Pero no me malentiendan. No pretendo jugadores, técnicos
y dirigentes que digan la verdad cuando declaran. Estamos hablando de decenas
de personas, y tanta sinceridad sería un milagro que ni pidiéndole ayuda a Papá
Noel podrían conseguirnos. Pero no sé, un jugador, un ayudante de campo, un
tesorero… Alguno capaz de decir algo coherente, alguna vez.
Yo entiendo que entre jugadores, técnicos, dirigentes,
necesiten cuidarse las espaldas y acariciarse los oídos diciéndose cosas
dulces, aunque el néctar que se prodigan unos a otros venga cargado de
mentiras. Pero deberían pensar de vez en cuando en nosotros, en los giles que
no vivimos del alambrado hacia acá, sino del alambrado hacia allá, y que
cargamos con la cruz dolorosa de querer a nuestros clubes, y con el inútil
currículum de entender de fútbol a pura fuerza de ver partidos.
Y bajo la cruda luz del conocimiento, frente a la embarazosa
evidencia de la realidad, lo único que nos queda por pedirles a los Reyes Magos
es, en una de esas, uno, uno solito de los “protagonistas” que, frente a la
victoria o la derrota, pueda decir, sencillamente, la verdad.
Nota publicada en la edición de enero de 2015 de El Gráfico
Fuente El Gráfico
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