"La gente es exitista", analiza el arquero de
Independiente; no se engaña y acepta las obligaciones: "Tenemos que pelear
este campeonato"
Por Damián Cáceres
El predio de Villa Dominico es un hormiguero de gente. No es
un día más en Independiente. Hay prueba de divisiones inferiores y se nota. A
un costado, varios grupitos de padres hablando, tomando mate. Son un manojo de
nervios. Unos metros más allá, chicos que sueñan con algún día vestir la
camiseta del Rojo en primera sudan bajo los rayos del sol. En el fondo, las dos
canchas auxiliares que utiliza el equipo de Mauricio Pellegrino ya están
vacías. Son las 11 y la práctica concluyó. A diferencia del martes, en la tarde
del miércoles toca descansar. En fila, uno a uno los jugadores se dirigen hacia
el comedor. Como siempre, el último en salir del vestuario es Diego Rodríguez.
El Ruso posa para LA NACION y luego pide un breve impase para almorzar. La
distancia con la oficina de prensa será de unos 150 metros, no más. En ese trayecto
y tras haber comido, el N°1 del Rojo se detiene para conversar con unos chicos.
No se distingue sobre qué hablan, pero en todo momento el Ruso sonríe.
"Ahora sí, ya estoy. Gracias por esperarme. Hablemos", dice y se
sienta en la silla principal de la sala de conferencias.
-¿Esto de hablar con los más chicos es muy frecuente?
-Sí. Y te diría que es necesario. Cada tanto paso y saludo a
los chicos por la pensión. Creo que es fundamental para ellos que sepan que de
ahí salimos jugadores como Fede [Mancuello], Martín Benítez y Yo. Ellos deben
ver que se puede. Lo único que separa a la pensión de acá son nada más que 200
metros. Esa relación hay que mantenerla lo más cercana posible. Incluso, para
uno mismo.
-Fabián Assmann, Adrián Gabbarini, vos y la lista se haría
muy extensa. ¿Cuánto tiene que ver Pepé Santoro?
-Muchísimo. Es el padre postizo de todos los arqueros de
acá. Con dos palabras sabe cómo tocarte. Nos conoce muy bien. Por ejemplo,
cuando Troglio me sube a primera, en la semana había jugado en quinta y lo
había hecho muy bien, pero en una jugada me resbalé y me hicieron un gol.
Ganamos 2-1, pero al llegar al vestuario de primera me felicitan todos, incluso
Pedro, y Pepé apenas me dio la mano y me aconsejó que me comprara botines con
tapones altos porque no me podía resbalar.
-De aquella resbalada en quinta división a este 2016 pasó
mucho tiempo. ¿Qué fue lo que más te marcó como jugador profesional: el penal
errado ante Santa Fe, de Bogotá, por la Sudamericana o el descenso?
-Creo que lo del penal. No la situación de haber errado un
penal, sino que me sorprendió, no sólo a mí sino a muchos de mis compañeros, el
recibimiento en la llegada a Mar del Plata para jugar contra Aldosivi. Nos
chocó mucho porque fue muy negativo. Eso me impactó. Al siguiente partido, con
Vélez, era de esperar por lo vivido anteriormente, pero esa semana la pasé mal
porque no lo esperaba. Sabía que me había equivocado, que había errado un
penal, pero después no creo que haya sido para tanto.
-Tu papá fue tu primer entrenador, ¿aprendiste algo de él?
-Era muy chico, tenía 5 o 6 años y todo era muy lúdico. Iba
para jugar. Él fue quien me preguntó si me animaba a atajar porque jugaba con
chicos más grandes y el lugar donde más chances tenía era en el arco. Había una
gran diferencia física. Encima, a mí, de chiquito no me gustaba perder a nada.
-¿Y ahora?
-Menos. De chiquito era muy competitivo en todo.
-¿Tanto sufrías la derrota?
-Me daba mucha bronca perder. En este pretemporada estuvimos
entrenando en River, de Mar del Plata, y recordé que la única vez que jugué ahí
perdí una final. Me quedó el recuerdo grabado. Y me acordé que ahí pateé mis
primeros penales. Si mal no recuerdo fue en 2002, en pre novena, con 12 años.
El recuerdo que me quedó no fue el penal convertido sino la final perdida.
-¿Y ahora cómo manejás la frustración de la derrota en un
ambiente tan fatalista?
-Es un todo. Salís a la calle y entendés todo. Estás
manejando, se pone la luz amarilla y no arrancaste y te comiste cuatro
bocinazos. Quizás la gente, en sí, es extremista. Y acá, en un país con tanta
pasión, se vuelca todo en el fútbol. Mucha gente va a la cancha esperando que
el equipo le de una alegría y le solucione la semana. La realidad es que el lunes,
la gente tiene que ir a trabajar por más que el equipo gane o pierda. Tenemos
que aprender que lo más importante, más allá de los resultados, es el camino. Y
no busco minimizar la derrota porque no es posible. Todos queremos ganar, pero
de 20 equipos gana uno solo.
-Hablás de 20 equipos y ahora son más y en un torneo muy
comprimido. Con los equipos grandes en torneos internacionales, ¿tienen la
obligación de ganarlo?
-No hablo de obligaciones, sino del compromiso de
intentarlo. La vara la pusimos alta nosotros mismos con un gran segundo
semestre, pero nos quedamos en la puerta de los objetivos, que eran entrar en
las copas y pelear el campeonato. Estuvimos hasta el final. Como terminamos y
con los refuerzos que llegaron es obvio que Independiente tiene que pelear este
campeonato.
"Chiquito Romero me encanta"
El Ruso Rodríguez afirma que el aprendizaje de un arquero no
termina nunca y ese es su horizonte para minimizar los errores y potenciar las
cualidades. "Se aprende mucho mirando. Cuando era chico, me ponía detrás
del alambrado a mirar cómo pateaban [Oscar] Ustari y el Mono [Navarro Montoya]
y no podía creer la precisión, pero sobre todo la facilidad con la que lo
hacían. Entonces, después me ponía con alguien de la pensión para tratar de
imitar esos gestos", cuenta el arquero.
-Cuando eras chico admirabas a Franco Costanzo, ¿ahora
quiénes son una referencia?
-Del fútbol argentino, Barovero está en un nivel muy bueno,
que lo viene manteniendo desde hace muchos años. Incluso, antes de River,
cuando estaba en Vélez. Por estilo, me gustan Claudio Bravo y Ter Stegen. Son
arqueros a los que les gusta jugar con los pies y arriesgar.
-¿Y de la selección?
-Chiquito Romero me encanta. Su
situación lo eleva aún más porque juega poco y nada en su club y cada vez que
va a la selección rinde.
-Es un caso muy singular, porque para tener nivel el arquero
debe tener competencia permanente...
-No sé si es raro, pero es algo para admirar. Juega una vez
por mes con la selección y lo hace con la soltura y el timing que te dan atajar
todos los días.
El fútbol, entre triples y el handball
"Vos tenés que jugar al básquet. Con el físico que
tenés andarías muy bien", le decía a principios de 2000 Oscar Sánchez, el
entrenador de básquetbol que mucho tuvo que ver con la gestación y formación de
lo que luego fue la Generación Dorada de Manu Ginóbili, Luis Scola y compañía.
"Soy amigo de uno de los hijos del Huevo y me quería llevar a jugar al
básquetbol, pero yo resistía alternado entre el fútbol y el handball. Jugaba en
la liga marplatense. El sábado al handball y el domingo al fútbol, o viceversa.
Dejé cuando me vine para Independiente, en octava", cuenta Diego
Rodríguez. "Con el tiempo me hice amigo de Facu Campazzo y de Selem Safar,
cuando estaba en Peñarol. Miro mucho básquetbol, pero a jugarlo no me
animé", cuenta el Ruso.
Fuente Cancha Llena
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.