Por Nahuel Lanzillotta
Eduardo Domínguez intenta construir sobre un terreno
infertil, pero sus errores y los de sus dirigidos tanto en defensa como en
ataque colaboraron con una involución que dejó al equipo desfigurado.
El rival siempre juega, claro. Pero si hay un responsable de
la goleada 3-0 que Rosario Central le propinó exageradamente a Independiente en
el Gigante de Arroyito es el propio equipo de Avellaneda. Eduardo Domínguez
diseñó un planteo que se le volvió un boomerang incontrolable con el correr de los
minutos. Y las deficiencias del Rojo tanto en ataque como en defensa
permitieron que, lejos de seguir poniendo ladrillos para construirse como
equipo, Independiente se autodestruyera un poco más.
Domínguez tiene crédito. Es el menos culpable entre los culpables
de esta actualidad que hace tiempo vive envuelta en crisis. Pero tiene culpa.
En la tarde del sábado se equivocó, aunque sus dirigidos hicieron todo lo
posible para empeorar las cosas.
El DT volvió a usar un esquema que ya había fracasado. La
línea de cinco defensores no había funcionado ante Central Córdoba y apenas
había durado 45 minutos. La idea en Rosario fue utilizar el ancho del campo y
elegir los carriles como vía de acceso rápido hacia el campo de enfrente. Sin
embargo, justamente terminó sufriendo por esos sectores el Diablo.
Los tres goles del cuadro local vinieron por envíos desde
los costados. Las espaldas de Damián Batallini y de Thomas Ortega invitaron a
los rosarinos a ocupar esos espacios y sacarle el mayor jugo. El gol tempranero
al minutos de juego atentó claramente contra la planificación de Domínguez.
Así y todo, Independiente trató de no apartarse de su
libreto. Y atacó por afuera. De hecho, las jugadas de riesgo que tuvo fueron
producto de ello: desbordó Batallini y también Ortega y los volantes que
pisaron el área, Alan Soñora primero y Carlos Benavídez después, no tuvieron
puntería.
La primera falla de este Independiente es la falta de
contundencia. No mete lo poco que genera y en el fútbol eso se termina pagando
demasiado caro. Todo empeora cuando el boomerang vuelve por el mismo lado.
Central pegó duro por las bandas con un Marcelo Benítez endemoniado que fue
imparable tanto por la derecha como por la izquierda. Los centros atrás
encontraron futbolistas libres para rematar de frente al arco y en dos minutos
todo quedó liquidado.
Domínguez ya había echado mano de manera extraña: hizo
cuatro cambios de golpe. Desfiguró la idea original y puso a hombres de ataque.
Eso, lógicamente, generó huecos indisimulables en el fondo, que el dueño de
casa aprovechó.
Independiente se ahogó en sus deficiencias. No amortizó el
dominio de la pelota cuando la tuvo y se dejó derrumbar con la misma receta con
la que había pisado suelo santafesino. La expulsión de Juan Insaurralde por
insultar al árbitro es el resumen de la impotencia y el desorden general.
Domínguez intenta construir sobre un terreno infertil
producto de varios años de malas cosechas por los problemas institucionales.
Pero sus errores y los de sus dirigidos, este fin de semana, solo colaboraron
con una autodestrucción que va dejando a Independiente cada vez más partido.
Fuente Infierno Rojo
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