Francisco Pancho Sa con los premios que logró en su carrera
Por Eduardo Bolaños
Ganó seis veces la Copa Libertadores de América entre
Independiente y Boca, y es el futbolista que más veces alzó el codiciado trofeo
En el mazo de cartas de la vida, eligió las de la humildad,
el perfil bajo y la bonhomía. En el del fútbol, le tocó uno de los naipes más
añorados: el rey de copas. Francisco Pedro Manuel Sa, Pancho para el mundo de
la número 5, ostenta un record formidable. Ganó seis veces la Copa Libertadores
de América y es el futbolista que más veces alzó el codiciado trofeo.
El romance comenzó tras un paso discontinuo y poco
recordado, cuando vistió la camiseta de River entre 1970 y 1971, donde apenas
disputó dos partidos. Estaba a préstamo de Huracán de Corrientes y el club no
lo renovó. Cuando las ilusiones comenzaban a deshacerse, apareció el polaco
Cap, técnico de Independiente, insistiendo a los dirigentes para su
contratación. Llegó y fue campeón del Metropolitano 1971, que le abrió las
puertas a los rojos para retornar a la Copa Libertadores.
La casa de Pancho, allá por Monroe, a mitad de camino entre
Libertador y la vía. La misma que compró cuando los éxitos de Boca. Ahí nos
recibe con su sonrisa eterna, su don de buena gente y sus ganas de contar:
“Siempre fui hincha de Independiente. Y en la década del ’60, cuando comenzaron
los éxitos internacionales del club, en mi pueblo veía como los jugadores
levantaban sus brazos en ese rito eterno y yo hacía lo mismo. No podía imaginar
que poco tiempo después iba a ser protagonista”.
La medalla por ser campeón de la Libertadores de 1977
La fantástica historia del sueño del pibe, que en la mayoría
de los casos naufraga en el mar de la quimera, en el caso de pancho se hizo
realidad. Su vinculación con la Copa no se inició de la mejor manera: “En 1970
estaba en River y fui el único del plantel que quedó fuera de la lista de buena
fe y eso me marcó. Jamás pensé en que podía ganar una y terminé siendo seis
veces campeón con equipos que parecían invencibles.”.
La armonía entre gestos y palabras. Siempre en el sendero de
la calma y la sensatez, que no se han extraviado con el devenir de los años. El
romance con la Libertadores tuvo su punto de partida en 1972 y se extendió
hasta 1979. En ese lapso hubo 8 ediciones, de las cuales disputó 7 (la
excepción fue 1976), llegando en todas a la final y ganando 6 de ellas. La
rebelde que se le escapó fue la última, ya jugando en Boca, en 1979 ante
Olimpia de Paraguay.
“De las cuatro que gané con Independiente, la única en que
disputamos el cotejo decisivo como local fue en la primera contra Universitario
de Lima, que era un gran equipo. Nosotros teníamos la sensación que éramos
invencibles, porque éramos duros, coperos, con la mística creada en la década
del ’60. Antes de pisar el césped esa noche en Avellaneda, pensaba que de
ninguna manera se nos podía escapar. Y así fue, coronado con un festejo
inolvidable”.
Ese primer éxito internacional le posibilitó enfrentar, por
la Copa Intercontinental, al que era considerado el mejor equipo del mundo: El
Ajax de Cruyff. “Era un cuadro fantástico, con futbolistas de altísimo nivel.
Vimos un par de videos antes de la final y la verdad es que metían miedo
(risas). Cruyff era un fuera de serie, porque además de su inmensa habilidad,
tenía una velocidad descomunal, con marcas a la altura de los mejores atletas.
En la ida en Buenos Aires jugó poquito porque le dieron un murrazo tremendo
(risas), pero igual hizo un gol. Y yo tuve la suerte de marcar el empate con un
tiro de afuera del área. En Ámsterdam perdimos bien, pero hay que decir que no
nos agarraron en nuestro mejor momento. Por ejemplo, para uno de nuestros
líderes, el Pato Pastoriza, esa era su despedida, porque había sido vendido a
Mónaco y las dos noches anteriores no durmió, porque le costaba mucho irse del
país”.
La derrota 3-0 fue dura, pero ingresaba dentro de los
cálculos. Casi 50 años después, aquel Ajax sigue siendo un faro y una
referencia en el mundo del fútbol. No hay antología que no lo mencione. Y si
alguna lo omite, debemos dudar de ella. Independiente volvió a enfocarse para
la Libertadores ’73, donde superó a Colo Colo: “La revancha en Santiago fue muy
difícil por el clima social en las calles, donde la gente hacía colas para
comprar alimentos por el desabastecimiento como previa del derrocamiento de
Allende. El estadio era una caldera, pero teníamos chapa de campeones. Salimos
0-0 y levantamos la copa unos días más tarde en el desempate en Montevideo,
donde Bochini hizo su debut en la Libertadores”.
"En Ámsterdam perdimos bien, pero hay que decir que no
nos agarraron en nuestro mejor momento", dijo sobre la final con el Ajax
Todas las crónicas subrayan que el choque en Santiago fue
tremendo. Pancho lo grafica con otra anécdota: “Años más tarde me encontré con
el brasileño Romualdo Arpi Filho, el árbitro de ese día. Entre otras cosas le
pregunté cual había sido el partido más difícil de su vida y sin dudar me dijo.
Colo Colo vs Independiente en Chile. ¡Y eso que dirigió la final de la Copa del
Mundo del ’86!”
El camino alfombrado de gloria todavía tenía dos paradas más
para la leyenda de Pancho en los rojos: “Con Sao Paulo en el ’74 fue muy parejo
y se definió en el desempate por el penal que metió el Chivo Pavoni y el que
atajó Carlitos Gay. La del ’75 no fue la más difícil, porque dominamos siempre
a Unión Española. Fue más complicado el último partido de la zona semifinal
contra Cruzeiro, donde teníamos que ganar si o si por tres goles de diferencia.
Pero había algo clave, para el equipo, pero sobre todo para la defensa que
integraba con Commisso, el Zurdo López y el Chivo Pavoni, que era la mentalidad
y la mística, que nos hacía sentir imbatibles”.
El fútbol lejos está de ser una regla matemática o de seguir
los parámetros de la lógica. Y Pancho fue un ejemplo de eso, cuando a fines de
1975, tras un lustro reluciente en títulos, se enteró que quedaba en libertad
de acción: “Fue una tristeza muy grande. Como hincha de Independiente y campeón
de todo, creí haber hecho méritos para que hubiese una renovación”.
El ámbito confortable de su hogar, rodeado de una placentera
atmósfera de fútbol, alimentada por recuerdos y coronada por los varios trofeos
y cuadros con tapas de revistas que refrendan una trayectoria ejemplar. La
mente viaja a enero de 1976: “Estábamos comiendo un asado en lo del Chivo
Pavoni a modo de despedida, porque ya había firmado un contrato con
Independiente Medellín. En un momento sonó el teléfono y era para mí, de parte
de una persona cercana a Juan Carlos Lorenzo, que recién había asumido en Boca.
Me pidió mi número, diciéndome que me iba a llamar a mi casa por la noche. Y
así fue (imita el particular tono de voz del Toto): Escúcheme Sa, vaya mañana a
las 9 y hable con el presidente, Don Alberto J. Armando. Ya está todo
arreglado. Chau”. La propuesta era mucho menor que la oferta colombiana en
dólares, pero jugar en Boca lo sedujo y decidió cambiar de opinión. No tuvo
problemas en deshacer el vínculo con el cuadro de Medellín. Nunca podía soñar
que esa modificación del destino, le depararía más éxitos.
"Cuando llegué había más de 100 personas
esperándome", recordó sobre su arribo a Boca
Sin firmar contrato, partió rumbo a Necochea para sumarse a
la pretemporada. Allí recibió el primer impacto del mundo Boca: “Cuando llegué
había más de 100 personas esperándome. Nunca me había pasado, porque en
Independiente era algo más familiar. Con respecto al fútbol, tuve problemas en
el arranque, por una lesión en la planta del pie en el segundo partido del
torneo contra Huracán. No me podía recuperar bien y Lorenzo no me tenía en
cuenta y me cortó el rostro (risas) porque pensó que yo había llegado
lesionado. Hasta que en el último partido de la fase de grupos, como ya
estábamos clasificados a la rueda final, puso algunos suplentes contra
Independiente. En mi opinión no tuve una labor tan destacada, pero
evidentemente para Lorenzo sí, porque no me sacó más. En esa fase decisiva
fuimos una tromba. Ganamos casi todos los partidos y salimos campeones del
Metro ’76. Mi primer título con Boca”.
La onda expansiva de vueltas olímpicas que siempre parecían
acompañarlo hizo escala en el universo xeneize. Y en diciembre de ese año,
llegó el bi campeonato, venciendo a River en una final inolvidable en cancha de
Racing: “Esa noche Gatti tuvo dos tapadas fenomenales. Fue el mejor arquero de
todos los que tuve como compañeros. Siempre atento, ágil de físico y de mente.
Muy seguro y completo”.
Y otra vez la Copa Libertadores en la vida de Sa. Esa vieja
compañera de aventuras, golpeando nuevamente sus puertas. La definición del ’77
con Cruzeiro, con gusto agridulce: “En la primera final me desgarré por primera
y única vez en mi carrera, faltando dos minutos. Por eso me perdí la revancha y
el desempate, pero estuve junto a los muchachos y di la vuelta olímpica en el
Centenario en andas de los compañeros”.
Parecía de cuento. La cuenta de Pancho ya sumaba cinco
Libertadores, igualando la marca de su amigo el Chivo Pavoni. La edición 1978
le iba a dar la exclusividad del récord absoluto: “El grupo semifinal con Atlético
Mineiro y River fue tremendo, pero nosotros teníamos un convencimiento total.
En el Monumental jugamos un partido fenomenal, donde ganamos 2-0 y fuimos muy
superiores. La misma sensación de Independiente la tenía en Boca: pensaba que
no nos podía ganar nadie. Y así se dio la final con Deportivo Cali. 0-0 y
complicado allá, pero un 4-0 rotundo en la Bombonera”.
Con seis copas en las dulcemente pesadas alforjas de su
seguridad defensiva, estuvo a punto de sumar una más: “No pude estar en la
primera final del ’79 con Olimpia, porque me había expulsado en el durísimo
desempate con Independiente de la semi. Me echaron mal. Solo tuve dos tarjetas
rojas en mis 15 años de profesional. Habíamos perdido 2-0 en Asunción y no lo
pudimos dar vuelta en la Bombonera”.
Su superpoblada vitrina también contiene otras copas, como
la Interamericana y la Intercontinental: “En 1973 la ganamos a partido único
contra la Juventus en Italia, con un golazo del Bocha. Y en 1978, fui campeón
con Boca contra el Borussia Monchegladbach. Jugué la ida acá, pero no la
revancha en Alemania, porque Lorenzo decidió armar un equipo con gente más
rápida. Y como siempre tuvo razón”.
A lo largo de sus exitosos 15 años de carrera tuvo
excelentes compañeros. Pero hay dos que sobresalen en forma excluyente: Ricardo
Bochini y Diego Maradona. “El Bocha era desequilibrante, con pase, gambeta y
claridad. Con Diego jugué poco, porque era mi etapa final en Boca, pero era
descomunal e incomparable. Creo que su paso por Boca fue de sus mejores momentos”.
Apenas una mácula en su trayectoria, donde no fue
responsable. A fines de 1980, su control antidoping dio positivo, pero por un
descongestivo que había pedido Gatti, que no entraba en el control: “El
kinesiólogo de Boca sirvió dos vasos iguales, uno para Hugo y otro para mí, que
había solicitado una aspirina con limón y azúcar. El Loco se equivocó de vaso y
ahí estuvo el tema. Él nunca salió a reconocerlo, cosa me enojó y enemistó
mucho tiempo con él, pero luego volvimos a ser amigos como siempre. Recibí tres
meses de suspensión, pero no fue culpa de nadie”.
En 1973 llegó a la selección argentina
La amada camiseta celeste y blanca de la Selección también
lo tuvo como protagonista. Eran años turbulentos para el equipo nacional.
Debutó en 1973, en una goleada ante Bolivia 4-0 y consiguió luego la
clasificación para el Mundial de Alemania, donde fue parte de un excelso
plantel, preso de una enorme desorganización. “Sívori fue el DT que consiguió
el objetivo y por eso fue una injusticia dejarlo ir. No por el polaco Cap, que
ocupó su lugar, que para mí era un fenómeno. En Independiente jugué en los
cuatro puestos de la defensa porque él me lo pedía. Incluso en el campeonato
del mundo actué en cinco partidos, todos como lateral izquierdo, que no era mi
posición habitual. Lo más doloroso fue comparar la diferencia con Holanda, que
era un equipo brillante. No pudimos pasar casi nunca la mitad de la cancha. No
te bailaban, pero te presionaban y te ahogaban tanto que no podías hacer nada”.
Tras el retiro llegó la hora de la dirección técnica en
varios equipos, incluso un interinato en Boca en 1996 tras la ida de Carlos
Bilardo, donde le dio confianza y titularidad a un joven que ya había tenido en
inferiores y prometía mucho: Juan Román Riquelme. “Era un monstruo. En 1995 fui
entrenador de Argentinos Juniors y ya todos hablaban maravillas de él. Luego
llegó a Boca y lo dirigí en reserva hasta que Bilardo lo hizo debutar en
primera”. La actualidad lo encuentra trabajando en las divisiones inferiores de
Independiente, observando jugadores en el interior del país para nutrir al
semillero rojo.
“Independiente fue mi vidriera. Boca quien me permitió
plasmar todos los sueños. A los dos les debo mucho. Riquelme siempre dice que
ganar una Libertadores es como ganar diez campeonatos. Entonces yo tengo como
60”. Y allí nos regala la última sonrisa de una amable tarde, donde seguimos
admirando los trofeos que nos acompañaron como mudos testigos de una gloria
inextinguible. La de Francisco Sa, que más allá de todos los galardones, sigue
caminando por la vida con el mejor de ellos: el de una buena persona.
Fuente Infobae
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