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lunes, 18 de noviembre de 2019

Las vivencias de Carlos Gay - Video


Carlos Gay, el arquero que dejó grabado a fuego su nombre en la historia de Independiente (Foto: Maximiliano Luna)

Por Eduardo Bolaños

Las vivencias de Carlos Gay, el hombre que sacó campeón a Independiente en la Libertadores del 74, salvó a Bochini de una depresión y tuvo revancha con Maradona
El arquero atajó un penal clave contra San Pablo en la final de la Copa y grabó a fuego su nombre en la historia del Rojo. “Me levanté con la pelota entre las manos como un trofeo”, rememora

Pasan los años, pero la estampa se mantiene. Uno puede ir desentendido por la calle, pero al verlo, notará por su físico que ese hombre canoso y corpulento, perteneció a la raza inconfundible de los arqueros. A la hora del dialogo, sus modos extrovertidos y divertidos, harán de la entrevista con Carlos Gay un grato momento de anécdotas y vivencias. Perteneciente al selecto grupo de futbolistas que jugaron en cuatro de los cinco grandes (solo le faltó Boca) grabó a fuego su nombre y apellido en la historia de Independiente, por atajar un penal que sirvió para que el Rey disfrutara de otra Copa.

“Para la final con San Pablo de la Copa Libertadores 1974, éramos cuatro o cinco pibes que habíamos surgido de las inferiores y que sentíamos la responsabilidad de estar allí, compartiendo el plantel con los más grandes, que venían de ganar las dos ediciones anteriores. Había que mantener el alto la fama del club de ser el Rey de Copas. Estaba entre esos chicos junto a Rubén Galván, Saggioratto, Ruíz Moreno, Bochini y Bertoni”.

“La primera final fue en Brasil y lo perdimos 2-1 contra un gran equipo, con excelentes jugadores. La revancha fue en Avellaneda y ganamos 2-0 con cierta claridad. El reglamento establecía un tercer partido y fuimos a Santiago de Chile. Cuando llegamos al hotel, nos encerramos en una pieza junto al cuerpo técnico. Estábamos todos, los de experiencia y los pibes. Los grandes hablaron claro: Ésta es la imagen de Independiente, debemos seguir siendo el Rey de Copas. El entrenador era Pipo Ferreiro, que había ayudado mucho a unir al grupo”, recuerda en un mano a mano con Infobae.

“Llegó la hora del partido y hacía un frío de locos (risas). Además, llovía sin parar, hecho que hacía al estado del campo de juego muy difícil para los arqueros. Los guantes que teníamos eran completamente distintos a los de ahora, con menos agarre, al punto que algunos preferían atajar directamente con sus manos libres. También se complicaba por la pelota, la vieja Pintier de cuero, que en días así, con el barro y la lluvia, pesaba como 90 kilos (risas). Se ponía jabonosa. Entonces decidí pedirle al utilero una toalla, para poder secar los guantes y tener mayor seguridad. Eso es algo común ahora en los arqueros, pero no hace 45 años”, dice.


“El partido decisivo empezó muy trabado. Teníamos claro que no podíamos descuidarnos, porque ellos tenían grandes futbolistas como Ze Carlos y los uruguayos Pedro Virgilio Rocha y Pablo Forlán. Eran durísimos y nos empezaron a llenar de centros desde los dos costados, pero contábamos con una gran defensa, integrada por Commisso, Sa, el Zurdo López y el Chivo Pavoni. Esa noche el Zurdo fue una cosa de locos, sacó de cabeza todas las que cayeron en el área. Sobre el final del primer tiempo llegó el penal para nosotros, con la garantía que era el Chivo a la hora de rematar, porque te apuntaba acá (señalándose con el índice el medio de la frente). Nos pusimos 1-0 y antes de comenzar la segunda etapa, el Zurdo López los agarró a Bochini y Bertoni y les dijo: “Ustedes dos se paran en la mitad de la cancha. Los otros nueve no la vamos a pasar. La pelota va a ir siempre al Bocha y vos Daniel tenés que correr contra los defensores”", relata como si estuviese viviendo ese momento.

A los 72 minutos llegó uno de los momentos más trascendentes de su carrera, cuando el árbitro peruano César Orosco marcó un penal para San Pablo, tras una jugada fortuita, donde el balón le pegó en el brazo a Semenewicz: “Lo primero que hice fue secarme bien los guantes y esperar a alguno de los dos uruguayos que eran los habituales encargados. Efectivamente, Pedro Rocha agarró la pelota y se fue directo al punto penal, pero en un momento, Ze Carlos se la sacó y la puso él, que era el que iba a rematar. Nunca levantó la cabeza, jamás me miró y eso me dio más confianza todavía. Tenía toda la fe del mundo y pensaba en mis viejos y en la gente de Independiente. Decidí tirarme a la derecha y allí fue la pelota, a media altura, que es la ideal para los arqueros. Tapé el remate, me caí y la pelota se me fue por el costado y quedó dando vueltas detrás de mí. Me tiré con todo, lo más rápido que pude y la atenacé con fuerza. Un momento increíble, soñado. Me levanté con la pelota entre las manos como un trofeo y vino Commisso, el lateral derecho y comenzó a pegarle con sus manos mientras me gritaba: “Sos un fenómeno”. Lo corrí de ahí diciéndole: “Pero sos loco. Nos van a cobrar penal de nuevo (risas)”. Logramos aguantar hasta el final y conseguimos otra Copa Libertadores, la quinta en la historia del club”.


El resumen de la final entre Independiente y San Pablo en 1974
“El vestuario era de una gran alegría y al llegar me encontré con José María Muñoz que me estaba esperando para conectarme vía Radio Rivadavia, con Pepé Santoro que estaba en España. Fue una emoción enorme escuchar las palabras de mi maestro diciéndome que me lo merecía y que era un mérito mío ese penal. Luego de eso me di el gran gusto de levantar la Copa Libertadores rodeado de todos los muchachos”.

“En 1973 había sido parte del plantel que viajó a Roma para la final Intercontinental contra Juventus. Hacía un frío tan impresionante que los suplentes nos tapábamos con frazadas en el banco. Al comenzar el segundo tiempo les dieron un penal dudoso y lo mandaron por arriba del travesaño. Después vino la pared inolvidable entre Bertoni y Bochini y el Bocha hizo un golazo para ganar otra copa. El festejo fue medido, como era en esos tiempos. Afuera nevaba con todo y por eso nos juntamos en una pieza del hotel, tomamos unas cervezas, nos fuimos dormir y al día siguiente, tempranito, el vuelo para Buenos Aires. Llegamos y le ganamos el clásico a Racing por el Nacional”.

Carlos Gay en el arco del campeón de 1974, a su lado el Chivo Pavoni, el Zurdo López, Perico Raimondo, Pancho Sá y Comisso. Hincados: Bertoni, Saggioratto, Bochini, el Negro Galván y Balbuena. Con la bandera argentina, Boneco de Lolo, la mascota del equipo en esos años.

Semanas antes de la gloria ante San Pablo había protagonizado un momento muy especial que quedó grabado para siempre en su mente: “Reemplazar a Santoro es algo que no me lo voy a olvidar nunca. Yo ya había disputado algunos partidos en primera, alternando, porque el titular indiscutido era él. En ocasión de un clásico ante Racing por el Nacional 1974, Santoro se despidió porque fue vendido al Hércules de Alicante. En el segundo tiempo, se retiró e ingresé en su lugar, dándose una curiosa situación, ya que me alzó en andas, como dejándome su legado del arco de Independiente. Tuve la suerte de cumplir con las expectativas y jugar muy bien el resto del año. Para mí fue un doble orgullo, ya que Pepé era mi maestro, el que siempre me ayudó, en las prácticas, con sus consejos. Un fenómeno”.

Compartió divisiones inferiores con un genio como Ricardo Bochini, a quien conoció en profundidad, tanto dentro como fuera de las canchas, en las buenas y en las otras: “En medio de una gira, en 1976 estaba atravesando un momento muy, pero muy difícil. Estando en Haití, fuimos a una playa, a disfrutar del sol, pero el Bocha se alejó del resto, sumido en una especie de depresión, por le habían dicho que podía tener una dura enfermedad. Todo el tiempo le estaba encima y le decía que no tenía que darle bola a nadie y seguir para adelante. Era jodido el tema. Volando desde Miami a Haití, tuvo un intento de autoagresión, según me dijeron, porque yo no lo vi. Pero todo lo viví de cerca porque él siempre pedía estar conmigo por una cuestión de afinidad. Gracias a Dios se recuperó de esas cosas que tenía en la cabeza y los años siguientes la rompió. En lo personal fue una muy buena gira, que culminamos ganando la Copa Interamericana contra el Atlético Español de México en Caracas. En la definición por penales tuve la fortuna de atajar dos para levantar otra copa con Independiente”.

Carlos Gay jugó en cuatro de los cinco grandes. Si bien se lo asocia a Independiente por haber integrado el máximo equipo copero de esa década, el arquero también jugó en River, Racing y San Lorenzo. (Foto: Maximiliano Luna)

Carlos se apasiona al rememorar a los grandes con quienes compartió una cancha. Tras el recuerdo del bocha, es el tiempo de Diego: “A Maradona lo enfrenté en 1977 y ya mostraba todo lo que iba a ser después. Era un pibe que tenía cosas distintas al resto. Dos años después vino con Argentinos a jugar a Colombia y allí estuvimos otra vez frente a frente y me hizo dos goles de tiro libre, estando yo en el América de Cali. En 1984 tuve una pequeña revancha con él (risas). El día que debutó en el Nápoli, en agosto de ese año, fue en un amistoso contra River. Terminamos 0-0 y me atajé todo. Sentía que no podía hacer un gol. Estando en el vestuario, antes del partido, una persona y dijo. “Ahí viene Diego”. Nos mirábamos entre nosotros y no lo veíamos. Claro, había que salir a la cancha porque llegaba en helicóptero”.

Haber ocupado el arco en cuatro de los cinco grandes es un privilegio que pocos pueden aquilatar. Pasados los años, Carlos Gay lo sigue disfrutando: “Me pongo a pensar en ese hecho y es un orgullo, si bien fueron en distintas etapas de mi carrera. Independiente marcó el inicio, allí me formé y fui campeón. Tras un par de temporadas sin mucha continuidad, a comienzos del 1978, San Lorenzo me pidió a préstamo, ya que Ricardo Lavolpe iba a estar afectado a la selección para el Mundial. Tras eso tuve un excelente nivel en el fútbol de Colombia y en 1981, el Pato Pastoriza, a quien había tenido como DT en los rojos, me convenció para que vaya con él a Racing, una institución grandísima, pero que no atravesaba un buen momento. Regresé a América de Cali, donde ya había ganado títulos con el equipo y personales, como mejor arquero y volví a rendir bien. Luis Cubilla era el entrenador de Nacional de Medellín y a comienzos de 1984 vino a verme. “Quiero llevarlo a mi equipo”, me dijo. Pensé con lógica que era a Nacional, pero en realidad acababa de firmar con River y entonces regresé al país. No sé si hice bien, pero me insistió y volví con la familia. Fue una época muy linda en River, donde compartíamos el puesto con Nery Pumpido y un joven Sergio Goycochea, nada menos. Y en ese plantel estaban Alonso y un Enzo Francescoli que en aquel año inició su despegue”.

“En 1985 fui a Huracán, que es un club muy lindo para jugar. El equipo arrancó comprometido con el descenso aquel torneo 1985/86 y al principio las cosas no salían bien, pero en la segunda rueda tuvimos una etapa muy buena cuando llegó el Toti Iglesias, para sumarse al Turco García y al Chacho Cabrera. En lo personal me quedó un balance positivo, porque incluso atajé cuatro penales en el campeonato, nada menos que a Francescoli, Perazzo, Centurión y D'Ángelo. Pese a la remontada no nos alcanzó para salvarnos en forma directa y fuimos a un octogonal con 7 cuadros de la B. Llegamos a la final contra Deportivo Italiano en cancha de Vélez, donde tuvimos un arbitraje que nos complicó y terminamos perdiendo por penales. Seguí en el club en el Nacional B (el primero de la historia) y luego me retiré. Ese fue mi último equipo”.

Cuando los aplausos se apagan y los reconocimientos se archivan, llega el momento de iniciar otra vida, pero con el fútbol siempre presente: “A River le estoy sumamente agradecido porque trabajé muchos años allí como entrenador de arqueros en las inferiores, en la tercera y en la primera con Ángel Cappa, Juan José López y Matías Almeyda como entrenadores. Eran tiempos muy difíciles, pero sin dudas que lo más doloroso fue aquella tarde del descenso contra Belgrano en el Monumental. Porque River no andaba bien para nada, pero jamás pensé que se podía ir al Nacional B. Vivimos cosas durísimas. Mi orgullo es haber formado arqueros como Chichizola, Servio o Batalla”.

Entre los grandes, le faltó ocupar el arco de Boca, pero siendo juvenil, estuvo cerca… “Desde mi pueblo (Etruria, provincia de Córdoba), nos trajeron para probarnos en River, pero como llovió se suspendió la prueba. Dos días después nos llevaron a Independiente y ahí quedé enseguida. Sin embargo, el señor que nos había acompañado, me dijo: “Mirá que el jueves hay que ir a Boca, eh”. Yo no sabía qué hacer, porque me habían aceptado en Independiente. Fuimos igual a La Candela y me querían fichar ahí también, donde estaba viendo la práctica nada menos que Alfredo Di Stéfano. Dejé que se arreglaran ellos con el hombre que me había traído, pero a él le había dejado en claro que quería jugar en Independiente”.

"Actualmente soy representante de Prostar, una empresa dedicada a la confección y comercialización de guantes de arquero. Es un lindo desafío porque nos estamos instalando y tratando de hacer conocida a la marca. Atiendo a los colegas que utilizan nuestros productos, como Maximiliano Gagliardo de Arsenal y varios de la Primera Nacional. Está muy bueno seguir en contacto con los jóvenes, más si comparten el mismo puesto donde uno se desarrolló”.

Seguramente en esos jóvenes que acompaña y asesora, ve el reflejo propio. De ese pibe que llegó desde Córdoba pletórico de ilusiones y con las manos llenas de sueños. Las mismas manos que en la noche del sábado 19 de octubre de 1974 escribieron a fuego un capítulo más de la legendaria historia copera de Independiente.

Fuente Infobae

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