Walter Papasodaro/Diario Popular
Por Eduardo Verona
La función del falso nueve pareció quedar registrada como un
horror futbolístico cuando la implementó Sampaoli en Argentina, sin embargo la
historia rescata a estupendas selecciones y equipos que jugaron en plenitud
reivindicando esa función, avalados por grandes funcionamientos.
Desde que el vapuleado Jorge Sampaoli armó en aquel partido
en que la Selección cayó 4-3 frente a Francia por los octavos de final de Rusia
2018, resignando la presencia de un nueve clásico y apelando a la consigna del
falso nueve, se instaló de inmediato en el ambiente doméstico la
descalificación total de esa variante futbolística.
Se planteó que el falso nueve expresaba poco menos que el
desconocimiento del juego en sintonía con la pobre respuesta de Argentina en
esa derrota ante Francia que terminó abonando la despedida urgente de Sampaoli.
Es cierto, Sampaoli pegó un volantazo inesperado en aquel
partido: dejó afuera a Higuaín, le dio un lugar a Messi de falso nueve y
desplazó de arranque a Agüero, hasta que el Kun, de buen Mundial, ingresó a los
21 minutos del segundo tiempo y conquistó de cabeza el tercer gol de la
Selección.
Pero lo que quedó impregnado en la superficie como si fuese
un residuo tóxico fue la inutilidad del falso nueve, que el Barcelona de Pep
Guardiola supo utilizar en algunos partidos con Messi entrando y saliendo de la
jugada por el centro del ataque.
Dinamitar la función que puede desarrollar un falso nueve es
también dinamitar la dinámica del fútbol.
Ese maravilloso Brasil 70 que se consagró en México como la
mejor selección de todos los tiempos, jugaba con un falso nueve. Era Tostao.
Un media punta muy versátil y talentoso del Cruzeiro que
debió retirarse del fútbol a los 26 años por un desprendimiento de retina de su
ojo izquierdo.
Jairzinho arrancaba por derecha, Rivelino por izquierda,
Clodoaldo (un crack parecido en el juego a Fernando Redondo, aunque fuera
diestro) era el volante más retrasado, el zurdo Gerson armaba y distribuía en
el medio y Pelé aparecía y arrancaba en tres cuartos.
Tostao, pedido por Pelé y Gerson al Lobo Zagallo (el
entrenador) para que sea el titular, no se metía entre los centrales rivales ni
jugaba fijo de espaldas al arco. Flotaba por las inmediaciones del área.
“Yo recibía, tocaba, descargaba, iba al espacio. No me
gustaba mucho porque en el Cruzeiro yo era el diez, pero en el scratch fui
útil”, nos dijo durante la disputa de la Copa América en Bolivia en 1997,
cuando trabajaba como periodista cubriendo a Brasil. La labor de Tostao en
Brasil 70 era entrar y salir de la maniobra ofensiva como lo hizo en algunos
momentos Messi en el Barça. Y ese Brasil brilló de allí hasta la eternidad.
Otro ejemplo en una dirección similar lo encarnó Holanda 74,
una verdadera orquesta sinfónica que aun sin ganar el Mundial de Alemania, dejó
un legado impresionante que todavía perdura.
Johan Cruyff era el falso nueve. Rep volaba y metía la diagonal
desde la derecha, Rensenbrink enganchaba y desbordaba por la izquierda, el
zurdo Van Hanegem armaba como un interno por la izquierda, Neeskens por la
banda derecha iba y volvía y Cruyff desparramaba su calidad y talento
extraordinario por toda la cancha, en especial de mitad de campo en adelante.
En definitiva, Cruyff revelaba lo que podía elaborar un
falso nueve en aquella Holanda inolvidable que dirigía Rinus Michels.
También pueden recordarse dos versiones valiosas de Boca y
River jugando con falsos nueve. Boca lo hizo con Juan Carlos Lorenzo de técnico
saliendo campeón de la Copa Libertadores en 1977 con el Toti Veglio aportando
en esa función, acompañado por Mastrángelo en la derecha y Felman en la
izquierda. Veglio nunca fue un nueve clásico. Ni en San Lorenzo ni en Boca.
Siempre fue un falso nueve con estupendos recursos y mirada panorámica.
River, por su parte, en el campeonato que ganó con holgura
durante la temporada 1985-1986 que condujo el Bambino Veira, tenía como falso
nueve a Enzo Francescoli, moviéndose en tándem con Morresi. Ambos aparecían en
el área adversaria para definir sin marcar referencias respecto a su posición.
La posición era no tener un territorio asignado. Era apropiarse de un
territorio en el momento que indicaba la resolución de la jugada.
Los casos de Brasil 70, Holanda 74, Boca en una etapa de los
70 y River en un período de los 80, son apenas episodios influyentes que ponen
en perspectiva que jugar con un falso nueve no obstaculiza ni condiciona la
llegada ofensiva. El dato de la realidad es que para hacerlo se necesita algo
fundamental: que el equipo registre un muy buen funcionamiento. Y que los
intérpretes sean muy sensibles a los matices y a las necesidades estratégicas
de ese funcionamiento.
Tomar decisiones espasmódicas y desesperadas como las que
tomó Sampaoli ante Francia o como las que está obligado a realizar Ariel Holan
en Independiente después de la partida incomprensible de Gigliotti a México (el
goleador declaró que lo empujaron para irse, en obvia alusión a Holan),
colocando a Benítez o al paraguayo Cecilio Domínguez de falso nueve, en todo
caso reflejan las deudas de los entrenadores que apelan a lo que el folklore
denomina manotazos de ahogado.
Los jugadores en la emergencia y con equipos despojados de
funcionamiento, quedan expuestos. Y la amplitud conceptual no denunciada en la
cancha de lo que significa jugar de falso nueve solo sirve para construir
juicios terminales. La verdad es que el falso nueve es casi tan viejo como el
fútbol. Bastaría con mencionar a Adolfo Pedernera en la Máquina de River de la
década del 40.
Pedernera era el falso nueve. O el nueve y medio. O el que
jugaba “a media agua”, como decían las páginas de la revista El Gráfico hace
más de setenta años.
Los que hoy estigmatizan al falso nueve quizás desconocen la
historia. Y aquellos que intentan utilizarlos como una salvación providencial
(Sampaoli y Holan seguramente no serán los únicos) son algo así como los
náufragos del oportunismo. Y de la impericia.
Fuente Diario Popular




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