AFP/Fadel Senna
Por Eduardo Verona
La victoria agónica por 1-0 ante Marruecos no debería tapar
o esconder la pobrísima producción de Argentina, incapaz de armar algo parecido
a cierta estructura futbolística que por ahora no alienta expectativas
Por el momento, si el foco apunta a la Selección Argentina
mejor sería vivir de recuerdos o no hablar de ciertas cosas como decía ese
rocker urgente y sensible (a su manera) que resultó ser Luca Prodan mientras
lideraba en los 80 aquella banda de culto que fue Sumo.
Porque el presente de la Selección se consume en la
mediocridad. Demasiada mediocridad galopando sin obstáculos, más allá del 1-0
insufrible ante Marruecos. El panorama, en definitiva, no es desolador, pero
por ahí anda. Y no es cuestión de dramatizar ni de buscar chivos expiatorios.
Esta es la actualidad del fútbol argentino. Sin Messi ni
Agüero, la Selección no tiene jugadores de gran nivel. No están en cartelera
esos jugadores. Y no se insinúan otras apariciones. Esa generación que incluyó
a Messi y al Kun no pudo conquistar ni una Copa América ni un Mundial, pero
existían expectativas porque se advertía el potencial, las calidades, la
posibilidad del gol inminente. O en todo caso se veía que algo podía suceder en
la medida en que las individualidades pudieran conectarse, armonizar y construir
sociedades de altos recursos que no siempre se concretaron. Pero la ilusión
siempre se mantuvo. Incluso en las grandes adversidades.
Ahora, en cambio, se visualiza otro escenario. Muchísimo más
despojado, más llano, más discreto, más pobre.
Messi partió a Barcelona después del papelón reciente frente
a Venezuela, Agüero no fue convocado por Lionel Scaloni aunque el Flaco Menotti
anticipó que podría ser llamado para la Copa América y la Selección demostró
que tiene menos vuelo que una mariposa enjaulada.
La victoria frente a Marruecos debería enmarcarse en el
rubro de las casualidades. Es cierto que fue buena la maniobra de Correa (entró
a los 15 minutos del segundo tiempo por De Paul) previa al gol, pero también es
cierto que el partido fue un espanto desde el arranque hasta el final. Por eso,
quedarse con el triunfo sería un triste homenaje a las teorías resultadistas
más recalcitrantes de la historia.
180 minutos negativos
La suma de los 180 minutos ante Venezuela y Marruecos da un
saldo netamente negativo.
Scaloni experimentó en los dos encuentros.
En relación al primer partido hizo ocho cambios. Pero la
realidad es que no cambió nada. Por lo menos nada importante. Nada valioso.
Nada que valga la pena rescatarse. Quizás por eso, precisamente, recordamos
aquellas palabras de Luca Prodan cuando afirmó que mejor no hablar de ciertas
cosas.
¿De qué cosas por ejemplo? De la orfandad futbolística que
padece la Selección luego de comerse a la generación que participó en los
últimos mundiales. Los reemplazos naturales no dejan de ser apenas una
aspiración. Y habría que retroceder mucho en el tiempo para observar lo que hoy
se observa: esta Selección argentina es una Selección del montón. No hay
jerarquía. No hay un plantel que promueva esperanzas colectivas.
Eso no está. Por lo tanto, sin Messi ni Agüero, hay muy
poco. Y con Messi y Agüero adentro del plantel, tampoco van a aparecer
respuestas que pongan a salvo a la Selección. Esto ya quedó demostrado
largamente. El camino que se presenta es muy complejo.
Tan complejo como el que tuvo afrontar Menotti cuando en
octubre de 1974 asumió como el entrenador de Argentina. La labor que desarrolló
Menotti construyendo el perfil de la Selección fue fundacional y
extraordinario. Porque la Selección era una figura decorativa hasta que Menotti
la reinventó en el plano del juego para competir mano a mano con las potencias
europeas. Y vencerlos.
Ahora, a 45 años de ese lejano 1974, la Selección tiene la
necesidad impostergable de volver a reinventarse. De volver a construirse.
Tiene a Messi como genio y a Agüero como ladero, pero alrededor debe armar un
equipo a favor de una idea que ahora debe estar en los libros escritos en el
pasado. Sin una idea que convenza a los jugadores, la Selección puede parecer
un rejuntado de buenos y aceptables jugadores.
Pero un rejuntado nunca consolida un equipo. Esto transmite
la Selección. Y esto hay que reformularlo a la brevedad.
Scaloni se encuentra ante este desafío mayúsculo. Un desafío
monumental que no es para cualquiera. Porque demanda no solo una gran capacidad
de trabajo y planificación a corto, mediano y largo plazo, sino un talento
significativo para interpretar las necesidades, para analizar a los
protagonistas y para tomar decisiones centrales a la hora de armar un plantel
sin cometer errores flagrantes.
¿Scaloni puede hacerlo? Linda pregunta. El también se la
debe hacer. Las circunstancias indican que a Scaloni lo van a acosar las
urgencias ajenas y propias, considerando el arranque de la Copa América el 14
de junio. Hasta allí lo van a esperar. Y lo evaluarán. Si es por lo que expresó
hasta ahora, tendría que dar un vuelco fenomenal la Selección para que Scaloni
caiga bien parado.
En el mientras tanto, si ponemos en relieve a la Selección,
como señalamos en el comienzo, lo mejor es vivir de recuerdos. Y apelar a
aquella poesía existencial del suburbio que Luca Prodan derramó sobre los
escenarios.
Fuente Diario Popular
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