Por Eduardo Verona
Los sonidos del silencio que acompañaron a Messi antes y
después de su regreso frente a Venezuela, de alguna manera reflejan otros
silencios futbolísticos que atacan a una Selección que el astro del Barça
tampoco puede rescatar.
Vino y volvió a su lugar en el mundo que es Cataluña. Casi
en puntas de pie. Sin declaraciones. Sin respuestas. Sin opinión. Lionel Messi
regresó a la Selección en la desangelada noche madrileña frente a Venezuela y
la abandonó después de la durísima derrota acusando una lesión en el pubis que
ya anticipaba problemas.
Nunca antes tanto silencio rodeó a la presencia de Messi con
la camiseta argentina. Ese mismo silencio sin relieves pareció acompañarlo
durante el partido. Casi como un testimonio no deseado de la impotencia que
trascendió largamente al astro del Barça, que logró lo que es muy difícil de
conquistar: no transmitir algo en particular. Ni bronca, ni fastidio, ni enojo
con los rivales, con los compañeros o con él mismo. Nada, en sintonía con lo
que dejó el equipo y con la imagen claudicante del entrenador Lionel Scaloni.
Messi no podía cambiar con su inspiración esa cáscara vacía
que es la Selección.
¿Para qué volvió entonces? ¿Por presiones de los sponsors
como algunos especularon o por algunas cuestiones que nadie puede precisar?
Lo real es que expresó en la cancha lo que puede expresar
Messi en estas circunstancias. El aire de desamparo futbolístico que lo mostró
como una especie de llanero solitario sin provisiones en una pradera tapizada
de enemigos, no desentonó en relación al nivel mediocre y por largos pasajes
ausente que reveló en el último Mundial.
Esperar que Messi la rompiera y generara un nuevo despertar
en el equipo que hasta ahora conduce el vapuleado Scaloni, formaba parte del
voluntarismo. Messi siempre fue un extraordinario jugador muy dependiente del
funcionamiento. Así se desarrolló en el Barcelona. Así fue creciendo. Así brilló
hasta ser comparado con Pelé y Maradona.
El Barça casi nunca dejó de ofrecerle un funcionamiento
impecable, salvo en algunos episodios que no marcaron tendencia. Porque el
Barça podrá jugar mejor o peor, pero dentro de una línea, un estilo y por
supuesto un funcionamiento. Este formidable respaldo colectivo y estructural le
permitió a Messi solo ocuparse de la creación ofensiva. Todo el resto, estaba
construido. Y Messi voló.
En la Selección el último técnico que elaboró algo que vale
la pena rescatar fue Gerardo Martino. Es cierto, Messi con Martino no descolló,
pero se advertía que se encontraba más contenido. No pleno, porque pleno en la
Selección no estuvo nunca, pero por lo menos sostenido por una idea que por
momentos pudo plasmarse, aunque no coronó ni con la Copa América de 2015 en
Chile ni 2016 en Estados Unidos.
Las distintas frustraciones que viene acumulando Messi en la
Selección lo fueron acercando a una probable despedida. Lo valorable es que no
se entregó. No dijo hasta aquí llegué como podía presumirse luego del
cambalache que fue Argentina en Rusia 2018. Sin crédito popular, Messi, sin
embargo, prefiere continuar jugando en la Selección. Buscando lo que al borde
de los 32 años (los cumple el próximo 24 de junio) todavía no encontró. Y quizás
ese sueño no lo encuentre.
Esta perseverancia que delata su conducta deja visible su
insatisfacción no resuelta con todo lo que ganó en el Barcelona. Le falta
cerrar el círculo virtuoso con Argentina. Esta deuda lo persigue, aunque no lo
manifieste en palabras. La dimensión existencial de la deuda interna es la que
lo empuja a regresar después de varias etapas donde es factible que lo hayan
asaltado las contradicciones.
Y cuando vuelve, como ocurrió ante Venezuela, lo hace sin
tener a la vista algo a que aferrarse. Ese algo debería ser cierto
funcionamiento que la Selección no registra. Porque ni el inicio de la obra
está garantizado. Y Messi no puede hacerse cargo de responsabilidades que lo
superan. Porque él, además, tiene muy baja tolerancia a la adversidad. No juega
bien el equipo y no juega bien Messi. Se cae el equipo y se cae Messi. No vamos
a descubrir a esta altura que por encima de su condición de jugador excepcional,
no lo visitan los duendes de la épica. No tiene épica Messi como para
sobreponerse a todos los contratiempos y elevarse hasta la cumbre.
En este punto, Messi no es un elegido. Es un elegido en
juego, en recursos, en imaginación y creatividad ofensiva, pero no en el plano
de las respuestas integrales que solo pueden brindar los hombres inalcanzables.
Es muy valiosa su obstinación y búsqueda incesante de la
gloria con la camiseta nacional. Pero si no está el equipo en funciones (y hoy
claramente no está), él no puede expresar la vanguardia del crecimiento. Porque
no forma parte de su naturaleza, alejada por completo de los liderazgos. En
Barcelona los líderes siempre fueron otros. Con ese escenario por delante,
Messi enriqueció todo.
Acá, en la Selección, el Flaco Menotti pedía que Messi se
incorporara cuando la mesa más o menos estuviera servida. No ocurrió. La mesa
estaba desnuda. Y Messi volvió a pagar la cuenta.
Fuente Diario Popular
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