Juan Ignacio Roncoroni
Por Eduardo Verona
La caída que anunciaba el Rojo con libros de pases
desastrosos que protagonizó bajo la conducción de Ariel Holan y el aval de los
dirigentes, se viene expresando con una dinámica imparable que terminó
destruyendo al equipo.
El derrumbe sin pausas que experimenta Independiente no
debería sorprender a nadie. Alcanzaría solo con observar como actuó el club en
los últimos libros de pases. A propósito de este escenario que determina rumbos,
ese técnico intuitivo y conocedor del juego del fútbol que fue Angel Labruna,
solía decir que una de las tareas fundamentales de los entrenadores era saber
armar el plantel a comienzos de temporada.
Independiente, bajo la conducción futbolística del casi
siempre sonriente Ariel Holan, en lugar de armar planteles como sostenía
Labruna, hizo todo lo contrario: desarmó planteles con una perseverancia y
convicción notable. Y destruyó al equipo que el 13 de diciembre de 2017
conquistó la Copa Sudamericana frente al Flamengo en Rio de Janeiro.
¿Qué responsabilidad le cabe a Holan en este proceso de
auténtico aniquilamiento futbolístico? No una responsabilidad absoluta porque
la dirigencia liderada por Hugo Moyano avaló y financió las altas y las bajas
del plantel, pero fue Ariel Holan (y su círculo rojo) el que promovió un
naufragio no deseado que hoy nadie con dos dedos de frente puede negar, aunque
algunos todavía lo niegan con una obstinación asombrosa.
Este camino muy difícil de interpretar que fue recorriendo
Holan en Independiente desde que arribó en enero de 2017, parece haber agotado
el menú de todas las críticas y especulaciones. Lo que continúa generando dudas
y preguntas infaltables es porque Holan continúa recibiendo un respaldo de la
familia Moyano, cuando la situación del técnico es insostenible.
No planteamos que Holan tiene que irse de Independiente más
tarde o más temprano. Esta decisión personal o institucional nos excede y
además no nos corresponde. Planteamos que resulta llamativo tanto apoyo a un
profesional que viene demostrando una incompetencia y tozudez acrítica que el
equipo padece largamente.
Porque Independiente es una lágrima desde hace demasiados
meses. ¿A qué juega? Nadie lo sabe. Porque no se adivina ni una línea ni un
estilo. Y menos aún un funcionamiento. En definitiva, juega como un equipo
totalmente improvisado y vulnerable que partido tras partido hace lo que puede.
Y se ve con claridad que no puede. Porque no hay una idea en marcha y son muy
pocos los intérpretes que están a la altura de las circunstancias, producto de
los libros de pases que Holan y la dirigencia se empeñaron en diseñar,
configurando un fracaso operativo y logístico rotundo.
Porque Holan hizo y deshizo a su antojo en la medida en que
se lo permitieron, dilapidando dinero (en incorporaciones millonarias en
dólares como las de Gaibor, Hernández, Silvio Romero y compañía) y recursos
humanos con un nivel de discrecionalidad y autosuficiencia que no tiene ni Pep
Guardiola en el Manchester City.
Las extrañas habilidades dialécticas que debe poseer Holan
para convencer a los Moyano de sus virtudes como entrenador, son un tema
aparte. Deben ser las mismas habilidades que muestra frente a las distintas
audiencias periodísticas para hablar de los brotes verdes que explotarán en el
semestre que viene. O en el próximo. O no se sabe cuándo.
Este optimismo ciego y voluntarista despojado de fundamentos
necesita oyentes dispuestos a creerle. Algo que podría identificarse como gente
de fe. Porque lo que pretende transmitir Holan parece ser una cuestión de fe,
aunque esa fe después se enfrente a la prepotencia de los hechos
incontrastables como la paliza que le pegó River el último domingo en el
Monumental, que por supuesto se suma a otras palizas.
La verdad es que Independiente le está prestando su camiseta
(en este caso a ese insufrible gris de ausencia que ahora viste) a un equipito.
Porque poco a poco el equipo que se coronó en Brasil hace quince meses se
reconvirtió en un equipito. Sin alma. Sin juego. Sin contenido. La potente
sensación que entonces prevalece es la de un salto al vacío. Y los restos de
una silueta vacía que deambula buscando aferrarse a un triunfo ocasional que el
conductor siempre sobrecalifica, como las victorias 4-0 ante Atlas por la Copa
Argentina o el 2-0 contra Aldosivi.
El fulero y preocupante panorama futbolístico que se le
presenta a Independiente no puede taparse con parches espasmódicos o nostalgias
de ocasión. El plantel que tiene es un plantel no acorde a las expectativas
históricas del club. Y el técnico que tiene es un técnico completamente
desenfocado de la realidad. Atrapado en su laberinto. Muy confundido. Muy
inseguro. Y demasiado permeable al error y a la transferencia de
responsabilidades.
Por eso el derrumbe sin pausas no sorprende. Es un efecto.
Una consecuencia anunciada. ¿De qué? De los cuadernos no fotocopiados de Holan
que hablan de un proyecto que no existe.
Fuente Diario Popular


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