Compartimos la nota publicada por la revista "Un
Caño", sobre una nota dedicada a Ricardo Bochini cuya autoría se atribuye
a Jorge Valdano.
Era Woody Allen jugando al fútbol: un cuerpo insuficiente
para cualquier cosa, una cara adecuada para el fracaso, un talento punzante,
veloz, inmenso. Era como ese ladrón que ausculta la imposible caja fuerte
mientras sus dedos le sacan el secreto a la clave, hasta que de pronto…¡clic!.
Sí, señor: un balón jugado por él abría todos los candados defensivos. Le
bastaba un toque, un clic. Su cabeza es como una cancha de pueblo, pelada en el
centro; su tronco de plastilina, y sus piernas, de alambre. Clara demostración
de que en el fútbol el aspecto no hace al ídolo.
El Bocha era la reserva espiritual de un fútbol que se nos escapaba de las manos a toda velocidad.
El Bocha era la reserva espiritual de un fútbol que se nos escapaba de las manos a toda velocidad.
Jugaba con el número 10, número que arrastraba la sospecha,
en este caso confirmada, de ser poco trabajador; su pierna era la derecha, pero
nunca supo pegarle a la pelota; a lo sumo, la empujaba.
Cabecear, tampoco, porque tenía cuatro pelos y no era
cuestión de ponerlos en peligro. A
entrenar no iba mucho, y cuando se decidía llegaba tarde. No se apresuren a juzgarlo: era un genio que
usaba la cabeza para pensar milagros, el pie derecho para hacerlos y el
cuerpo para contarles mentiras a los
rivales. Aun así, ¿cómo explicarle su
grandeza a un europeo?
Cierta vez le
preguntaron por Johan Cruyff, y su respuesta fue casi una definición: “Corre
mucho, pero juega bien”.
Él era la síntesis del conjunto de vicios y valores más
característicos del jugador argentino, quien supo condensar una filosofía
popular que prestigia la técnica y la creatividad al tiempo que condena el
sacrificio. Cierta vez le preguntaron
por Johan Cruyff, y su respuesta fue casi una definición: “Corre mucho, pero
juega bien”. Es que siempre le pareció una contradicción, además de una
extravagancia, que alguien dotado para jugar bien se pusiera a sudar.
El Bocha nunca vio la necesidad, francamente.
LOS GOLES, PARA LOS OTROS
Siempre jugó para el gol, a condición de que fuera otro
quien se encargara de meterlo. En un
partido amistoso que la Selección Argentina jugo en Buenos Aires bajo la
dirección de César Luis Menotti, nuestro número 10 se cansó de servir goles y
sus compañeros se cansaron de
errarlos. Ya en el vestuario, El Bocha
se quejó amargamente: `”A este paso voy a tener que meter los goles Yo”.
Hasta ahí podíamos llegar; eso hubiera significado una
traición, ya que Bochini sólo metía un gol si no había más remedio. El futbol,
según Bochini, era de paredes, gambetas y pase profundo, definición simple y concreta que encaja con su
personalidad poco ruidosa. Con paredes y
gambetas limpiaba su propio camino de odiosos adversarios; con el pase profundo
se limpiaba a los compañeros.
Si se tratara de secuencias fotográficas, sería más o menos
así.
Primera foto: Bochini, con la cabeza levantada, el balón a
sus pies y tres rivales adelante.
Segunda foto: Bochini con la cabeza levantada, el balón a
sus pies y tres rivales en el suelo.
Tercera foto: Bochini, tocando el balón.
Cuarta foto: Un compañero de Bochini se
encuentra con dos regalos: el balón y el arco contrario.
Quinta foto: El gol, que como ustedes recordarán, es un
trámite que Bochini delega.
En tiempos de grandes migraciones futbolísticas, él eligió
quedarse en el país que lo entendia; cuando el negocio estaba en cambiar de
club, el prefirió no quitarse la camiseta roja que lo amaba.
*Extracto de un texto publicado origialmente en el diario El
País, 1991.
Publicadas por SIEMPRE DEL ROJO BASTA

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