Por Eduardo Verona
Presionado por el ambiente que le reclama un campeonato, el
Rojo parece obligado en el primer semestre de 2016 a ganar lo que no gana desde
aquel Apertura 2002. Desde el arribo de Pellegrino, el equipo creció en
resultados y juego. Pero no tuvo la suficiente cuota de agresividad y
concentración para alcanzar los objetivos.
La apuesta de Independiente
Diego Vera. Foto: José Brusco / Diario Popular
"Ahora Independiente está obligado a salir
campeón". La frase circula por todos los pasillos más angostos o más
anchos del fútbol argentino con una gran naturalidad. Se dice y se repite que
Independiente en el primer semestre de 2016 tiene prácticamente servido en
bandeja el campeonato corto que se va a organizar, contemplando que Boca,
River, San Lorenzo, Rosario Central, Huracán y Racing (el Globo y la Academia
tienen que jugar un repechaje frente al Caracas de Venezuela y el Puebla de
México, respectivamente, para entrar a la fase de grupos) participarán de la
Copa Libertadores 2016.
El presidente de Independiente, Hugo Moyano, suele abonar
también esta demanda con algunas palabras que destilan voluntarismo:
"Estoy convencido que en el 2016 se vienen tiempos de festejos para los
hinchas rojos".
Una pregunta infaltable: ¿en el fútbol de ayer, de hoy y de
todos los tiempos, se pueden adelantar consagraciones? La respuesta es
categórica: no. Nadie está en condiciones de anticipar absolutamente nada. Ni
los que miran ni los que juegan. A lo sumo, lo único que puede anticiparse es
una expresión de deseos. No más que eso.
Lo que se advierte es que Independiente logró armarse
futbolísticamente a partir del arribo del entrenador Mauricio Pellegrino. Lo
certifican los números: bajo la conducción de Pellegrino, el equipo jugó entre
campeonato local, Copa Argentina, Copa Sudamericana y Liguilla Pre
Libertadores, 25 partidos, sumó 14 victorias, 7 empates y 4 derrotas, anotó 35
goles y le marcaron 16, lo que registra un 65,33 por ciento de los puntos que
disputó.
Pero más allá de los números, siempre relativos e insuficientes
para medir aptitudes y rendimientos, queda en primer plano el nivel de juego
que expresó Independiente. Que por supuesto no fue brillante ni espectacular,
pero le dio aire para construir una esperanza a futuro.
¿Qué denunció el equipo en los últimos seis meses de 2015?
Que podía ser ofensivo sin suicidarse. Que podía atacar con mucha gente sin
desmantelarse de mitad de campo hacia atrás, aunque el Ruso Rodríguez diera
evidentes ventajas en el arco. Que podía tocar y hacer circular la pelota para
encontrar los espacios sin ganarse la chapa de equipo con más posesión que
eficacia ofensiva.
Pellegrino, aún siendo un técnico de origen tacticista,
reveló en Independiente capacidad para trascender los límites de ese
tacticismo. Porque la táctica es un complemento valioso del fútbol, pero no es
el elemento fundamental del fútbol. Lo fundamental del fútbol es el juego. Y
los jugadores que lo interpretan mejor o peor.
Lo que se le reconoció a este Independiente de Pellegrino
es, precisamente, el concepto para saber juntarse en la cancha. Para no
atomizarse. Para no quebrarse. Para no desprotegerse atrás ni debilitarse
arriba. Juntar a los intérpretes, en definitiva. Para fortalecer colectivamente al equipo, sin
asfixiar la creatividad de algunas de sus individualidades. El más influyente,
sin dudas, en el rubro de la creatividad y el desequilibrio, fue Martín
Benítez, bien acompañado por el uruguayo Diego Vera y por la buena lectura del
pase y la elaboración que encarnó Jesús Méndez, victimizado por los árbitros,
muy sensibles a sacarle tarjeta roja ante cualquier eventualidad.
¿Por qué jugando bien Independiente no logró conquistar
ninguno de los objetivos que persiguió como la Copa Argentina, la Sudaméricana
y la Liguilla Pre Libertadores en los dos cruces decisivos frente a Racing?
Porque le faltó mayor determinación.
¿Qué es la determinación aplicada al fútbol? La agresividad para leer, entender
y jugar los partidos que definen rumbos. La agresividad es lo que en alguna
ocasión el Gringo Giusti rescató con estas palabras:
"Es jugar 90 minutos
con la máxima concentración. Pero no 7, 8 o 9 jugadores. Porque si 2 o 3 no
están en esa misma frecuencia, perdés por un error que no podés cometer. Todos
tienen que estar metidos al mango en el partido. Todos. Si un equipo lo
consigue, ese equipo está para grandes cosas. Y es probable que los rivales ni
puedan patearle al arco".
Quedó comprobado que Independiente todavía no estaba para
grandes cosas. Estaba para proyectarse. Para alentar en el corto plazo otro
salto de calidad. Pero sin certezas de ninguna especie. El fútbol no las provee.
Nunca lo hizo. La chance de ganar lo que no gana desde aquel Apertura de 2002
cuando en 19 partidos anotó 48 goles y salió campeón con el Tolo Gallego, no
deja de ser una aspiración proclamada. Pero no una obligación.
Porque si se asume como una obligación, se niega el juego. Y
el fútbol, mal que les pese a los tecnócratas que ganan espacios en todas las
áreas, sigue siendo un juego. El mejor juego.
Fuente Diario Popular
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