Entre traslado, entradas, comidas y bebidas de dudosa
calidad, asistir a un partido local ronda, como mínimo, $ 250; los riesgos de
una aventura que se repite cada 15 días
Por Carlos Beer
Las hamburguesas promedian $ 30, pero son bastante más
chicas que lo normal. Foto: LA
NACION / Fabián Marelli
Calculadora en mano, las cuentas son contundentes: entre
traslados, entradas y una comida insatisfactoria y de dudosa calidad, ir a ver
un partido de fútbol de primera división en la Argentina ronda los $ 250 como
gasto mínimo, vital y móvil. La base es la de un ingreso a la tribuna popular.
Hablar de ir a una platea no tiene precio. O sí, pero aumenta según la
importancia del partido. En cualquier caso, las condiciones son siempre las
mismas. Sea un partido local sin trascendencia y con equipos alternativos, o la
final por la Copa Libertadores.
"Viajar es un problema. El estacionamiento, el
tránsito, los trapitos.. Las entradas son otro dolor de cabeza, y de bolsillo.
Y encima de todo viene la comida". Fernando, padre e hincha, ya conoce de
memoria los pasos que debe dar. "Son casi 45 minutos de viaje. Tenemos que
llegar como mínimo una hora antes para encontrar lugar en el estacionamiento
del supermercado que está cerca". Deja el auto a unas 15 cuadras de la
cancha. Lo prefiere. Es la manera para sortear el primer obstáculo de esta
carrera: los trapitos. Cerca del estadio, ve cómo los "cuidadores",
casi siempre vinculados con las barras bravas, hacen su trabajo, al tiempo que
es indeseado testigo de un diálogo. "¿Cómo me vas a cobrar 50
pesos?", escucha. Es la queja de un hincha. "Es lo que vale, amigo.
Si no, dejá el auto. Si le pasa algo, yo no me hago cargo". Es la respuesta
del cuidacoches de la cuadra, en Avellaneda. Así funciona el sistema, ésas son
las reglas del juego: negarse a pagar implica que al regreso encontrará su auto
con rayaduras, otro daño o algún faltante. Por el arreglo deberá pagar mucho
más que esos 50 pesos. El diálogo callejero, la caminata de 15 cuadras, una
erogación eliminada, una mayor tranquilidad, dan paso a la explicación de
Fernando a sus dos hijos: "Con esos 50 pesos podemos comprar algo dentro
de la cancha".
Así funciona el sistema, ésas son las reglas del juego:
negarse a pagar implica que al regreso encontrará su auto con rayaduras, otro
daño o algún faltante.
Gaseosas sin gas, con vasos a medio llenar, a $ 30. Foto: LA NACION / Fabián Marelli
A la hora de comprobarlo, en el entretiempo, se repite la misma
situación, como si se tratara de un paso de comedia. Las galletitas traídas
desde la casa no alcanzaron para esconder el hambre de dos adolescentes
voraces. Y entonces nace la pregunta indeseable: "Pa, ¿nos comprás algo
para comer?" Ahí el precio es universal: tanto la gaseosa como el paty
promedian los 30 pesos en todos los estadios.
"Son tres vasos por lo general: uno para cada chico;
los grandes comparten", dice Fernando. Comparten una bebida con
pretensiones de ser gaseosa, que apenas tiene gas y cuyo líquido, aguado, ocupa
la mitad del tamaño del vaso. "Amigo, ¿si le ponías gas me cobrabas un
extra?", cuenta Fernando sobre la ocurrencia de un hincha. Las
hamburguesas son bastante más chicas que el tamaño normal. Sólo servirán para
engañar los estómagos adolescentes por un rato. A la salida, los chicos harán
la misma pregunta. Y habrá que gastar un poquito más, aunque el producto será
mejor: una gaseosa oficial en un quiosco, más un sándwich de bondiola al paso,
ronda los $ 50.
"Esperá, esperá. Esto es una parte. Una vez por año hay
otro gasto muy importante: ¡las camisetas!" Fernando describe otra herida
en el ya lastimado bolsillo del hincha. Las empresas de indumentaria deportiva
y los clubes cambian los modelos hasta dos veces por año. Hoy un cambio no baja
de $ 790. La opción callejera es la elegida por el padre de familia. El
presupuesto no da para más. Una camiseta colgada en las cercanías del
estadio,para nada original, puede costar unos $ 200; una gorra, $ 50; una
bandera, $ 120 pesos.
Camisetas, nada originales, a $ 200; un gasto extra. Foto: LA NACION / Fabián Marelli
Hablar del nivel de los estadios muestra la falta de
correspondencia entre precios y prestaciones. Las instalaciones, en su mayoría,
son viejas y con graves problemas edilicios. Los clubes invierten poco y nada
en infraestructura. Acceder a una platea es una titánica carrera sorteando
obstáculos, que se multiplican por la importancia de lo que está en juego.
Acceder a los baños puede transformarse en una desagradable y pestilente
travesía sin garantía de evitar desagradables sorpresas al llegar.
Acceder a una platea es una titánica carrera sorteando
obstáculos, que se multiplican por la importancia de lo que está en juego
La inseguridad se apodera de los alrededores de las canchas.
Ni la presencia de casi un millar de policías por partido importante frena algo
más que una sensación. Robos y peleas entre hinchas forman parte de la
escenografía. Eso, afuera. Dentro de la cancha, nadie garantiza que el partido
termine. Cortes de luz o incidentes suelen indicar el abrupto final.
Igualmente, el ritual se repite cada dos semanas, o con más
frecuencia si hay competiciones internacionales en el calendario. Después de la
merienda, los cuatro integrantes de la familia González salen de Saavedra rumbo
a Avellaneda. Fernando está al frente de una odisea con poco de lógica y mucho
de sentimiento. Afrontar tantos inconvenientes sólo se explica por una palabra:
pasión. Es el sentimiento que provoca entre muchos argentinos los colores de
una camiseta, es lo que justifica hasta lo injustificable.
Las entradas son el mayor dolor de cabeza, y de bolsillo.
Llega el peor momento. Son $ 90 por una popular. Es lo que cualquier hincha,
como mínimo, pagó la última vez, a principios de abril. Pero la AFA decidió
anteanoche un aumento. Desde este fin de semana costarán 120 pesos. Es, como
mínimo, un 20 % más caro que ir al cine. Y más incómodo, por cierto. Eso, sin
contar las promociones de bancos, tarjetas de beneficios, comercios. Así, el
valor para ver la última película termina siendo mucho menor a los $ 95 que
anuncian los carteles electrónicos.
En el fútbol sucede lo contrario: lo más común es que los
clubes fijen bonos contribución... que contribuyen a incrementar el desembolso
de los hinchas. En Mar del Plata, por citar un caso, ese extra se cotiza en $
60 pesos. Es decir, quien vaya a ver a Aldosivi en el próximo partido como
local deberá pagar $ 180. Tiene 10 días por delante para pensarlo. Pasado
mañana, los marplatenses jugarán en la Paternal. La prohibición de hinchas
visitantes aplaca la pasión, alivia el bolsillo. En Banfield el combo llega a $
200. En Temperley se acerca a los $ 250.
Es, como mínimo, un 20 % más caro que ir al cine. Y más
incómodo, por cierto.
Ser socio es el atajo para abaratar costos. Así se accede a
todos los partidos como local. Independiente cobra $ 1980 la suscripción anual
a los mayores y 1500 a los menores. Si el hincha concurre a todos los partidos
de su equipo en el Estadio Libertadores de América, terminará obteniendo una
diferencia. Abonará $ 132 por entrada, para un mayor, y $ 100, por menor.
Se habla solamente de las ubicaciones más baratas. En
Córdoba, con precios económicos en comparación con otras entidades, el valor de
la platea para ver a Belgrano en el Mario Alberto Kempes parte de $ 200. Pero
es una excepción: en otros estadios esas ubicaciones cuestan mucho más. En
Racing, por ejemplo, para el partido de pasado mañana, ante Lanús, las
ubicaciones numeradas comienzan en 300 y terminan en 700 pesos.
Igualmente, las complicaciones para los socios no faltan.
River y Boca tienen saturación de adherentes. Están entre los diez clubes con
mayor masa societaria en el mundo. La demanda supera la capacidad de sus
estadios. La última semana Boca suscribió a su socio adherente número 100.000.
Se suman a los casi 60.000 activos. La Bombonera tiene una capacidad de 55.000
personas. River ideó un sistema que genera ingresos extras. Además de la cuota
mensual, cuenta con dos grupos de socios que pagan un derecho anual para
obtener el privilegio a la hora de comprar plateas. "Tu lugar en el
Monumental" es el método para asegurarse las mejores ubicaciones. Por
acceder a ese derecho hay que pagar entre 950 y 8100 pesos por año. Depende de
la ubicación deseada, pero para certámenes locales. La sociedad no se extiende
a las competencias internacionales. Ahí pagan todos.
Las entradas, el mayor gasto: la popular vale $ 120. Foto: LA NACION / Fabián Marelli
Conviene aclarar que se trata sólo de precios para el torneo
local, ya que en competencias internacionales todo sube y también pagan los
socios. Para el superclásico por la Copa Libertadores del próximo jueves, el
piso se fijó en $ 150; el techo, en $ 1000. Eso, comprando el ticket en el
club. En la reventa ya se ofrecen a $ 10.500, pero en 12 cuotas.
Fernando va a seguir yendo a la cancha cada vez que su
equipo juegue de local. Más de 45 minutos de ida, otro tanto de vuelta, una de
espera, y cerca de dos por el partido. Unas cinco horas para una salida que,
para una familia tipo, implicar un desembolso básico que ronda los 1000 pesos,
con varios puntos en contra.
Sin contemplar los riesgos, el destrato, las incomodidades.
Sin entrar en el análisis del espectáculo en sí mismo, ir a ver un partido de
fútbol en el país, aún en la mejor cancha, representa un gasto elevado. Más aún
en este momento de la economía de la mayor parte de los argentinos.
Hay otros espectáculos de nuestro medio que garantizan
calidad y comodidad con precios similares. Desde $ 200 se puede acceder a una
platea en el Gran Rex para ver a Les Luthiers en Viejos Hazmerreíres.
Sin entrar en el análisis del espectáculo en sí mismo, ir a
ver un partido de fútbol en el país, aún en la mejor cancha, representa un
gasto elevado.
Para un show internacional, de entre los más espectaculares
del planeta en cuanto a producción, como lo fue el recital de Kiss, en Vélez,
hace pocos días, se pagaron $ 350. Ir a comer a una pizzería de las más
tradicionales de Buenos Aires cuesta entre 100 y 150 pesos por persona.
Sólo hay una explicación para entender la fidelidad del
hincha y el gasto que se sufre, pero no se recorta: la pasión. Ese sentimiento
que despierta el fútbol no cotiza en ningún mercado. No tiene precio. Quien va
a una cancha está dispuesto a pagarlo.
82 dólares sale la entrada más barata para ver en el Parque
de los Príncipes el clásico francés, entre Paris Saint Germain y Olympique de
Marsella
46 dólares es el valor de un ticket económico para ver los
partidos por la Premier League
38 dólares fue el costo de la entrada más baja para ver ayer
Real Madrid y Almería, en el Bernabéu
DE PARÍS A MADRID
La comparación entre el costo de ver fútbol en las canchas
argentinas y las europeas, tomando como referencia costumbres y valores
básicos, arroja una notable diferencia: fuera del país, todo se multiplica. La
entrada más cara en París para ver el clásico francés cuesta 823 dólares. Para
un partido común, el gasto promedio es de 55 dólares por persona: 12, por una
cerveza; 10 por un merguez, una especia de choripán francés, y 33, por
estacionamiento.
En Inglaterra, la cerveza, el producto más consumido en los
estadios, cuesta 7,5 dólares. En España, el gasto promedio oscila entre 14 y 18
dólares.
Fuente Cancha Llena
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