Por Eduardo Verona.
Después de la gestión fallida y la salida de Jorge Almirón,
la plana mayor de Independiente tiene por delante el desafío de elegir bien a
su sucesor. En general, los dirigentes, rehenes de su propia soberbia, se creen
autosuficientes y cometen errores irreversibles. La necesidad de cultivar el
conocimiento.
Antes y después de Almirón
Nunca tuvo las
cosas claras Jorge Almirón. La dirigencia de Independiente (en el plano del
fútbol), tampoco. La suma de las partes derivó en un escenario futbolístico
improvisado y decadente. Es cierto lo que viene repitiendo Pablo Moyano, cuando
afirma que lo de "Almirón ya quedó atrás y ahora hay que mirar hacia
adelante". Pero también es cierto que es necesario repasar y revisar la
historia para tomar mejores decisiones, achicar los márgenes de error y
equivocarse menos.
El arribo de
Almirón al club de Avellaneda hace casi un año sorprendió a todos. Hasta al
propio Almirón. La realidad es que el técnico no tenía chapa ni recorrido para
imaginarlo en Independiente. Pero de la noche a la mañana lo acercaron
(seguramente su representante Christian Bragarnik fue el operador) y llegó. Y
junto con él también llegaron demasiados jugadores mediocres de la escudería de
Bragarnik.
El equipo nunca
arrancó. Ni en el promocionado campeonato de los 33 puntos ni en el actual. En
general, Independiente jugaba mal. Tanto en el 2014 como en el 2015. El año
pasado, la primera plana de la dirigencia y Almirón reiteraban hasta el
aburrimiento esa marca de 33 puntos que el equipo había conquistado después del
ascenso, como si todo se tratara de reivindicar las matemáticas en un análisis
superficial.
No era una cuestión
de números más o números menos.
La deuda era futbolística. No de resultados.
Los aceptables resultados lo metieron a Independiente en los primeros puestos.
Pero no había contenidos valiosos, más allá de algunos aportes individuales de
Montenegro, Pisano y Penco. El más trascendente, sin dudas, fue el de Federico
Mancuello (hoy catapultado por los medios y por el microclima Rojo a ser un
líder que no es tal), redescubierto como un volante de gran recorrido y con
capacidad para frecuentar el gol.
Esa versión
estupenda y quizás irrepetible de Mancuello que Almirón asumió como un mérito
propio, terminó alumbrando a un Independiente despojado de una estructura
colectiva y por ende sin funcionamiento. El ambiente creyó ver a un buen equipo
cuando no había equipo. La dirigencia y Almirón compraron esos espejitos de
colores, siempre fatales en función del futuro inmediato.
Y se bañaron una y
otra vez en esas aguas que no eran tan cristalinas y transparentes como
creían.
La confusión se había
apoderado de casi todos.
Sin embargo no eran pocos los hinchas que veían lo que
expresaba el equipo y lo que transmitía Almirón, que no era otra cosa que un
profundo desconcierto a la hora de bajar una línea futbolera que se plasmara en
la cancha.
Porque es confuso
para hablar Almirón, es confuso su mensaje y esa confusión se trasladó al plantel.
El arranque de 2015 con 9 incorporaciones y una erogación que orilló los 90
millones de pesos, no alteró el recorrido.
Hugo y Pablo Moyano esperaron, en
vano, el crecimiento del equipo para mostrar que no precisaban a nadie que los
asesorara en materia de fútbol, porque ellos eran autosuficientes.
Pero el nivel de
juego no es proporcional a los gastos. A máxima escala puede dar fe el Real
Madrid. Gasta a mansalva en jugadores, pero su presidente Florentino Pérez no
persigue una idea. Quiere ganar. Pero eso no es una idea. Es un objetivo. O una
ambición.
En Independiente pasa más o menos lo mismo. Los Moyano quieren ganar.
Pero no está la idea. Y tampoco el entrenador que haya sabido manifestarla con
claridad, convicción y talento.
Almirón no es
responsable de las fichas que la dirigencia apostó por él. No le daba el piné.
Lo superó largamente la empresa que encaró, aunque se cuelgue la medalla de oro
de los 33 puntos, que pudieron ser 36 o 39 y hubiera sido exactamente lo mismo.
No se adivinaba el concepto en Almirón.
Porque el concepto no es el
voluntarismo de salir desde atrás con la pelota al pie para pasársela en una
calesita intrascendente que después se agotaba con un pelotazo de Cuesta o de
cualquiera de la línea de fondo.
Eso no es jugar
bien. Es jugar mal. Es intentar hacer algo sin convicción. Sin lectura. Y sin
el trabajo de campo indispensable para desarrollarlo.
Así en toda la cancha.
Buscando definirse como un equipo ofensivo que no sabía atacar. Buscando
elaborar lo que en el medio no elaboraba. Porque no sabía fabricarse los
espacios. Y sin espacios no hay juego. Hay lucha. Y muchas veces ni lucha, como
se evidenció, por ejemplo, en el segundo tiempo frente a Racing.
Almirón no tenía
luces ni capacidades para dotar a Independiente de un perfil más estable, más
armónico y más atractivo. La mayor
responsabilidad es de la dirigencia que lo contrató. Y que perseveró en el
error de continuar lo que debió haberse discontinuado un par de meses atrás.
Porque denunciaba Almirón su impotencia discursiva y estratégica para revertir
lo que se venía en banda.
La dirigencia
pareció empecinada en mirarse el ombligo. Hasta que no pudo más ocultar lo
inocultable. Almirón se fue como un hombre providencial. La sucesión tendrá que
resolverla la misma dirigencia que trajo a Almirón a mediados de julio de 2014.
El desafío que tienen por delante no es fácil de encarar. Al contrario: es muy
complejo.
Con Almirón se
equivocaron. Saber elegir no es una virtud accesible a cualquiera. Es una rama
del conocimiento que 9 de cada 10 dirigentes subestiman porque no cultivan esa
sensibilidad.
Y después los platos rotos los pagan todos.
Fuente Diario Popular
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.