Luego de
publicar una antología con sus cuentos de fútbol y trabajar en el guión del
filme “Metegol”, el escritor habla de las dificultades del género, de sus
influencias y de su pasión por Independiente.
Por Mauro
Libertella
Selección.
Puesto a elegir los mejores cuentos de fútbol, Sacheri elige algunos de
Fontanarrosa, Soriano, Benedetti, Braceli y Walter Vargas.
El 15 de
junio, a las 17:06, Independiente descendió por primera vez en su historia.
Posiblemente, como sucede en esos casos en los que la esperanza se confunde con
la negación, los hinchas venían haciendo un duelo anticipado y silencioso desde
mucho antes, pero también se les antojaba imposible la idea de descender, hasta
que el árbitro pitó y la cosa se selló. Muchos medios buscaron entonces el
testimonio todavía caliente de uno de sus hinchas más célebres, el escritor
Eduardo Sacheri. Lo excepcional de todo esto, a los fines de esta nota, no es
el descenso de un club histórico, sino el hecho de que Sacheri sea una persona
reconocida por la gente que va a las canchas, alguien que circula por programas
de televisión y radio ajenos al espectro aislado e insular del mundo de la
literatura. En ese sentido, Sacheri ya se ha ganado su lugar en el territorio
de los escritores populares, tomando de algún modo la posta que fueron dejando
autores como Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, que el propio Sacheri ha
mencionado tantas veces como referentes indiscutidos en la construcción de su
mundo narrativo. Los escritores populares son, por qué negarlo, una rareza en
un panorama absolutamente de nicho como es el literario, y habría que pensar
qué elementos confabulan para que un escritor dé ese salto. ¿Los temas? ¿El
modo narrativo de plasmarlos? ¿La sintonía con una sensibilidad más globalizante?
Es difícil de decir. Por lo pronto, sabemos que el camino del Sacheri escritor
tuvo algunos momentos donde su visibilidad se disparó, allanándole el lugar que
hoy detenta. Alejandro Apo, por ejemplo, fue uno de los grandes difusores de
los relatos futboleros del autor, leyendo en radios de frecuencia nacional
cuentos como “Me va a tener que disculpar”, “Ultimo hombre”, “La promesa”, “De
chilena”, “Independiente, mi viejo y yo”. Después vino El secreto de sus ojos ,
la película de Campanella basada en la novela de Sacheri La pregunta de sus
ojos , que armó el puente literatura-cine por el que hoy se sigue moviendo
(trabajó en la flamante Metegol , sin ir más lejos). “Me gusta contar historias
de personas comunes y corrientes. Personas como yo mismo”, escribió como coda a
La vida que pensamos , su nueva publicación, que reúne una buena cantidad de
sus cuentos sobre fútbol. Sobre ese género hablamos.
Da la
impresión de que la literatura de (o sobre) futbol encuentra su mejor forma en
el cuento, mucho más que en la novela. ¿Encontrás alguna razón para ese
maridaje entre fútbol y relato breve?
No estoy
seguro de los motivos. Tal vez el cuento, en su brevedad, evita incurrir en
ciertas redundancias. El fútbol, como experiencia de juego y como relato,
incluye ciertas regularidades previsibles. Tal vez en una novela se corre el
riesgo de sobreabundar en esos aspectos previsibles. Y en el cuento, en cambio,
autor y lector pueden prescindir –porque lo dan por sentado– de buena parte del
contexto, para detenerse exclusivamente en un detalle, en un asunto mínimo que
se vuelve el centro de la trama. Pero insisto, es una idea que se me ocurre a
partir de tu pregunta. No quiero ser concluyente.
Hay
elementos narrativos que funcionan muy bien en relatos de fútbol (el humor, el
uso de la oralidad, los golpes emotivos) ¿cuáles, en cambio, te parece que no
funcionan, que chocan con la naturaleza del cuento futbolero?
De leer con
frecuencia cuentos futboleros, puedo detectar al menos dos tentaciones que los
vuelven fallidos. Por un lado, la instalación y enumeración exhaustiva de
personajes y la descripción puntillosa de acciones del juego. Tiene que ver con
lo que hablábamos recién. El contexto del juego es sabido y tenido en cuenta
por autor y lector. Detallar ese universo “empasta” el relato de manera
insalvable. Otro defecto posible es cuando se apuesta por completo al efecto
emotivo de un relato, como si su autor confiase en que la pura emotividad de la
experiencia que se relata garantizase la calidad del cuento. Si está mal
narrado, ninguna emotividad te pone a salvo de eso.
Hay algo muy
íntimo entre el fútbol y la identidad nacional, para decirlo ampulosamente. ¿Te
parece que podrías narrar cuentos de fanáticos de la Juventus o historias de
jugadores del Manchester City?
Complicado,
eso de la “identidad nacional”. Digo, como toda generalización. El vínculo
entre fútbol e identidad me resulta más sencillo de diagnosticar que de
definir. Creo que no podría narrar cuentos sobre la Juve o el City, porque son
realidades que conozco sólo superficialmente. El fútbol que puedo usar como
materia literaria (si tal cosa existe) es el nuestro. Ahora bien: creo que un
futbolero nacido en Italia o Inglaterra bien puede encontrar su propio mundo en
cuentos escritos en Argentina. Creo que, en lo profundo, los distintos
“munditos” se parecen.
Si tuvieras
que armar rápidamente una antología personal con textos que te gustan sobre
fútbol, ¿qué selección armarías?
Ah, si tengo
la posibilidad de armarlo según mi gusto, seguro que elijo cuentos.
De
Fontanarrosa: “La observación de los pájaros”, “19 de diciembre de 1971”, “La barrera”.
De Soriano: “El penal más largo del mundo”, “Gallardo Perez, referí”, “El
reposo del centrojás” (que no es un cuento pero merece serlo). Y agrego un par
más: “Puntero izquierdo” (Mario Benedetti), “Señor Labruna” (Rodolfo Braceli) y
“Del diario íntimo de un chico rubio” (Walter Vargas).
En la
dedicatoria del libro decís que el amor al Rojo te lo dio tu viejo. ¿Cómo fue
el laburo para que tu hijo sea de Independiente?
La verdad,
fue bastante sencillo. Nuestra primera vez en la cancha juntos fue en 2002,
cuando él tenía cinco años. Y siempre lo vemos juntos, por la tele de
visitantes y en la cancha, de local. Compartir el equipo con tu hijo es, me
parece, una de las mejores cosas que te puede pasar. A lo largo de la vida
existirán muchas razones para discutir, pelear o distanciarse. Pero si
compartís el amor por una camiseta habrá un nudo que estará siempre ahí,
juntándote.
¿Cómo estás
viviendo el descenso del club?
Supongo que
pasé por distintas fases. La del temor, la de la frustración, la de la rabia,
la de la angustia, la de la resignación. De todos modos, creo que la crisis de
Independiente como club es algo mucho más antiguo que estas tres pésimas
campañas que lo condujeron al Nacional B. Durante unos cuantos años el club
padeció el descalabro económico y dirigencial. Corregir esos defectos es la
misión que tenemos los socios del club hoy. Más allá de la categoría en la que
nos toque jugar.
¿Qué se
puede hacer como socios?
Temo que mi
respuesta sea obvia, pero creo que la participación civilizada en el club es
esencial. Hablo de civilizada porque el espectáculo que dieron algunos socios
en la última asamblea, después del descenso, escupiendo al paso del presidente
del club y revoleando cosas, me humilló y me llenó de vergüenza. De todos modos,
para que los clubes sean instituciones sólidas y viables, la AFA debería tener
sistemas de control y auditoría de los que carece absolutamente.
¿En qué
grandes etapas históricas se podría segmentar la historia de Independiente?
No me atrevo
a periodizar toda su historia (porque carezco de los conocimientos necesarios,
me parece). Sí creo que entre 1964 y 1984 tuvimos nuestro período de mayor
esplendor y nos convertimos en un club muy poderoso y respetado. Y desde
mediados de los 90 hasta el presente dilapidamos prestigio, solidez económica y
credibilidad dirigencial. Nos hemos ido al descenso como castigo a ese
descalabro.
Hay un mundo
satelital al fútbol que en cierta medida es también un gran relato: el de los
programas deportivos, los debates, la prensa, etc. ¿Cuál es tu relación con ese
mundo?, ¿qué te seduce y qué te distancia de esa retórica?
La respuesta
breve sería que me distancia casi todo y me seduce casi nada. Creo que una de
las peores cosas que le ocurrió al fútbol de los años 90 para acá fue su
farandulización, su deglución por parte de los medios masivos, sobre todo de la
televisión. Uno pensaría que es inconcebible hablar 24 horas de fútbol. Y sin
embargo, uno puede armar una grilla de 7 x 24 como para estar toda la semana
viendo y oyendo hablar de fútbol. Claro, el fútbol en sí se agota mucho antes
de eso. Lo que queda, entonces, es la periferia hueca del fútbol.
Otra gran
zona de relatos, podríamos pensar, son las chicanas entre hinchas de clubes. En
los últimos años, sin ir más lejos, llegó la moda de los carteles después de
los clásicos y las desgracias ajenas. ¿Te interesa la tradición de la rivalidad
para tus propios relatos? ¿Cómo te llevás con eso?
No es un
buen momento para dar mi opinión porque si digo que estoy en contra de ese
supuesto folclore me dirán que me cubro las espaldas como hincha de
Independiente. Lo cierto es que lo pensé siempre. No me gusta burlarme de los
demás. Si el fútbol te importa, y tu equipo perdió, estás herido. Con razón o
sin ella, estás dolido y por el piso. De chiquito aprendí que no se le pega a
alguien en el piso. Así de simple.
Para ir
cerrando, te cambio de tema. Trabajaste ahora en la escritura de la película
“Metegol”. ¿Cómo fue el proceso de laburo del texto? ¿Qué particularidades te
parece que tiene el cine a la hora de “tratar” temas futboleros?
Si bien
partimos de un cuento de Roberto Fontanarrosa, “Memorias de un wing derecho”,
fue un trabajo muy libre. El cuento nos sirvió como disparador, como
inspiración para instalarnos en cierto universo. Pero los personajes, los
conflictos, las peripecias que atraviesan, las creamos desde cero. Si bien la
película no trata “sobre” fútbol, es cierto que “tiene” fútbol. Y eso nos
planteó, creo, dos tipos de dificultades, unas técnicas y otras narrativas. Por
el lado técnico, es muy difícil hacer escenas de ficción con fútbol. Sucede
hasta en los cortos publicitarios. En general se “nota” el fingimiento. Creo
que los animadores sortearon muy bien ese riesgo. por el lado narrativo, el
riesgo del fútbol son los sobreentendidos vinculados con la pasión, el amor a
la pelota, etc., que pueden conducir a un fácil empalagamiento. Como en la
construcción de la historia estoy involucrado, prefiero no opinar sobre si
fuimos capaces de sortear esos peligros, o si sucumbimos a ellos. Quedará para
los espectadores.
Fuente Clarín