Por Nahuel Lanzillotta
Independiente
vivió en Junín una verdadera noche de Halloween. Sumó otro empate con sabor a
nada y el ciclo de Vaccari no entrega una idea de juego luego de 17 partidos.
De terror.
Los
numeritos fríos de las estadísticas muestran que con Julio Vaccari
Independiente superó la marca de Ariel Holan y que lleva 12 partidos sin
conocer la derrota en el campeonato local.
¡Qué bien!
La cuestión empieza a no ser tan color de rosa cuando se pone sobre la mesa que
de esos 12 encuentros sin caer, ocho fueron empates y apenas cuatro fueron
triunfos. Y la película se vuelve de terror cuando se lo ve jugar a este equipo
de Avellaneda fecha tras fecha. En Junín fue una verdadera noche de Halloween,
sin absolutamente nada para rescatar.
“Dulce o
truco”, suelen pedir los chicos cuando tocan a la puerta vestidos con los más
ingeniosos disfraces en esta época del año. Lejos de los tiempos dulces, a este
Independiente parecen haberle jugado el peor de los trucos. Fue a buscar un
entrenador con un perfil que, a priori por su paso por Vélez y Defensa y
Justicia, era el más propicio de lo que había disponible en el mercado por su
manera de entender el juego y de hacer funcionar a sus equipos con una
propuesta audaz y ofensiva.
Sin
embargo, 17 partidos después, el mismo Vaccari que se motivaba por el “olor a
sangre” que había en el Rojo resultó ser hasta ahora un Drácula sin colmillos
que no logra hacer que sus dirigidos reflejen la agresividad, la intensidad y
el volumen de juego necesarios para exhibir esa idea por la que se lo contrató.
Independiente
no mejora. Y, lo más preocupante, es que después de una considerable suma de
compromisos, es dificultoso poder describir cuál es la estrategia elegida, cuál
es la búsqueda de un elenco que no presiona alto, no genera fútbol de modo
colectivo y tampoco se destaca por sus individualidades. Para colmo, su única
virtud que era el orden defensivo, algo que le hacía casi imposible a los
rivales de turno penetrar la valla del Diablo, ya no es invulnerable y la
mayoría de las veces le debe el cero a su arquero más que a una solvencia
defensiva.
Pero la
falencia más grave está de mitad de cancha hacia adelante, en donde el
funcionamiento no fluye (hace rato). Atornillado al esquema 4-3-3, Vaccari
propone jugar con interiores y extremos, estos últimos a pierna cambiada. De
los seis jugadores que se desempeñan del círculo central hacia adelante, la
mitad parece intocable: Iván Marcone (el 5), Santiago Montiel (extremo derecho)
y Gabriel Ávalos (el 9), los otros puestos han rotado y siguen rotando sin un
dueño fijo.
¿A qué
juega el Rojo de Vaccari? Es la gran pregunta. Y es muy difícil de contestar.
Es un equipo que no tiene un juego bien definido. Por su condición de utilizar
extremos a perfil cambiado no suele apelar a los desbordes y los centros.
Tampoco suele romper por dentro, aunque a veces trata de hacerlo Federico
Mancuello en estos últimos encuentros. No hay pases filtrados. No supo
construir aún sociedades identificables en cada sector del campo. Ni siquiera
es un equipo que se destaque por pegarle al arco.
Independiente
no lastima. No destaca por sucesión de toques. Y la mayoría de las veces
termina en pelotazos para saltar líneas, apostar a que Ávalos gane en las
alturas y la baje, como funcionó en el gol de Mancu ante Lanús. Por esa vía más
directa puede tener éxito una vez, dos también, pero es una herramienta de
corta vida.
Cada
presentación se parece a un film de horror de esos que hacen que el público
quiera taparse los ojos para no ver porque sabe que en cualquier momento algo
malo puede suceder. Esa es la sensación que este Independiente entrega partido
a partido. Para colmo, los jugadores que funcionan tampoco logran continuidad.
Están los casos de Diego Tarzia y de Marco Pellegrino, sancionados por
indisciplina. Y, uno de los pocos que aporta algo distinto de cara a la
producción de juego, como Felipe Loyola, es “sacrificado” para cubrir el
lateral derecho ante la baja de Federico Vera, perdiendo así el motor del
mediocampo.
Los cambios
tampoco cambian nada. Vaccari echa mano al banco para suplir puesto por puesto.
En Junín, salvo Marcone, modificó al resto de los nombres de mitad de campo
para arriba y no hubo un tiro al arco. Lucas González, Jhonny Quiñónez, Alex
Luna, Alexis Canelo, Santiago Hidalgo entraron para refrescar piernas pero no
para intentar algo diferente en cuento a la propuesta. Y así, todo siguió igual
de mal, sin poder doblegar a uno de los peores equipos del año.
Lejos de
imponerse, de dominar, de dar miedo a sus adversarios, este Diablo inofensivo
asusta por su falta de respuestas futbolísticas en un ciclo que ya lleva un
tiempo considerable de trabajo.
Fuente
Infierno Rojo
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