Autor Andrés
Burgo
Se llamaba Juan
Carlos Revagliatti y murió hace poco, en 2019. Era un levantador de apuestas en
La Plata que visitaba al Estudiantes de Bilardo. Quienes jugaban con él a la
quiniela casi nunca ganaban y empezó a tener fama de portador de mala suerte.
Mencionar su apodo nació como un intento de provocarle infortunio al rival.
Quiricocho –o
Kiricocho, nadie sabe bien quién cómo se escribe- volvió a trascender fronteras
la semana pasada cuando el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez,
contó intimidades del Mundial junto a su par de la AFA, Claudio Chiqui Tapia.
“Estábamos en el
primer partido en Qatar, sentados al lado, y en 27 años no había escuchado este
nombre, pero en cada ataque contra la Argentina, ‘Kiricocho, Kiricocho,
Kiricocho’. Primero pensé que Chiqui estaba llamando a alguien pero después
supuse que tenía que ver con mala suerte al equipo que estaba atacando, pero
Kiricocho contra Arabia Saudita no vino. El segundo partido, cuando (Tapia) llegó
a la cancha, le digo: ‘Kiricocho por favor aparecé hoy porque te vamos a
necesitar’”, reveló Domínguez, durante la presentación del proyecto
sudamericano para el Mundial 2030.
Que el fútbol
argentino no es sólo un mercado exportador de jugadores sino también de lo
periférico ya se sabía, pero Kiricocho volvió a hacerlo: a su modo, participó
en Qatar 2022 para la tercera estrella de la selección. Al misterioso embajador
argentino de la superstición, mencionado por jugadores en campos de juego,
técnicos en bancos de suplentes, hinchas en tribunas y dirigentes en palcos, ya
no le quedan consagraciones por cumplir o torneos en los que participar:
también había sido invocado por futbolistas españoles en la final del Mundial
2010, italianos en la definición de la Eurocopa 2021 y mexicanos en la final de
los Juegos Olímpicos 2012. Su leyenda también llegó a la Champions League y en
especial a la liga española, donde nombrar a Kiricocho es tan habitual como
sacar del medio después de cada gol.
Alejandro
Domínguez cuenta su anécdota con "Kiricocho" en el Mundial
Originada en el
Estudiantes de Carlos Bilardo a comienzos de la década del 80, y exportada años
más tarde por los usos y costumbres de futbolistas argentinos desperdigados por
el mundo, Quiricocho es una expresión que se utiliza para desearle mala suerte
al rival: inmuniza contra la desgracia propia y provoca el infortunio ajeno.
Pero de Quiricocho no suele saberse más que eso, o sea casi nada. Tampoco hay
referencias en el fantástico diccionario del fútbol argentino que Olé publicó a
finales de la década del 90: de “Quipildor, Carlos, delantero de Atlanta y
Banfield en 1974 y 1975”, se pasa a “Quirincich, Jorge, defensor de Central Norte
de Salta en los Nacionales 1976 y 77”. Buscarlo con “k” también es en vano: a
“Kimberley, club de Mar del Plata que jugó seis Nacionales de Primera”, le
sigue “Kiska, Arturo, mediocampista de Quilmes en 1976”.
Si en el fútbol
hay ramas más cercanas a las supersticiones que otras, está claro que la
etimología de Kiricocho no proviene de la Naranja Mecánica de Holanda del 74
sino del Estudiantes de Bilardo. Pero su rastreo personal es difícil porque el
técnico campeón del mundo en México 1986 sólo habló una vez del tema. Las
cábalas se ejercen, no se dicen: “Quiricocho era un muchacho de La Plata que
siempre estaba con nosotros, y que como ese año salimos campeones (en
referencia a 1982) lo adoptamos como amuleto. Era un buen pibe pero después ya
no lo vi más. La última vez que estuve dirigiendo a Estudiantes (2003-04)
pregunté por él y nadie sabía nada. Pero aunque no lo creas, cuando fui a
España a dirigir al Sevilla (entre 1992 y 1993) hubo un penal para los otros
(por los rivales) y escuché que alguien atrás mío gritó: 'Quiricocho,
Quiricocho'. Yo no lo podía creer, hasta que el Cholo (Diego Simeone) y Diego
(Maradona) me avivaron de que ellos lo habían dicho un par de veces y que el
resto lo aprendió”.
Para encontrar
pistas en La Plata del hombre que inspiraría a miles de gritos esotéricos hay
que ajustar la mira en El Mondongo, el barrio de René Favaloro. Como el
cardiocirujano más famoso, que era hincha de Gimnasia, el Mondongo es una zona
platense mucho más relacionada a la porción azul y blanca de la ciudad: de
hecho, su nombre tiene relación con el apodo original de Gimnasia, el
“Tripero”, también proveniente de los frigoríficos cercanos de Berisso, cuyos
trabajadores volvían al barrio con mondongos, achuras y otros tipos de carne.
Juan Carlos Revagliatti, el nombre real de Quiricocho, en cambio era de
Estudiantes por herencia de su papá, apodado Titi, “pincharrata” de nacimiento.
Quiricocho no
tuvo una vida sencilla. Según aseguran quienes lo conocieron, fue un hombre
solitario, a quien no se le conocieron parejas ni tuvo hijos, con una leve
discapacidad cognitiva, una condición que lo convirtió en uno de esos
“allegados” que el fútbol suele adoptar con cariño real –y tal vez alguna burla
solapada, pero en definitiva asignándole un lugar de pertenencia-. Nació en
1949 y desde chico vivió sobre la calle 67, entre 117 y 118, a metros de la
iglesia San Pablo. Acudió a la misma escuela de Favaloro, la 45, que hoy lleva
el nombre del hijo pródigo de El Mondongo, en donde repitió no pocas veces de
grado, hasta que finalmente terminó la primaria en un establecimiento nocturno.
Ya desde chico se hacía querer y, acorde a la costumbre de una época en la que
los muchachos se llamaban entre sí más por sus apodos que por sus nombres,
también a él le correspondió uno o más seudónimos. Si algunos vecinos, aún hoy,
creen recordar que se llamaba Carlos o Carlos Rodolfo -por más que su nombre
real era Juan Carlos-, e incluso no se ponen de acuerdo en cómo se escribe el
apellido -Revagliatti o Rebagliatti-, lo que sí está claro es que le decían
“Carlitos”, “Monito” y “Titi” pero que sus dos sobrenombres más habituales eran
“Quiricocho” y su diminutivo, “Quiri”, cuyos orígenes o significados sin
embargo no están claros. Muchos de los amigos de su infancia, que podrían
explicar qué quería decir el apodo que con el tiempo se convertiría en sinónimo
de mala suerte en el fútbol, ya murieron.
Quiri,
Quiricocho, Carlitos, Monito o Titi solía moverse entre los clubes de barrio
(casi siempre el Club Social, Cultural y Deportivo Instituto, de vez en cuando
el América) y los bares de su zona, también llamados boliches, en los que
transcurría buena parte de la vida social tras la jornada laboral. Su favorito
era el Sordo Varela, un local camuflado en cuyo interior se transmitían, entre
rondas de vermouth, los resultados de las carreras de caballos y las jugadas de
quiniela. Justamente, las apuestas –no las oficiales sino las clandestinas, las
ilegales, aunque todo el barrio y la policía estaban al tanto- darían inicio a
su relación con el fútbol y a la insólita masificación de su apodo.
Barrio El Mondongo
Como sucedía en
el resto del país, cuando alguien tenía un buen pálpito –moría un famoso y
querían apostar por el 48, “el muerto que parla” en el significado de los
números de la quiniela-, en El Mondongo había tres o cuatro personas de
confianza que ofrecían un premio mayor a los pozos de las loterías nacional o
bonaerense. El padre de Juan Carlos, Titi Revagliatti –de ahí que a Quiricocho
también le dijeran Titi-, era uno de los más conocidos “capitalistas”, como se
denominaba a quienes tomaban esas apuestas por fuera de las agencias oficiales
y la respaldaban con su dinero. De acertar el pleno, pagaban 17 veces lo
apostado. Su hijo, Quiricocho, lo ayudaba con lo que en el argot de la época se
llamaba “pasar quiniela” o “levantar los números” o “tomar los números”. Es
decir, Quiri visitaba a sus clientes, tomaba las anotaciones (“Jugame 100 pesos
a la cabeza del 15 y 10 pesos a los premios”) y se las llevaba a su padre.
La acción era
ilegal pero en la práctica contaba con el aval de la policía, salvo algún
desacuerdo temporario. En uno de esos paréntesis, Quiricocho fue interceptado
en la calle y enviado a la comisaría novena de La Plata durante un fin de semana
pero nunca entregó la prueba del delito: durante las más de 48 horas en las que
quedó detenido se guardó el rollo de papel con las anotaciones del juego en el
orificio anal. La policía lo revisó pero no le encontró nada y debió soltarlo:
así de personaje era Quiricocho. “Lo tengo grabado en la cabeza, flaco,
narigón, de pelo castaño, tirando a rubio, medio encorvado, de caminar rápido,
moviendo los brazos. Caminaba como escondiéndose, posiblemente porque estaba en
falta”, reconstruye Alfredo, un vecino de aquella época.
Quiricocho
también era futbolero y de joven solía jugar con sus amigos, mayoría de ellos
de Gimnasia, en las canchitas improvisadas del Bosque de la ciudad. Ya en la
década del 60 había sido vecino de Bilardo y de Raúl Madero –ambos médicos,
jugadores en el Estudiantes campeón del mundo de 1968 y luego compañeros de
cuerpo técnico-, quienes también habían vivido en El Mondongo, pero su ingreso
al fútbol profesional fue a comienzos de los 80, cuando el Estudiantes de
Bilardo comenzó a entrenarse algunas veces, en especial en los días de lluvia,
en “Líder”, un potrero del Bosque. Quiricocho –hincha del “Pincha”, además-
solía acercarse a ese lugar. Y así como ya tenía a sus clientes diseminados en
distintos puntos del barrio y de la ciudad, un día también empezó a levantar
quiniela en el plantel del Estudiantes de 1982.
El plantel de
Estudiantes de La Plata, campeón del Metropolitano 1982. Foto: El Gráfico.
Mito o realidad,
casualidad o broma, en el club empezó a decirse que, si apostabas un número con
Quiricocho como levantador, ese número no salía. Códigos de vestuario o broma
de grupos de hombres, ese rumor comenzó a crecer. Es fácil imaginarse frases
como “Con vos no ganamos nunca”, una de las formas con las que el plantel
terminó de integrar a un muchacho querible, que recién había pasado sus 30
años. Entonces Juan Carlos Revagliatti, aunque nadie lo llamaba por su nombre
ni apellido, se ganó una reputación de mufa. O de “fierro”, como se decía en
esa época –o gafe en España, pavoso en Venezuela y salado en México-. Alguien
debía patear un penal en el entrenamiento y de fondo se escuchaba
“¡Quiricocho!”. Lo mismo con un tiro libre, o un mano a mano. Hasta que lo que
era una broma interna del plantel un día traspasó esa barrera y Bilardo y los
jugadores la transformaron en una arma oral para el campo de juego: Quiricocho
se sumó al ministerio de las cábalas del entrenador más supersticioso.
Su presencia en
las prácticas se hizo cotidiana, ya no sólo como levantador de quiniela. El
entrenador le asignó a Quiricocho dos roles en cada presentación de Estudiantes
como local. Primero esperaba la llegada de las delegaciones visitantes para
hacerse pasar por un hincha de ese equipo y le daba una palmada de aliento a
cada jugador. De inmediato activaba la segunda parte: salía disparando hacia la
tribuna visitante para transmitir su supuesta energía negativa durante los
partidos. Solo cada tanto tenía trabajo extra en la semana previa y acudía a
los entrenamientos del rival para comenzar a contagiar su mala suerte.
Aquel Estudiantes
era un gran equipo y se consagró bicampeón del Metropolitano 1982 y el Nacional
1983, aunque en este último torneo el entrenador ya era Eduardo Luján Manera
(Bilardo acababa de asumir en la selección tras su éxito reciente). Entre ambas
campañas sólo perdió dos partidos en La Plata, 1-2 contra Boca por el Metro
1982 y 0-1 ante Vélez por el Nacional 83, y la industria bilardista de cábalas
les adjudicó las vueltas olímpicas también a Quiricocho, que primero fue una
persona y después se convirtió en un rito y grito, ya sea en Estudiantes, en la
selección de Bilardo y finalmente en Europa (y el resto del mundo).
La historia
siguió sumando curiosidades. Maradona y Simeone, que jugó seis partidos en la
selección de Bilardo entre 1988 y 1990, llevaron la expresión al Sevilla del
“Narigón” a comienzos de los 90. Quiricocho, que por entonces había dejado de
ser visto en el ambiente del fútbol, comenzó a hacerse conocido en España. Ya
era una celebridad en las canchas argentinas: como un anti Pugliese del rock,
jugadores y técnicos de cualquier equipo gritaban Quiricocho para mufar a sus
rivales cada vez que tenían una posibilidad de gol muy concreta, en especial un
penal. Los hinchas, siempre dispuestos a darlo todo, irracional o no, se
sumaron al poco tiempo. Para su globalización también fue decisivo el ex
arquero Rubén Cousillas, ya reconvertido en ayudante de campo del técnico
Manuel Pellegrini en Villarreal primero y Real Madrid después, que en cada ataque
enemigo gritaba ese extraño nombre desde el banco de suplentes. Uno de los
jugadores que la dupla sudamericana dirigió en aquel Submarino Amarillo entre
2007 y 2009 fue el lateral Joan Capdevila, que en Sudáfrica 2010 recurrió a la
salvación menos pensada en la jugada más dramática de la final, cuando el
delantero holandés Arjen Robben quedó solo ante Iker Casillas.
“En la
desesperación se me ocurrió gritar Quiricocho. Cousillas no paraba de decir esa
palabra y le preguntamos qué era. Nos dijo ‘mala suerte para el rival’ y a mí
me funcionó”, reconoció Capdevila.
“La leyenda de
Quiricocho” | El día después
Quiricocho también
fue campeón olímpico: los jugadores mexicanos contaron cómo invocaron su nombre
durante la final de Londres 2012 ante Brasil. En la definición por penales del
Mundial 2014 ante Holanda, Enzo Pérez reconoció que gritó unos cuantos quiricochos
en el momento en que ejecutaban los europeos. Ya campeón del mundo después de
Rusia 2018, en un video de un entrenamiento de la selección francesa que
Antoine Griezmann subió a sus redes sociales, se escucha cómo uno de sus
compañeros le grita quiricocho para darle mala suerte en un remate al arco. En
febrero de 2021, en un informe titulado “La leyenda de Quiricocho”, el programa
“El día después” demostró la vigencia del original amuleto bilardista en la
liga española. La ausencia de público por la pandemia permite escuchar cómo los
arqueros y jugadores rivales aúllan “quiricocho” segundos antes de que Lionel
Messi y Luis Suárez patearan penales para Barcelona y Atlético de Madrid,
respectivamente. También el noruego Erling Haaland, todavía en Borussia
Dortmund, gritó “Quiricocho” en marzo de 2021 para devolverle a Bono, el
arquero marroquí de Sevilla hincha de River, la palabra misteriosa que éste le
había gritado para intentar atajarle un penal por la Champions League. Y pocos
meses después, en la final de la Eurocopa 2021, el italiano Giorgio Chiellini
también dijo “Quiricocho” antes del penal que Gianluigi Donnarumma le atajó al
inglés Bukayo Saka en Wembley.
Lo curioso es que
a esa altura, aunque en verdad desde su paso por Estudiantes a comienzos de los
80 (¿también en algún entrenamiento de la selección de Bilardo?), Quiricocho ya
no volvió a ser visto en el fútbol. La tragedia golpeó a su familia con la
muerte de su padre, al que más de un rumor en el barrio la califica de
asesinato, supuestamente por una deuda no paga. La noticia salió en la tapa de
los diarios platenses. También la madre murió y Quiricocho siguió, solo, con su
viejo trabajo de levantador de quiniela, pero una depresión lo fue encerrando
cada vez más. Poco antes de la pandemia, en 2019, cuando ya tenía 70 años y
hacía varios días que no respondía el llamado de los pocos amigos con los que
seguía hablando, fue encontrado sin vida en el interior de su casa, en el mismo
lugar en el que su papá había fallecido. Llevaba varias décadas sin relación con
el fútbol, un ambiente en el que millones lo mencionaban sin saber quién era.
Todavía, es
cierto, hay países en los que su nombre no resulta conocido, como Colombia,
Perú, Guatemala o Uruguay, pero es cuestión de tiempo: los campeones dicen
Quiricocho.
Fuente TyC Sport
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