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miércoles, 11 de mayo de 2022

Homenaje a Bochini en Bilbao, por Eduardo Sacheri


 


Por Eduardo Sacheri


Invito a cualquiera que ame el fútbol, que ame un equipo, a que realice el siguiente ejercicio de construcción, como si se tratase de uno de esos aviones de juguete que vienen desarmados para que uno haga bricolaje.

 

Primero tome un jugador de fútbol joven, muy joven. Pero tampoco lo apresure. No haga como se estila últimamente, que se los vende a Europa en un intento de enderezar las desvencijadas finanzas de los clubes. No, el modelo que queremos construir es para los años 70, cuando se jugaba y se vivía más despacio, y entonces había tiempo como para ver crecer a los jugadores en su propio club y en su propio país, y era una maravilla.

 

Ubíquelo luego en la posición de número 10, que de por sí ya dice algo. Para que quede claro que ese muchacho es de los que saben, de los que son distintos, de los que pueden cambiar –para mejor- las cosas.

 

Suéltelo a jugar, como quien suelta palomas. Pero este no le se le va a escapar volando. No. Nada de eso. Preferirá quedarse ahí, sobre ese pasto no demasiado verde ni demasiado abundante de las canchas de entonces, ataviado más mal que bien con esas camisetas de piqué que solían llevarse, alimentado más por los aplausos que por los millones de pesos, mire de qué tiempo lejano estamos hablando.

 

Disfrútelo. Advierta la técnica depurada de un esteta. La gambeta, el pique, el cambio de ritmo, la elegancia. No se asombre de que en el país comiencen a llamarlo “El mago”. Cuando usted lo vea jugar entenderá que no exageran.

 

Hablando de ver, eso sí, vale que le aclaremos algo. No se imagine la estampa de esos atletas con el pelo tieso de gel y los músculos henchidos y los tatuajes abundantes que se usan actualmente. No. El modelo que le presentamos es más bien retacón, estrecho de hombros, de ojos esquivos. Tiene pinta de estar siempre pensando en otra cosa. Además se irá quedando calvo.

 

Pero no le hará falta ser hermoso. Le juramos que usted no va a echar de menos su belleza física. Porque la que le prodigará con una pelota en los pies eclipsará cualquier añoranza. Es más: a medida que el modelo envejezca usted podrá ver cómo evoluciona su estilo de juego. Dejará de ser el joven veloz que gambetea para convertirse en el estratega de los pases quirúrgicos. Y al final de su carrera será un tótem con radar de murciélago que sabe todo lo que sucede sobre cada brizna de pasto, un titiritero esclarecido que mueve todos los hilos de sus compañeros y de sus rivales y del mundo entero.

 

Si esta enumeración de virtudes inusuales no le resulta suficiente, no se preocupe. Porque tiene más. Para empezar, le garantizamos una durabilidad extraordinaria. Podrá ponerlo a jugar casi veinte años en la primera división del fútbol argentino, desde 1972 hasta 1991, casi sin lesiones.

 

Y no requerirá que le cambie los colores. Sólo necesitará la camiseta de la selección nacional, para vestirlo de vez en cuando. Por ejemplo, para que forme parte, unos minutos, del partido semifinal del Mundial 86 que Argentina le gane a Bélgica.

 

Y por encima de su durabilidad, y muy por encima de la persistencia de sus colores, le garantizamos un rendimiento inigualable. De verdad, inigualable. En sus casi veinte años de carrera –siempre con la misma camiseta, perdón por la reiteración, pero necesitamos insistir en este punto, porque nos emociona- conseguirá que su equipo obtenga cuatro títulos nacionales y nueve coronas internacionales, que se dice pronto, pero es algo al alcance de casi nadie: Los torneos nacionales de 1977 y 1978. Los torneos de Primera División 1983 y 1988/89. Las copas interamericanas 1973, 1974 y 1976. Las Copas Libertadores de América 1973, 1974, 1975 y 1984. Y las Copas Intercontinentales 1973 y 1984.

 

Parece un personaje de ficción. Pero resulta que no. Porque este héroe modélico existió. Existe. Desde el año pasado el estadio del Club Atlético Independiente lleva su nombre. Y en el estadio está su estatua. Y al pie de su estatua los socios del club hemos dejado escrito lo siguiente: “Ricardo Enrique Bochini. Síntesis de belleza en el juego, amor por la camiseta y hazañas inolvidables. Faro que nos enseña el camino hacia el club que supimos ser y merecemos ser. Símbolo de un club que a pura fuerza de epopeyas deportivas instaló su nombre en el firmamento de América y del mundo. Ricardo Enrique Bochini. En un club plagado de leyendas, la más grande de todas las leyendas.”

 

Está muy bien, Ricardo querido, que sea ahora otro club plagado de leyendas, el Athletic de Bilbao, el que te abrace y salude, también, tu leyenda.



Fuente Soy del Rojo


 

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