Por Nahuel Lanzillotta
El de Carlos
Tevez está lejos de ser un equipo de autor y, aún cuando tiene todo a favor y
parece estar en su noche, se autoboicotea por su fragilidad anímica.
Todavía se le
busca alguna explicación de lo que pasó en la fatídica noche del lunes en
Avellaneda. La incredulidad dejó absortos a todos. Algunos hinchas se descargaron
puteando un poco, pero la gran mayoría no tenía fuerzas ni para eso y se fue de
la cancha con la tristeza a cuestas, una vez más. ¿Qué le pasó a Independiente
en el segundo tiempo ante Talleres? ¿Por qué no pudo sostener todo lo muy bueno
que había hecho en la primera parte?
Toda la
irregularidad que el equipo de Carlos Tevez venía mostrando de fecha en fecha a
lo largo de la Copa de la Liga la demostró de un tiempo al otro en el
Libertadores de América “Ricardo Enrique Bochini”. Fueron dos caras opuestas de
un mismo equipo. Y ese entusiasmo que había generado con autoridad y un juego
punzante en los 45 minutos iniciales se esfumó ante el primer cachetazo del
rival, lo que habla de una fragilidad anímica alarmante.
Pareció haber
entendido de arranque al fin lo que se estaba jugando, Independiente. Pareció
haber recuperado ese corazón valiente del comienzo del ciclo de Tevez,
caracterizado por la intensidad, las ganas y no entrar al campo con los
“zapatos de baile”, como el propio Apache había declarado en su conferencia de
prensa de presentación.
Independiente
superó en todas las líneas a un Talleres siempre peligroso y mejor armado en
plantel. Lo atosigó. Casi no lo dejó pasar la mitad de la cancha (apenas una
jugada de peligro generó la T: un tiro libre de Botta que se fue cerca). Y lo
golpeó en momentos exactos con el efecto sorpresa. La inclusión de Adrián
Spörle como volante izquierdo y no como lateral fue todo un acierto ya que el
ex Banfield pisaba el área de enfrente siempre libre. Lo hizo en el 1-0, de
hecho.
El Diablo sacó
ventaja de dos goles y, encima se fue al descanso con un hombre más. El
panorama era inmejorable. Sin embargo, ni teniendo todo a favor este
Independiente se permite disfrutar. El rápido y fortuito gol de Federico
Girotti, ayudado por un desvío en Tata Martínez, lo llenó de miedos y le borró
toda seguridad al local.
En la jugada
siguiente, apenas tres minutos después, Talleres se aprovechó de esa endebleza
roja. Un tiro libre. Una segunda pelota que entró desde el costado. Y un solo
jugador visitante que saltó ¡en el área chica! Rodeado por cinco hombres de
Independiente más un Rodrigo Rey espectador. Nadie se movió. Todos se miraron
buscando echarle la culpa al de al lado. Todos la tuvieron.
Desde ahí, el
Rojo sufrió. Quedó encadenado a una de las inhibiciones más preocupantes que lo
persigue y no se trata de algo económico. Independiente también está inhibido
mentalmente. Es un plantel que se encuentra psicológicamente vulnerable y que
parece quebrarse en los momentos más delicados. Como un castillo de naipes que
se desmorona ante la primera brisa.
Es cierto que
supo encontrar momentos o algún que otro partido en los que logró demostrar
mayor solvencia, como al levantar contra Barracas Central y contra River. Pero
no puede ir más allá. No se permite extender esa actitud en el tiempo. Y
construir así es muy difícil.
Está claro que
puntualmente el partido del último lunes encuentra en los futbolistas a sus
principales responsables. No obstante, la clasificación no se pierde en ese
único encuentro. Son 14 las fechas que pasaron y ahí es donde el peso también
recae sobre la espalda del entrenador, que no tuvo éxito en ese lapso en
inculcarle una idea a sus dirigidos.
Independiente es
un equipo que no está convencido de lo que tiene que hacer en el campo. Y eso
lo lleva a dudar. Esas dudas le abren la puerta a los temores que aparecen
cuando el panorama se complica. Sin dudas es uno de los aspectos fundamentales
en los que deberá trabajar Carlitos para cambiarle la cara a su Diablo.
Fuente Infierno Rojo
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