Por Eduardo Verona
Se veía venir el rechazo a la gestión económica y sobre todo
futbolística que lideran Hugo y Pablo Moyano en el club de Avellaneda y la
derrota frente a Banfield precipitó el gran malestar de los hinchas, que
insultaron a los jugadores y a la plana mayor de la dirigencia
El coro (desafinado pero uniforme) de insultos que al final
del partido frente a Banfield se enfocaron en el presidente de Independiente,
Hugo Moyano, parecieron definir un nuevo escenario en el club de Avellaneda.
Fue la primera vez que numerosos grupos de hinchas (de la popular y de las
plateas) direccionaban su fastidio, su dolor y su bronca en la dirigencia por
la errática marcha del equipo que conduce Fernando Berón.
Se sospechaba que esto en algún momento podía ocurrir. Y las
sospechas estaban directamente vinculadas a los graves problemas que vienen
jaqueando a Independiente. Problemas económicos y problemas futbolísticos que
se proyectan desde aquella consagración como campeón de la Copa Sudamericana el
13 de diciembre de 2017.
Esa noche comenzó el desconcierto que abarcó a la dirigencia
y al cuerpo técnico que comandó Ariel Holan. Desde allí, todo fue una suma de
desaciertos permanentes. Como si Hugo Moyano y su hijo Pablo hubieran arrancado
una etapa caracterizada por la autodestrucción. Y no hubo pausas en esta tarea
no deseada, pero sí reflejada en los hechos que se fueron sucediendo.
El sobreestimado Holan se reconvirtió en un entrenador que
exhumaba el perfume de los que se creen que se la saben todas. Lo embriagó el
triunfo. Lo mareó la gloria efímera. Y lo persiguieron fantasmas tan crueles
como la soberbia, el ego indomable y la superficialidad para observar la
totalidad del paisaje.
Nadie le paró el carro. Nadie lo frenó. Nadie le dijo que
tenía que revisar conductas alejadas de la humildad, la sensatez y la
prudencia. Es cierto, había sido el técnico que impulsó la coronación
internacional del equipo en Río de Janeiro. ¿Pero había que condecorarlo por
esa victoria? Quizás Holan pensó que sí. Y empezó el naufragio. Lento, pero muy
evidente.
Se fue cayendo el equipo. Y se fueron cayendo las variables
económicas del club comprometiendo severamente su equilibrio. En gran medida
por la desastrosa política que ejecutó en los distintos mercados de pases,
cometiendo errores flagrantes a la hora de las contrataciones. El ejemplo más
rotundo que sirve para revelar el perfil de su incapacidad al momento de elegir
un refuerzo, fue la llegada del paraguayo Cecilio Domínguez en poco más de 6
millones de dólares, que obligaron a Pablo Moyano a viajar de urgencia a México
para encontrarle una salida viable a una operación con el América que está al
rojo vivo.
Domínguez, de rendimiento paupérrimo en Independiente, es
apenas un eslabón más de otras incorporaciones (Barboza, Palacios, Chávez, Roa
y Lucas Romero, que en el último mercado demandaron una inversión que acarició
los 16 millones de dólares) muy fallidas.
Antes Holan y después Sebastián Beccacece aconsejaron,
sugirieron o directamente pidieron a jugadores que no estuvieron a la altura de
ponerse la camiseta de Independiente. Este despropósito fue estrangulando al
club, que vendió a individualidades de probada eficacia (Rigoni, Tagliafico,
Barco, Meza, Gigliotti) y sumó al plantel a una cantidad de jugadores que por
el valor de las transferencias y por los altos contratos en dólares, perforaron
la barrera del equilibrio económico y financiero.
La desprotección que expuso a Independiente, por supuesto no
fue solo producto de errores de cálculo. La dirigencia denunció no saber
manejar un área tan sensible como el fútbol. Los Moyano improvisaron sin ser
conocedores como para darse este lujo. Pueden improvisar de manera inteligente
aquellos que están capacitados para hacerlo. Ellos, no tienen ese don. Nunca lo
tuvieron. Y no se rodearon de gente apta para esa función.
Interpretaron que Holan después de la conquista de la Copa
Sudamericana tenía que hacer y deshacer sin interferencias. Y se hundieron
junto con él. Contrataron a Beccacece porque tenía buena prensa después de
dirigir a Defensa y Justicia. Y se siguieron hundiendo. Ya sin recursos a la
vista, le dieron aire en Primera al coordinador de inferiores, Fernando Berón.
“¿Quién te dice si sale campeón?”. Esta observación tan
liviana como despojada de cualquier tipo de análisis es la que manifestó Hugo
Moyano hace un par de semanas, respecto al futuro de Berón. Algunos triunfos y
una leve mejoría (que se desintegró con el empate ante Aldosivi y la derrota
frente a Banfield), alcanzaron para que lo ratificaran en el cargo hasta junio
del año que viene. Situación que ahora no parece tan definida.
La durísima despedida al equipo en la caída contra Banfield
estuvo signada por un rechazo popular que contempló el resultado y la
producción. Pero el gran protagonismo de la noche se concentró en la gestión de
Hugo Moyano. La desaprobación traducida en insultos estaba a la vuelta de la
esquina. Y no sorprendió.
Independiente es un paciente de alta complejidad. Debe
sueldos al plantel, tiene deudas por pases de jugadores que no abonó en su
totalidad, se le presentan dificultades operativas no menores y el equipo
pierde puntos porque no encuentra juego.
A casi dos años del cruce triunfal ante Flamengo en el
Maracaná, quedó en claro que se dilapidó una estupenda oportunidad. El segundo
período de Moyano en Independiente (las elecciones son en diciembre de 2021)
por el momento se encamina al aplazo. Desconocerlo forma parte de una ficción.
Fuente Diario Popular


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