Por Román Failache
Ya no es cuestión de escribir por placer. No imprimo éstas
líneas con ansias, todo lo contrario, quisiera no estar haciéndolo. Esta vez me
manifiesto en forma de súplica. Al técnico, a la mesa de tres dirigentes que
tienen el control de Independiente, a Fernando Hidalgo, a quien mierda sea.
A ellos, les pido que terminemos con esto. Ya está,
muchachos, no da para más. No forcemos cosas que no se van a dar. No vivamos de
una falsa esperanza. No vivamos más del club. Este técnico se tiene que ir hoy,
porque su ciclo se terminó hace rato.
El último año de Independiente fue una agonía que se fue
acrecentando hasta llegar a éste punto límite e irreversible. Se terminó de
derrumbar el castillo del entrenador. Comenzó a resquebrajarse el día que
renunció y volvió a agarrar porque sabía que Kohan se quedaría si él se iba; se
agrietó aún más cuando desarmó a un plantel campeón por puro capricho y
negocios con el representante; se desmoronó con la carajeada con Gigliotti en
la antesala con River y la amenaza de renuncia a los dirigentes si el Puma no
se iba; y se derrumbó hoy, apenas cuatro días después de una reunión con la
comisión directiva -en la que el presidente de Independiente no se hizo
presente porque debía asistir a un congreso sindical- en la que se preparó la
siguiente temporada.
No hay que mirar tanto los resultados y los numeritos, sino
las formas, aquello que nos idealizó y nos llevó a ser lo que somos. Ser
director técnico es saber liderar un grupo humano y Holan, de eso, no entiende
nada. No sabe. Nadie discute sus capacidades para leer los partidos, donde pisa
fuerte y demostró ser alguien muy capaz, sino que se cuestiona su liderazgo.
Sus manejos son desprolijos. Sus formas son oscuras, con mentiras por las
espaldas hacia sus subordinados. A la larga, eso te hace perder la
credibilidad, que es todo lo que una persona que está al mando de algo debe
priorizar e intentar sembrar, y eso se traslada a la cancha.
Lo del martes fue el pináculo del papelón. Perder un encuentro
está dentro de las posibilidades de este deporte, claro. Pero que tu equipo
salga con esa actitud conformista a disputar un partido de copa -con todo lo
que significa para nosotros-, con jugadores como Francisco Silva que
visibilizan sus faltas de conceptos para estar en este glorioso club, y siendo
atropellado por demás en materia de carácter por un rival claramente menor, es
imperdonable. Es peor que quedar afuera de la Copa de la Superliga contra el
último, incluso. Independiente puso tres mediocampistas centrales y ninguno fue
capaz de intentar bloquear un rebote en área propia para evitar un gol. Jamás
doblegó al rival, no lo incomodó salvo en los últimos diez minutos. Terminó
tirando centros a la nada, salvado de una embestida mayor gracias a un palo y a
un descuento de Silvio Romero, a quien Ariel Holan quiso nombrar capitán en
enero y en el próximo mercado será uno de los apuntados para ser transferido.
Paradojas, si las hay: quedó vivo y probablemente pase de fase, pero ¿y la
mística recuperada que nos vendió? ¿Y el juego del viejo Independiente que
había que pregonar? ¿Los valores? ¿El compromiso, la actitud y la intensidad?
Insisto, no todo es mirar los numeritos.
De ahora en más, cualquier decisión que no sea la de
enfocarse en un nuevo proyecto a largo plazo encabezado por otro entrenador,
será perder el tiempo. Hay tópicos que se vuelven irreversibles al llegar a
este punto de ruptura. Seguir formando y quebrando grupos de jugadores no tiene
ningún sentido, lleguen quienes lleguen. Seguir por este rumbo así es tapar el
sol con las manos. Si el técnico tanto quiere al club, debería dejar su ego de
lado y dar un paso al costado. Y, de lo contrario, son los dirigentes quienes
tienen que saber que el lugar que ocupan es para intentar defender los
intereses de un club que, por este camino, derrocha el prestigio que tanto
costó conseguir.
Fuente Orgullo Rojo
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