Foto Juan Ignacio Roncoroni
En caída libre desde hace varios meses, Independiente sigue
atrapado por su propio desconcierto futbolístico que, por supuesto, incluye al
entrenador Ariel Holan, especialista en patear la pelota para adelante
Solo. En la urgencia siempre impredecible, Ariel Holan se
está quedando solo, aunque la cúpula de la dirigencia de Independiente parezca
acompañarlo en su inevitable naufragio. La soledad que envuelve a Holan se
venía gestando desde el mismo momento en que él se vio como un prócer del club
de Avellaneda. Un prócer sin fecha de vencimiento.
¿Cuándo fue? Cuando salió campeón de la Copa Sudamericana el
13 de diciembre de 2017. Esa noche en el estadio Maracaná empezó todo. El
hombre acarició la gloria y se mareó. Lo cegaron las luces de la fama repentina
cuando nunca había estado cerca de ningún estruendo mediático.
La dimensión de ese estruendo fue su salvavidas de plomo.
Sintió que los hinchas de Independiente lo aclamaban. Que era la figura. El
salvador de la patria Roja. El protagonista que había recreado la mística y el
orgullo perdido.
El entrenador que había llegado en puntas de pie para
reivindicar la historia y el presente de Independiente.
Sin dudas, una ficción
adecuada a los deseos de Holan.
Demasiado ruido a su alrededor. Demasiados elogios y
obsecuencias iluminando su camino. Y la autoestima pegando bien arriba.
Le pasó a Carlos Bianchi en Boca y ese terremoto lo
metabolizó con equilibrio.
Le pasa a Marcelo Gallardo en River y no se le mueve el
pìso.
Holan no podría decir lo mismo. En absoluto. Se le movió el
piso. Y temblaron las paredes. Sus paredes.
Pidió frecuentar mayores espacios de poder. Y se lo dieron.
Hizo y deshizo. Armó y desarmó. Trajo jugadores (el noventa por ciento no
justificó su llegada; otros como Pablo Pérez, Domingo y Gigliotti enriquecieron
el plantel) y desafectó jugadores con un nivel de discrecionalidad llamativo,
muy superior a las facultades de un técnico. Y en general los errores en el
análisis final le ganaron por goleada a los aciertos.
La pésima relación que tuvo antes y tiene ahora con varios
integrantes del plantel a esta altura no sorprende a nadie. Pero no deja de ser
muy grave. Que un conductor de un grupo no sea capaz de relacionarse con una
sintonía no efectista con sus dirigidos, es un síntoma claro de su incapacidad
para liderar.
No se necesita ser amigo de los jugadores para tener un buen
ida y vuelta.
El Pato Pastoriza no era amigo de los jugadores que
conducía. Pero había reciprocidad y calidez en el trato.
Ricardo Giusti,
integrante de aquel Independiente multicampéón de los 80, lo reflejó en El
Gráfico en 2016 con absoluta elocuencia:
“El Pato era un crack como tipo. Era un compañero más, con
mucha personalidad. Te hablaba desde un lugar de hermano mayor. No se destacaba
por el trabajo táctico, pero armonizaba tanto el grupo que era fabuloso. Y muy
solidario: mucha gente que no tenía un peso iba a pedirle cosas a la pizzería y
él les daba a todos”.
Esa química que Pastoriza con naturalidad producía es la
química que Holan no tiene ni va a tener. Por el contrario: el maltrato y la
subestimación profesional que en privado los jugadores dicen recibir en
numerosas oportunidades (Gigliotti se despidió de Independiente por esa razón)
convierten al entrenador en un liberador de mala onda que se extiende con el
paso del tiempo, contaminando los microclimas. Y flagelando al equipo.
Asume Holan que tiene “un carácter bravo”.
Y aunque intente
disimularlo para caer simpático y entrador frente a la prensa, suele
traicionarlo su instinto y el peso inexorable de sus contradicciones.
Juan Carlos Lorenzo (el Toto) también contaba con un
“carácter bravo”.
Pero tenía muñeca para saber cuándo, dónde y cómo.
Muñeca y sentido del timming para establecer contactos y
sacarle lo mejor a cada jugador.
Lo sugestivo es que Holan parece actuar en dirección inversa
a la de Lorenzo: debilita a los jugadores. Como por ejemplo, lo hizo con Martín
Benítez, al que de tanto sacarlo, ponerlo y vapulearlo lo redujo a una versión
insegura, frágil y desconcertada. El caso Benítez se proyecta a todas las
estructuras que maneja.
En definitiva, las virtudes que expresó Independiente hace
poco menos de un año y medio cuando Holan logró darle al equipo una inspiración
colectiva acorde a las necesidades que sus hinchas reclamaban, se fueron
cristalizando en frustraciones sucesivas (la última fue la eliminación reciente
ante Argentinos Juniors) por una suma de inoperancias que abarcan al plantel y
sobre todo al cuerpo técnico.
Seguirá Holan siendo el entrenador de Independiente, según
lo que comentaron los Moyano (Hugo y Pablo) y el propio involucrado, aunque
nunca hay certezas. Las palabras se las lleva el viento. La realidad
inocultable es que el equipo está a la deriva desde hace demasiado tiempo. Y no
podía ser de otra manera.
Holan, en su ocaso, también está a la deriva.
Fuente Diario Popular
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