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domingo, 1 de julio de 2018

Argentina: la foto del desconcierto - Por Eduardo Verona




- Por Eduardo Verona

Argentina tenía chances ante Francia en la medida en que volcara sobre el campo de juego una determinación y una agresividad futbolística que no reveló.

Con el 2-1 parcial a favor no tuvo recursos para bancar el desarrollo del partido. Sin un contenido épico y sin capacidad para defender los espacios, se terminó mostrando como un equipo demasiado livianito y vulnerable al que Sampaoli le sumó su propio desconcierto.

Y Messi su inconstancia folklórica.

Si no existía un componente épico muy explícito e influyente, el cruce por octavos ante Francia aparecía como una misión no imposible pero andaba muy cerca. Esa épica tan reclamada para contraponer todo lo que en el plano del juego la Selección no tenía, no se expresó frente a Francia. Y la caída que lo eliminó de Rusia 2018 fue tan inexorable como dolorosa.

Tenía la necesidad imperiosa Argentina de constituirse en un equipo aguerrido y metedor para conservar alguna chance. Ese perfil nunca definido con claridad pero quizás evidente a los ojos de los que frecuentan el fútbol tuvo cierta manifestación en el 2-1 agónico contra Nigeria, con el golazo de Marcos Rojo.

Las posibilidades ante Francia se enfocaban no en encontrar el fútbol que esta Selección nunca mostró ni aún con el viento a favor que podía darle el siempre errático e inconstante Messi, sino en volcar sobre la cancha una determinación y agresividad bien interpretada que atravesara las paredes.

No ocurrió. La derrota por 4-3 dice poco. Los contenidos dicen muchísimo más. Fue el final para una generación de jugadores llamados hace más de una década a trascender en la Selección.

Nos referimos a Mascherano, Higuaín, Di María, Agüero, Banega, Mercado, Biglia.

¿Y Messi? Dependerá de lo que quiera hacer Messi. Lo indudable es que en distintas circunstancias y por distintas razones este núcleo duro de la Selección no logró dar respuestas plenas. No se borraron, pero no irrumpieron con la prepotencia que se les exige a las grandes individualidades.

Esta Selección que dirigió Jorge Sampaoli seguramente por última vez, estuvo agarrada con alfileres desde el mismo día en que asumió hace poco más de un año. La lógica del entrenador fue no parar de cambiar nunca. Tanto cambió de nombres y de sistemas durante las Eliminatorias y el Mundial, que nunca se terminó sabiendo que es lo que realmente pretendía. Y a que quería jugar. Este dilema esencial no resuelto arrojó a la Selección a las puertas del desconcierto más absoluto.

Se comprobó otra vez frente a Francia cuando desplazó a Agüero e Higuaín y dejó a Messi instalado como un falso nueve, despojado de compañías. Esa movida que no convencía a nadie, salvo a Sampaoli, produjo lo que todos sospechaban que iba a producir: un notable fracaso estratégico, que por supuesto también lo pagó Messi, aunque esto no lo exime de todas las responsabilidades, considerando su pobrísima producción y su acostumbrada tendencia a desalentarse y entregarse cuando el desarrollo del partido no es favorable.

A pesar de los errores estratégicos para leer las coordenadas reales del encuentro, Argentina pasó a depender de Argentina cuando Mercado celebró el 2-1 parcial en el arranque del segundo tiempo, después de desviar un remate débil de Messi. En ventaja, la Selección, insólitamente se descontroló. No se bancó el partido. Como si le quedara grande el objetivo de seguir en carrera en el mundial. Como si le faltaran argumentos de peso para sostenerse con autoridad futbolística.

Y se fue regalando hasta con inocencia. Regalando goles, inclusive. Como el tercero, oponiendo Armani también escasa resistencia. Hasta que Francia concluyó su cuenta en cuatro, con un Mbappe imparable en sociedad con Griezmann. No es que fue un equipazo Francia. El problema central es que fue un equipito Argentina. Muy frágil. Muy permeable. Muy livianito en todas las líneas. Generando la sensación inequívoca de que todo estaba sujeto a un libreto demasiado improvisado. Tan improvisado que pareció que ni Sampaoli tenía en claro que era lo que había buscado.

El descuento de Agüero sobre el cierre (había ingresado por Enzo Pérez promediando la segunda etapa) alcanzó a modificar en los papeles una chapa final que dejó a Argentina con las manos vacías. El retroceso que experimentó la Selección fue de alto impacto. No porque se haya quedado afuera de los cuartos. La realidad es que se quedó afuera de cualquier consideración positiva.

Está la Selección como en la etapa previa a la llegada del Flaco Menotti en octubre de 1974. Está a la intemperie. Sin una idea que la cobije. Sin una generación de jugadores que se despedirán. Y con una sobrecarga de frustraciones de largo aliento. Llegarán a partir de ahora las palabras grandilocuentes. Se hablará de guerra de egos. De refundaciones. De prioridades. De cambios superadores.

Habrá que esperar. El diluvio recién empezó. Y los oportunistas de toda especie van a multiplicarse por miles. Para confundir a casi todos.


Fuente Diario Popular

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