- Por Eduardo Verona
Argentina tenía chances ante Francia en la medida en que
volcara sobre el campo de juego una determinación y una agresividad
futbolística que no reveló.
Con el 2-1 parcial a favor no tuvo recursos para bancar el
desarrollo del partido. Sin un contenido épico y sin capacidad para defender
los espacios, se terminó mostrando como un equipo demasiado livianito y
vulnerable al que Sampaoli le sumó su propio desconcierto.
Y Messi su inconstancia folklórica.
Si no existía un componente épico muy explícito e
influyente, el cruce por octavos ante Francia aparecía como una misión no
imposible pero andaba muy cerca. Esa épica tan reclamada para contraponer todo
lo que en el plano del juego la Selección no tenía, no se expresó frente a
Francia. Y la caída que lo eliminó de Rusia 2018 fue tan inexorable como
dolorosa.
Tenía la necesidad imperiosa Argentina de constituirse en un
equipo aguerrido y metedor para conservar alguna chance. Ese perfil nunca
definido con claridad pero quizás evidente a los ojos de los que frecuentan el
fútbol tuvo cierta manifestación en el 2-1 agónico contra Nigeria, con el
golazo de Marcos Rojo.
Las posibilidades ante Francia se enfocaban no en encontrar
el fútbol que esta Selección nunca mostró ni aún con el viento a favor que
podía darle el siempre errático e inconstante Messi, sino en volcar sobre la
cancha una determinación y agresividad bien interpretada que atravesara las
paredes.
No ocurrió. La derrota por 4-3 dice poco. Los contenidos
dicen muchísimo más. Fue el final para una generación de jugadores llamados
hace más de una década a trascender en la Selección.
Nos referimos a Mascherano, Higuaín, Di María, Agüero,
Banega, Mercado, Biglia.
¿Y Messi? Dependerá de lo que quiera hacer Messi. Lo
indudable es que en distintas circunstancias y por distintas razones este
núcleo duro de la Selección no logró dar respuestas plenas. No se borraron,
pero no irrumpieron con la prepotencia que se les exige a las grandes
individualidades.
Esta Selección que dirigió Jorge Sampaoli seguramente por
última vez, estuvo agarrada con alfileres desde el mismo día en que asumió hace
poco más de un año. La lógica del entrenador fue no parar de cambiar nunca.
Tanto cambió de nombres y de sistemas durante las Eliminatorias y el Mundial,
que nunca se terminó sabiendo que es lo que realmente pretendía. Y a que quería
jugar. Este dilema esencial no resuelto arrojó a la Selección a las puertas del
desconcierto más absoluto.
Se comprobó otra vez frente a Francia cuando desplazó a
Agüero e Higuaín y dejó a Messi instalado como un falso nueve, despojado de
compañías. Esa movida que no convencía a nadie, salvo a Sampaoli, produjo lo
que todos sospechaban que iba a producir: un notable fracaso estratégico, que
por supuesto también lo pagó Messi, aunque esto no lo exime de todas las
responsabilidades, considerando su pobrísima producción y su acostumbrada
tendencia a desalentarse y entregarse cuando el desarrollo del partido no es
favorable.
A pesar de los errores estratégicos para leer las
coordenadas reales del encuentro, Argentina pasó a depender de Argentina cuando
Mercado celebró el 2-1 parcial en el arranque del segundo tiempo, después de
desviar un remate débil de Messi. En ventaja, la Selección, insólitamente se
descontroló. No se bancó el partido. Como si le quedara grande el objetivo de
seguir en carrera en el mundial. Como si le faltaran argumentos de peso para
sostenerse con autoridad futbolística.
Y se fue regalando hasta con inocencia. Regalando goles,
inclusive. Como el tercero, oponiendo Armani también escasa resistencia. Hasta
que Francia concluyó su cuenta en cuatro, con un Mbappe imparable en sociedad
con Griezmann. No es que fue un equipazo Francia. El problema central es que
fue un equipito Argentina. Muy frágil. Muy permeable. Muy livianito en todas
las líneas. Generando la sensación inequívoca de que todo estaba sujeto a un
libreto demasiado improvisado. Tan improvisado que pareció que ni Sampaoli
tenía en claro que era lo que había buscado.
El descuento de Agüero sobre el cierre (había ingresado por
Enzo Pérez promediando la segunda etapa) alcanzó a modificar en los papeles una
chapa final que dejó a Argentina con las manos vacías. El retroceso que
experimentó la Selección fue de alto impacto. No porque se haya quedado afuera
de los cuartos. La realidad es que se quedó afuera de cualquier consideración
positiva.
Está la Selección como en la etapa previa a la llegada del
Flaco Menotti en octubre de 1974. Está a la intemperie. Sin una idea que la
cobije. Sin una generación de jugadores que se despedirán. Y con una sobrecarga
de frustraciones de largo aliento. Llegarán a partir de ahora las palabras
grandilocuentes. Se hablará de guerra de egos. De refundaciones. De
prioridades. De cambios superadores.
Habrá que esperar. El diluvio recién empezó. Y los
oportunistas de toda especie van a multiplicarse por miles. Para confundir a
casi todos.
Fuente Diario Popular
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