Tiempo de verano, tiempo de lecturas. Los dejamos con un
cuento de fútbol.
Conozco niños casi adolescentes que con 12 o 13 años, están
viviendo este momento, conozco adultos de la vida, pero niños del fútbol, que
con 50 casi, están viviendo este momento; parece que vislumbro borrosamente en
mi delirio las velas ahogadas, sin luz, sin fuego, sin vida en los improvisados
altares llenos de promesas, que al final, jamás se cumplirán, al menos por el
propósito original, se deberán renovar, o quizás sean las mismas, las promesas
digo; pero el objetivo lo cambia todo radicalmente; porque no hace mucho, ese
objetivo era impensable, era inaudito, era tan lejano como cercana se presenta
esta horrorosamente futbolística situación…
¿Quién tiene la culpa? – ustedes creen que a ese casi
adolescente le interesa, él no va a dejar de creer en lo que cree, él no va a
dejar influenciarse por las idioteces de los oportunistas mediocres que lo
intenten convencer de su presunto error, de haberse hecho hincha de ese equipo;
al contrario, él reforzara su amor y empezará a creer más en esos improvisados
altares, esas incondicionales y escondidas estampitas de vírgenes y santos, que
nada tienen que ver con esta situación, pero a la que recurrimos
incansablemente cual si fueran los que al final de todo, cabecearan el centro,
remataran la pelota, quitaran los balones a los malditos rivales que intentan
derrotarnos. El llanto y la angustia ya no se esconden, se demuestran
deliberadamente, quizás con el mero propósito de encontrar consuelo en el de al
lado, al que jamás habíamos visto antes, del que nunca supimos el nombre y del
que nunca vimos dos veces la misma cara, pero que sabemos comparte hoy la misma
desesperación y angustia; estamos en la cancha, andamos por la calle, todo nos
da igual; hoy, realmente todo nos da igual; si hoy nos dicen que mañana se
acaba el mundo, sacaríamos la estampita que escondemos celosamente en el
bolsillo y le rogaríamos que hubiese sido ayer, cuando esta detestable
situación no había ocurrido, a pesar de haber sido casi inevitable.
Entonces, el llanto de los que ayer estaban en la cancha, de
los que llenaron los pasillos de sus casas de velas apagadas al final sin
cumplir su propósito, los que prometieron cosas a las que les tendrán que
cambiar el objetivo; incrementan de repente y de manera inconsciente el amor y
su incondicionalidad por ser de quien son, por querer los colores que quieren,
por seguir el escudo que siguen; y se preguntan sin cesar por qué razón, la
razón, valga la redundancia, no los detiene, porqué el corazón los obliga a
seguir sintiendo lo que sienten o incluso los obliga a ser más hinchas que
antes, a creer más que antes, y entonces uno intenta buscar la explicación a
todo esto y se da cuenta que a pesar de las personas, están los sentimientos,
está la pasión, está la satisfacción incontenible de saber que cuando uno
nació, ya era así, que no sabe otra cosa, que no conoce más que esto, que
siente que la sangre y los colores de su equipo vinieron con él desde la cuna y
es ahí donde todo se explica, donde todo el sinsentido encuentra el sentido,
donde toda la sinrazón se vuelve lógica.
Al hincha de Independiente, pero especialmente a aquellos
que conozco, que creen que este deporte a pesar del negocio en el que se ha
convertido, lloraron por sus equipos, en la victoria y en la derrota, eso no lo
compran los billetes, eso lo vende el corazón, pero por suerte… NO TIENE
PRECIO.
Mario Alberto Meriano
Cuentos de Fútbol
Fuente La Caldera del Diablo
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