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Por Fernando Gourovich.
Siempre, pero siempre, a los mejores futbolistas se les
exige más. Más y más.
Porque ellos son los que suelen marcar la diferencia. Y
si encima esas habilidades vienen acompañadas por un fuerte compromiso
sentimental con el club, las miradas son aún más críticas.
Eso mismo es lo que
le está pasando a Daniel Montenegro.
Vino a dar una mano, o las dos. Tenía otras ofertas no
tan traumáticas. Sin embargo, eligió meterse en este problemón.
Porque intuía que podía ayudar. Nadie lo obligó, él
solito se metió. Quizás, no sabía que la cosa se iba a poner tan dura.
Es tal el compromiso del capitán, que juega de
cualquier cosa menos de lo que mejor juega.
Desde la llegada de Miguel Angel
Brindisi, el 10 dejó de ser 10 para jugar de volante por derecha (ante Lanús también
estuvo recostado por la banda izquierda).
Menos conducción, más sacrificio. El
Rolfi advirtió que eso era lo mejor para el equipo y se puso a volantear sin
chistar.
Es cierto: no es el Rolfi con el que muchos soñaban
cuando a mediados de diciembre del año pasado resolvió volverse de México. Lo
sabe. Y le duele no poder rendir más de lo que rindió en lo que va de este
semestre.
Jugó 14 partidos (13 del Final más el pendiente con Tigre),
desperdició un penal clave en el 0 a 0 ante Boca y apenas anotó un gol, el de
penal ante Argentinos.
Pero, pese a esos magros números, no baja los brazos
Montenegro. En la intimidad, dice y repite que está confiado en revertir la
imagen en estas cuatro finales que restan. Independiente y su historia lo
necesitan encendido.
Más que nunca.
Fuente Clarín
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