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jueves, 2 de agosto de 2012

Un mercado de pases salvaje



Por Eduardo Verona


Las transferencias en el fútbol argentino se trasladaron a las cumbres del bochorno institucionalizado.

La estrategia de la mentira organizada.

Pases hechos que se caen en cuestión de minutos.

Pases hechos que se desintegran en el aire. 

Pases hechos que anuncian los dirigentes y que en muchos casos son novelas de ficción alumbradas por la especulación más vulgar y salvaje.

El mercado de transferencias en el fútbol argentino se fue trasladando a las cumbres del bochorno institucionalizado.

Nadie cree en nadie. Nadie pone la cara por nadie. Porque creer y poner la cara es perder por goleada.

Todos o casi todos, impulsan como estrategia de negociación la mentira organizada. El jugador, protagonista directo de las falacias que se multiplican a su alrededor y que se construyen día tras día, no dice nada. No opina. No figura. No juzga. No elige.

Si el representante o un grupo empresario de los que abundan, lo lleva a jugar a la liga de un país que no está ni en el mapa, hace las valijas y se va.

Y después verá si le gusta o no.

Si no le gusta, como le pasó al Burrito Ortega después del Mundial de 2002 cuando fue incorporado por el Fenerbahce de Turquía, saca un pasaje de avión detrás de las urgencias y desesperaciones por regresar y emprende la fuga, más allá de la larga suspensión que después le correspondió.

Pero no todos se despiden del club que los compró como lo hizo Ortega en el 2003.

Otros, muchos en realidad, quedan como virtuales rehenes de intereses, trapisondas y conflictos económicos que los trascienden. 

La irrupción indiscriminada de representantes, intermediarios y grupos de inversores desconocidos que se vincularon al fútbol desde que Jorge Cyterszpiller apareció en 1976 como el alter ego negociador de Maradona, casi en línea con el protagonismo de Guillermo Cóppola como apoderado de  Ruggeri, de Gustavo Mascardi como la voz del Loco Gatti y años después de Settimio Aloisio como el intérprete de Caniggia y Batistuta, superaron largamente todas las previsiones.

El mercado, por otra parte, sin reglas, controles ni regulaciones mínimas, naturalizó su propia dinámica de sucesos sospechadísimos.

Fue precisamente Carlos Pandolfi, una de las voces más históricas y reconocidas de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), quien en septiembre de 1996 afirmó con inocultable preocupación: “Ya hay más intermediarios que jugadores. Cualquiera quiere ganar plata a costillas de los futbolistas. Nueve de cada diez son delincuentes de guante blanco. Gente que nunca tuvo nada que ver con el ambiente, pero ven que allí pueden hacer dólares con un par de operaciones y se arriman a los jugadores para dorarles la píldora y sacarles ventaja. No es la primera vez que dejan a un futbolista varado en el exterior como si fuese una mercadería. Realmente son contados los intermediarios que van por derecha, aunque por supuesto los hay”.

El mismo Gustavo Mascardi, en una entrevista con El Grafico que data de octubre de 1996, fue categórico: “En mi actividad hay mucha corrupción”. 

Mascardi no descubrió nada que no se supiera.

Los clubes padecen estos focos de corrupción, que no son los únicos. Los dirigentes no desconocen ningún fenómeno. Los jugadores tampoco, aunque en muchísimos casos son víctimas o cómplices ocasionales de operaciones tan insolventes como imposibles de presentar en un escenario creíble y transparente.

Mientras tanto, la industria del fútbol que nunca entra en crisis profunda, no logró fabricar ningún anticuerpo.

Ni uno tan solo.

Quizás no está en su naturaleza construirlo.

O quizás no le interesa hacerlo.

Y entonces no hace nada.   



Fuente Diario Popular

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