Ilustró rrrojo
El nuevo presidente de Independiente se ganó toda la
atención del fútbol argentino.
Su éxito significaría un mensaje de renovación
muy claro, pero también, dejaría muy expuestos a todos los dirigentes.
Hace menos de un mes, Javier Cantero llegó a la presidencia
de Independiente con un 60% de apoyo, en una participación histórica que rozó
los 12 mil votos. Tiene 54 años y trabaja en una consultora.
Su liderazgo en la agrupación Independiente Místico se impuso
por pedido de la mayoría, no por deseo propio de poder.
Para muchos se trató de un batacazo, no tanto por la
sensación reinante de voto castigo (sensación lógica tras los paupérrimos años
de Julio Comparada) sino porque del otro lado estaba Cacho Alvarez, ex intendente
de Avellaneda y ministro del gobernador bonaerense Daniel Scioli, acompañado
también por Juan Carlos Lascuarin, antiguo presidente de la Unión Industrial
Argentina.
O sea, dos pesos-pesado representativos de grandes
estructuras de poder, más un peso-pesado, pero por el lastre que significaba,
como Comparada.
Su victoria ante ellos de por sí significó un mensaje muy
claro, el primero: Cantero llegaba como sinónimo real de renovación y no como
prolongación del más-de-lo-mismo.
"No esperaba un resultado tan contundente. Creo que
rompimos los aparatos sindicales e hicimos un gran trabajo. Había que cambiar
todo. Hay que conducir con seriedad y dignidad. Sé que tengo una gran
responsabilidad y que no puedo defraudar a los socios", dijo Cantero en
medio de los festejos, referencia ineludible al líder de la CGT, Hugo Moyano,
quien previendo los resultados, se apuró a avisar que apoyaría de igual forma a
cualquiera de los ganadores.
Hasta ese momento, sin embargo, Cantero era un político más,
con promesas de campaña a punto de poder ser recicladas en excusas, si hiciera
falta.
Y todavía está a tiempo, por cierto, de hablar de la deuda
heredada, de los presupuestos, del estadio a medio terminar, de las
inhibiciones, etc, para concluir que no se puede hacer milagros, que sólo resta
bajar los hombros y limitar los daños.
Lo que hace la mayoría, en definitiva (sin ponerse a pensar
en los negociados y deslealtades que le corresponden, esperemos, a una
minoría).
Pero entonces llegó su segundo mensaje: tarjeta roja a
Bebote Alvarez, que aparentemente se apareció por el club no como socio 14.540,
sino con ínfulas de CEO, para establecer cronogramas de pagos y ganas de
discutir sobre proyectos (?).
Cantero le anticipó que el club estaba fundido y que no
había un peso para nadie, mucho menos para la barra.
Tapones de punta. Como debe ser pero como no es nunca.
La renuncia de Bebote al liderazgo de la barra por facebook
(ámbito en el que se había dedicado a amenazar para torcer el rumbo de las
elecciones), en realidad dejó varios mensajes extorsivos implícitos.
“Él (Cantero) y su gente piensa que yo le pego al socio o
hincha, que no ayudo a que todo esté tranquilo sin peleas ni robos”, escribió
Alvarez. Mensaje que también puede ser leído así: “Ahora van a saber lo que es
el infierno en las tribunas, me van a tener que pedir de rodillas que vuelva”.
El primer partido en el verano comenzó a dar muestras de una
situación que se irá calentando si es que se mantiene la iniciativa.
“No entiendo a los que se meten en un ámbito y luego dicen
que no se puede modificar nada porque se trata de problemas sociales. Es como
querer ser piloto de Fórmula 1 y después decir que uno le tiene miedo a la
velocidad”, ratificó Cantero, que remarca que no se cree un superhéroe.
Pero para cualquiera que lo esté siguiendo con la curiosidad
lógica de un recién llegado, realmente lo parece.
Sus palabras no fueron sólo un mensaje para los barras, sino
también una declaración muy clara hacia los estamentos del fútbol argentino y
también hacia las fuerzas de seguridad: un cambio es posible, lo que hace falta
es decidirse a hacerlo.
Es por eso que Cantero, más que una brisa de renovación,
representa un peligro para la mayoría de los dirigentes argentinos, hombres que
prefieren dedicarse a prometer campeonatos a costa de deudas impagables y que
son proclives al arreglo con la barra, el “pizzo” con el que opera la mafia
siciliana.
Quien lo paga, está protegido. Quien no lo paga, se hace
responsable de las desgracias que puedan suceder.
A medida que más desgracias sucedan, más responsable será el
que no haya intentado buscar una forma de "arreglar" la situación. En
Sicilia, al pizzo le ganan sólo los valientes, los que se disponen a vivir con
escolta policial y, también, con miedo.
Seguramente desde muchos sectores a Cantero lo dejarán solo,
le harán un vacío, y le marcarán el camino para que trate de claudicar ante la
barra.
Para que pase a ser uno más del rebaño.
Si cede, nos olvidaremos de Cantero en poco tiempo.
Si soporta la tempestad (que indudablemente, vendrá) y sale
airoso, podremos ilusionarnos de verdad con encontrar otros Canteros en los
clubes.
Y por qué no, un Cantero en la AFA.
Fuente El Gráfico
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