Por Nahuel Lanzillotta
El Chileno marca
el camino con su calidad, lectura de juego y precisión. Desde la banda derecha
maneja los tiempos de todo Independiente. El distinto del equipo.
Independiente
ganó, no gustó y no goleó. Simplemente ganó ante el humilde Juventud Unida de San
Luis y así cumplió con el deber de no hacer papelones y pasar a los octavos de
final de la Copa Argentina. Y en este tipo de partidos discretos es en los
cuales la diferencia de jerarquía entre los futbolistas queda expuesta. Pero no
entre un equipo y otro, sino en un mismo equipo…
Mauricio Isla es
el jugador distinto que tiene el plantel del Diablo. No es enganche. No es
nueve. No es volante posicional. Tampoco arquero. No importa que no ocupe un
puesto troncal. Desde el lateral derecho se encarga de ser el tiempista del
elenco de Carlos Tevez. El chileno marca el paso con su proyección y ritmo. Si
él va, Independiente acelera. Si él se queda, Independiente espera.
La fría noche del
viernes en Lanús lo tuvo una vez más como figura. No hizo falta hacer una
actuación descollante. Con su despliegue de siempre, Isla fue más que el resto.
Y cuando se dice el resto se incluye a los rivales y a los compañeros.
El cuadro de
Avellaneda estuvo 60 minutos sin poder destrabar el encuentro cerrado que
propuso un adversario de menor categoría que, sabiéndose en inferioridad,
resistió con sus armas: defender y contragolpear. Y mal no le fue en el primer
tiempo. Independiente tuvo apenas dos llegadas claras. Un remate de Santiago
López y una de Alexis Canelo que no llegó a conectar de frente al arco. Esta
última vino de un desborde y pase al medio de, sí, Isla.
El Huaso se
muestra constantemente como una alternativa de ataque por la banda diestra. No
es un lateral convencional. Es un jugador completo, con panorama, con voz de
mando, con calidad y con un alto poder de asistencia. Juega, hace jugar y
ordena (y reta) a los de su tropa.
Y en una noche en
la que los de rojo estaban erráticos, abusando del pase lateral y hasta hacia
atrás (varias veces la pelota pasó de estar en campo rival hasta llegar a
Rodrigo Rey con un rival que se paraba detrás de mitad de cancha), Isla fue el
único que marcaba el sendero vertical con pases entre líneas, tocando y yendo a
buscar, ocupando espacios en ofensiva (detrás del volante o del lateral rival).
Algunas veces,
incluso sus compañeros no juegan a su misma velocidad o precisión. Por eso se
enojó cuando picó al vacío en el primer tiempo y Santi López en vez de
pasársela de primera, se tomó un tiempo para controlar y luego entregar la
pelota que lo encontró al chileno ya en posición adelantada. Tiene calculado el
tiempo y el espacio, algo que le dio la experiencia de una carrera en el mejor
fútbol europeo y en la selección de Chile. Eso lo resalta de la manada. Lo hace
diferente, especial.
Si en esa primera
parte floja del equipo ya se destacaba, ni hablar cuando al fin Independiente
logró desatar el nudo de los puntanos con el gol de cabeza de Canelo tras un
tiro de esquina. Esa pelota parada desbloqueó todo. A partir de allí, el Rojo
tuvo por naturaleza más espacios y la figura de Isla se acrecentó más con
continuas apariciones como extremo derecho.
A uno o a dos
toques, el trasandino hizo lo que quiso cada vez que le llegó el balón. Lo que
hizo bien Independiente fue entender que debía dársela a él para que algo bueno
sucediera. Punzante, Isla intentó hasta el final y dejó en claro que juega a
otra cosa. Una fantasía en un Independiente al que le cuesta bastante salir de
la mediocridad.
Fuente Infierno
Rojo
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