Por Lucas Campos
Cada vez que con mi viejo nos sentamos a ver un partido,
decimos "Hoy hay que ganar eh". Pero una vez comenzado el encuentro,
ese "Hay que ganar", se transforma en un "Bueno, a ver ahora qué
pasa". ¿Y por qué? simplemente porque cuando el fútbol está en movimiento,
no solo salen a jugar a la cancha las expectativas, las ganas, la ilusión, sino
los nervios, la ansiedad, la angustia, y el temor. Por eso, amigos míos, las
pupilas no mienten. Las pupilas de un espectador de fútbol estarán, en ese
momento y para siempre, aferradas, por 90 minutos que les serán eternos, para
bien o para mal.
Y este partido contra Rosario Central, no fue la excepción.
Una vez más, en un partido de Independiente, mis pupilas, y las de mi viejo,
estaban ahí. Enfocadas en esa pantalla. Y en ellas se reflejaban once jugadores
vestidos de blanco levantándole las manos al cielo de Arroyito. Y el match
comenzó, y esos ojos comenzaron a realizar su trabajo.
Y en un sacudón de Barreto, se sumaron otras dos pupilas.
Las de Velasco. Pupilas jóvenes, agrandadas, llenas de ilusión, de rebeldía, de
locura, de ingenuidad, de soltura, de atrevimiento, pícaras, que se iban
haciendo más grande mientras Fatura Broun pasaba de largo como el 60. Y además,
esas miradas fueron solidarias, porque lo vieron al capitán, y el capitán la
empujó. Y fue gol.
Y cuando hay un gol, y es de Independiente, mis pupilas, las
de mi viejo, y las de todos ustedes, queridos lectores, se estallan, cubren
todo el ojo, se llenan de luz ante semejante momento. Pero no quedó ahí. Porque
al final del primer tiempo, y mientras las pupilas se iban achicando, otros dos
ojos se animaron a jugar el juego.
Y Silvio Romero fue. Y mientras le daba uno, dos, y tres
toques con el borde interno a la pelota, sus pupilas se iban dilatando, se
emocionaban, se llenaban de creatividad. Y mientras la pelota viajaba por
arriba del arquero local, otra vez, nuestras miradas se preparaban para
soportar el éxtasis. Y el esférico sobrevoló por sobre la figura del
guardametas Canalla, y derivó en la red, del lado de adentro. Y fue otro gol,
pero uno hermoso. Y las pupilas, repletas de felicidad, tuvieron que pedir la
ayuda de otra acción para poder bancar el momento. Y vino el abrazo, que
permitió drenar tanta emoción.
Sin embargo, toda historia tiene su nudo. Y el gol de
Central transformó el sentido de nuestros ojos, que saltaron a cabecear con
Insaurralde cada vez que la pelota llovía en el área del Rojo. Y lo empujaban a
Togni cada vez que la tiraba larga para guardar la pelota y llevarse el
partido. Esas pupilas, fueron las que ayudaron a Domingo Blanco a correr a más
no poder.
El encuentro terminó. Lo miré a mi viejo. Las pupilas le
brillaban. En el reflejo, estaba la imagen de la tabla de posiciones que
proyectaba la transmisión. Independiente puntero del campeonato e invicto. Una
vez más, las pupilas no mentían. Por eso, cuando te levantes, y veas de nuevo
el resumen del partido, y la posición del Rojo, no pienses que es mentira.
Aunque sea por ahora, es verdad. Yo te aseguro, realmente, que las pupilas no
mienten.
A veces le restamos importancia a los ojos de las personas.
Pero las miradas gritan. Gritan las ganas de contar sus historias, y de tener a
alguien que las escuche. Aunque sea para hablar sobre un párrafo de sus vidas.
Por eso, si esta semana te cruzás con alguna pupila brillosa, iluminada,
quedate bien tranquilo, podés hablar un rato con ese alguien sobre esa ilusión,
porque ese alguien, de seguro que es hincha de Independiente.
Fuente De la Cuna al Infierno
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