Por Lucas Campos
Son las 00.00 hs de un día que no sé cuál es y de un mes que
no existe pero que me tiene despierto y escribiendo sobre un fenómeno tan pero
tan hermoso y pasional que justifica las líneas que puedan llegar a surgir
hasta que recuerde que debo descansar, aunque antes, siempre, debo redactar.
¿Qué es lo que pasa allí? , ¿Qué tiene ese pedazo geográfico
que hace especial a los que lo transcurren ida y vuelta? , no sé.
Lo único que puedo afirmar, sin duda alguna, es que la
ciencia tiene miedo de no encontrarle solución alguna y aferrarse a Dios, o, en
todo caso, al Diablo.
Imaginen esa situación, sería el génesis de la destrucción
de la ciencia. Algo espiritual dominando algo material.
No es un lugar común. Uno no camina en todos lados igual.
Uno no da los mismos pasos en la playa que en una avenida o en su barrio que en
el colegio ni en la facultad. Acá, en esta pileta de cemento, todos lo hacen de
la misma manera, apurados, como si al final los esperase la verdad de la vida,
o al menos, de ese momento que está por llegar.
En días de fútbol se hace más larga y más ancha que la 9 de
julio. Contiene demasiada gente como para identificar si es mano o contramano.
Los semáforos se esconden cómo el alumno que mete la cabeza debajo de la mesa
para que la profesora no le tome la lección oral. En un instante, la vida se
detiene. A lo lejos se divisa una casa roja. Lo curioso es que en ese momento
de observación, el cuerpo segrega una adrenalina pura que, con la aceleración
del corazón, invita a la gente a correr despavorida con el sólo hecho de
alcanzar el final del camino.
¿Por qué corren?, ¿Se quieren ir o quieren llegar?, ¿Por qué
corren si el lugar hace años que está y sigue igual, con más copas y el mismo
color de camiseta?
El decorado del lugar no cambiará jamás, se los puedo
asegurar. Las colillas de cigarros mojadas se dejan llevar por la corriente y
el aroma a ganar se aprovecha de los que aún no cenaron.
Las camisetas siempre están están allí, vendiéndose en una
esquina. En frente, un lavadero de autos que funciona como albergue transitorio
para vehículos que serán depositados por al menos, dos horas. Más adelante, una
estación de servicio sirve de café o de sala de estar de los técnicos de fútbol
más provisorios e instruidos del mundo.
No servirá de nada que te cuestiones todo lo nombrado con
antelación porque, cuando lo hagas, ya te habrás bajado de las decenas de
bondis que te dejan en Avellaneda, ya habrás corrido en el túnel del tiempo, ya
habrás comido, opinado y habrás terminado gritando y esperando el partido. Por
eso, cuando regreses a tu hogar, te pido por favor que te plantees estos
interrogantes: ¿Por qué corremos?, ¿Por qué transpiramos?, ¿Por qué nos
agitamos?, ¿Por qué opinamos?, y ¿Por qué esa calle no es patrimonio de la
humanidad si hasta Diego Maradona realizó nuestros mismos pasos apurados para
llegar a ver al Bocha?
¿Correrá Usain Bolt más rápido en la calle Alsina que en el
resto del mundo?, no lo sé. Lo único que puedo asentar es que todos los
domingos, nos volveremos a apurar.
-Y sí viejo, dale, no ves que llegamos tarde para ver al
Rojo, dale che, terminate el paty-
Fuente De la Cuna al Infierno
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