Por Javier Brizuela
Con los últimos cinco minutos restantes de la semifinal de
la copa del mundo en 1986, Argentina ganando 2- 0 contra Bélgica, Ricardo
Bochini sustituyó a Jorge Burruchaga.
Él tenía 32 años y no había sido
convocado para el equipo nacional del 1978 ni tampoco para la formación del
1982. En cambio en 1986 Maradona pidió que fuera elegido para la selección
Argentina. Esos cincos minutos, más el tiempo adicional serían los únicos que
Bochini jugaría en el mundial.
Cuando Bochini ingresó a la cancha Maradona
corrió, le apretó la mano y le dijo:
“Pase maestro, lo estábamos esperando”
Hoy Ricardo Enrique Bochini, el ídolo de Maradona y el gran
héroe de independiente, cumple sesenta y cinco años.
Él es según el periodista
Hugo Asch el héroe más improbable “un enano talentoso, imperturbable, sin un
remate poderoso, ni buen cabezazo, ni carisma”. Aun así el sentido de
improbabilidad fue lo que lo llevó a la popularidad y con su estilo ordinario
encarnó la genial imaginación del fútbol argentino. El chico de las calles supo
triunfar no por ventajas en su crianza ni por su físico, sino por su habilidad
técnica sin tutoría.
El antropólogo Eduardo Archetti dice que es característico
del juego argentino que es armado por razones económicas, culturales e
históricas, en oposición al fútbol inglés.
Mientras los ingleses aprendían a
jugar en las escuelas y tenían una buena condición física a consecuencia de una
buena dieta, el juego argentino era salvaje, espontáneo. Aprendido en los
potreros. Los crecientes lotes vacíos de las calles de Buenos Aires.
A Bochini no le gustan las entrevistas, he intentado
conocerlo en varias oportunidades y he fallado, pero la última vez que estuve
en Buenos Aires haciendo una investigación sobre la historia del fútbol Argentino, finalmente logré que Ricardo aceptara. Me citó en una esquina del
barrio de Palermo a las 9.30 am. Eran las 9.50 y él no había llegado. Lo llamé
y no hubo respuesta alguna, estaba a punto de rendirme teniendo en cuenta que
al día siguiente viajaba a Londres, cuando apenas después de las 10 él llamo a
mi teléfono y me citó en una dirección a unas cuadras de allí, y pocos minutos
después me abríó la puerta.
A pesar de que Ricardo vive en un barrio importante de
Buenos Aires, lo hace en un modesto departamento. La puerta principal se abrió
frente a una amplia decorada sala: en un rincón, un pequeño sofá junto con dos
sillas alrededor de una televisión en la que se veía un partido de la copa
sudamericana, mientras que en el otro había una mesa con tarea escolar.
Bochini se sentó en el sofá llevando puesto un abrigo que lo
hacía lucir enano. En su mano derecha sostenía sus llaves del auto, como si en
cualquier momento decidiera que ya era suficiente y terminar la entrevista.
Hablaba en un tono monótono y seco; no era impaciente, tampoco sin modales, y
claramente sus respuestas eran premeditadas, al igual que su alivio cuando la
nota terminó. El era, creo yo,
extremadamente tímido, su incomodidad era difícil de creer en alguien que fue
tan intuitivo como jugador.
Bochini nació en Zarate, alrededor de 60 km de Buenos Aires
Capital, lo que lo llevó a realizar viajes de 5 horas utilizando tres
colectivos y dos trenes, sólo para ir a entrenar cuando independiente lo tomó.
Hincha de San Lorenzo, desde chico soñaba jugar como Jose Sanfilippo, el
delantero y gran goleador, pero su falta de ritmo y estatura pronto lo llevaron
a reformular sus planes.
“Jugué algunos partidos de 9 pero mi cuerpo era mejor
para la 10, porque el centro foward generalmente era alto, grande y más
fuerte.”, dijo.
Hinchas que lo vieron en las inferiores y en la reserva
querían que jugara en la primera, y para el final del año 73 comenzó a
establecerse del lado de Maschio, ayudándolo a defender el título de la
Libertadores que habían ganado la temporada anterior.
Luego en Roma en la final
de la Copa Intercontinental contra Juventus -Se definió a partido único- logró
su consagración. Independiente había estado bajo la constante presión durante
todo el partido, y la Juve erró un penal, pero con solo 10 minutos para el
final, Daniel Bertoni lanzó un pase a Bochini quien la recibió en la mitad
pasando por Gentile antes de hacer una pared con Bertoni y tirarla por arriba
de Dino Zoff. No fue un gol y una victoria lo que selló su lugar en
independiente como leyenda, sino su increíble encapsulada camaradería que tenía
con Bertoni, quien era un wing rápido y poderoso que siempre estaba intentando
cortar por el flanco.
“Con Bertoni nos entendimos la primera vez que jugamos
juntos, y no teníamos que hablar al respecto” dijo Bochini.
“Simplemente era
natural; realmente se sentía como si hubiéramos jugado juntos toda la vida,
basado en nuestros atributos personales: Yo era veloz y habilidoso, él era
poderoso y bueno en “las paredes”, como se dice en Argentina. El podía jugar en
diferentes posiciones pero yo siempre lo quería cerca porque nos entendíamos
muy bien con los pases cortos”.
Bochini se convirtió en un maestro de un reverenciado
momento del fútbol argentino, “la pausa”,
el momento donde el 10 se posa para entregar un pase, espera un tiempo
hasta que el jugador que va a asistir se coloque en la posición ideal (es una
habilidad que Juan Roman Riquelme también tenía, pero el ejemplo aunque
irritante para los argentinos, es probablemente el jugador brasilero Pelé
esperando a Carlos Alberto que pasara para entregarle el balón y convertir el
cuarto gol que le dio título mundial a Brasil en 1970).
Su explicación de la habilidad sugiere una extraordinaria
inteligencia futbolística, la habilidad de visualizar y predecir el
comportamiento de otros, mencionado por el biólogo evolutista Stephen
Gould que acierte en que algunos
deportistas tienen la capacidad de realizar rápidos cálculos, donde en otros
ámbitos los habrían aclamado como genios.
“Yo lo veo de la siguiente forma, hay dos tipos de pausa, o
dos maneras de hacerla: con la pelota yendo lento o rápido. A veces tenés que
ir rápido teniendo el balón cerca para esperar a que un jugador se posicione.
Por ejemplo paso en el partido contra Olimpia de Paraguay (en la fase de grupos
de la Libertadores 1984), (Alejandro) Barberón me pasó la pelota y empecé a
correr, pero tenía que correr rápido pero al mismo tiempo esperarlo. Entonces
tenía que correr con la pelota, pero sabiendo que lo estaba esperando a que se
posicionara para devolverle el pase. Y lo hice, la cruzó y metió el gol.
“Y otra vez, contra Gremio en Porto Alegre, tenía la pelota
en mis pies pero debía esperar porque ellos estaban bien compactos atrás y
no encontraba el espacio, entonces aguanté la pelota contra un marcador,
sabiendo que tenía que esperar a Burruchaga, quien ya estaba en la carrera para
romper la línea. Estábamos cerca del área, así que no había mucho espacio por
lo que el pase debía ser preciso. Esperé, se la pase y marcó el gol”.
“Esa es la típica explicación de la pausa, esperar a un
compañero mientras se retiene la pelota. Lo primero, la pausa en la velocidad.
Es una total revelación ya que nadie la conoce y nadie lo había hecho (emite
una pequeña risa tímida). Si me quedaba en el medio campo habría estado a 30
metros y aunque lograra hacerme de la pelota, nadie estaría en el área para
recibir el pase y marcar, tenía que correr rápido, pero esperando al mismo
tiempo, porque estábamos en el medio campo lo que era mucho espacio pero muchos
metros que recorrer”.
Bochini cree que la capacidad de entender el movimiento de
manera clínica es innata.
“No es nada que puedas enseñar, creo que llega en el
momento, depende la inspiración de tus compañeros. Tenés que saber como hacer
la pausa, y otro tiene que saber que mientras el compañero está haciendo la
pausa, también está viendo quien va a hacer el movimiento apropiado en orden de
sorprender a los rivales. La pausa sin un compañero que colabore es como
retener la pelota hasta que tal vez te cometan foul y pierdas algo de tiempo si
lo necesitas.”
“Es importante tener jugadores capaces de encajar en tu
propósito. Si no tenés jugadores rápidos como, Barberón o Burruchaga, a quienes
les gustaba hacer corridas verticales, entonces la pausa es inútil. Pero la
técnica puede y debe ser entrenada. Yo tuve mi cuota en los potreros, pero
donde más crecí fue en los partidos, porque la técnica mejora al enfrentarte a
una situación real de juego, y lo tenés que resolver lo más rápido posible y
eso hace que contra más preciso tengas el pie, mejor para tu equipo es”.
Y Bochini, aunque era lento y con un físico poco prodigioso,
era preciso. Maradona pudo haber estado esperando a Bochini en 1986, pero en la
mayoría de su carrera, el Maestro era quien esperaba a los demás.
FUENTE:
http://www.theguardian.com/football/blog/2014/jan/23/ricardo-bochini-argentina-legend-pausa?CMP=twt_gu
Fuente Orgullo Rojo
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