Por Eduardo Verona
Le piden precisiones al Flaco Menotti respecto a cuáles
serán sus facultades en el rol de Director de Selecciones nacionales, como si
tuviera que recitar la formación de un equipo; mientras que las respuesta a
esas demandas están en el fútbol que siempre reivindicó, más allá de los
tiempos y urgencias
El filósofo, escritor, novelista y activista político
francés Jean Paul Sartre, intérprete del existencialismo y del marxismo
humanista (nació el 21 de junio de 1905 y murió el 15 de abril de 1980),
sostenía que “el hombre se hace a sí mismo”, más allá de los contextos, aunque
reconocía la influencia de los climas culturales.
César Luis Menotti se hizo a sí mismo. Se construyó con
virtudes y errores a lo largo de sus 80 años. Pero él se construyó. No se dejó
construir por otros. Que cometió errores, por supuesto. Pero en las sumas y
restas que todos podemos hacer, su balance es positivo.
Ahora tiene por delante ejercer el rol de Director de
Selecciones Nacionales. Muy ostentosa la jerarquía del cargo. Pero es lo de
menos. Lo importante serán los contenidos que le encuentre a la función. Y el
perfil de la función tendrá que diseñarlo el propio Menotti sobre la marcha.
Porque esto no es una responsabilidad ejecutiva. Pertenece
al universo del pensamiento y de las ideas. Pedir o exigir por estas horas
datos muy concretos es absurdo. Las ideas, buenas o malas, no son bienes
tangibles que pueden encerrarse en una caja de seguridad.
Los que se oponen hasta con odio y resentimiento al arribo
del Flaco Menotti a la Selección, plantean que el presidente de AFA, Claudio
Tapia, lo convocó con el propósito de protegerse bajo el prestigio futbolístico
que conserva el entrenador campeón del mundo. En definitiva, los que rechazan
la llegada de Menotti, afirman que su rol es una especie de escudo o de
decorado que Tapia utilizará para ir consolidando el poder formal que ostenta.
Menotti no es ingenuo. Nunca lo fue. Sabe que la política
también está en las pequeñas cosas.
Su función, como todas las funciones, tiene un costado
político.
Que por supuesto no es tirarle centros a Chiqui Tapia. Ni
blindarlo. Ni ponerle palabras en su boca. Ni caminar juntitos para las fotos
de ocasión, aunque hayan circulado algunas imágenes que retrataron el vínculo
que tejieron.
¿Qué va a hacer entonces Menotti con las selecciones? Bajar
una línea. Una orientación. Ayudar a conquistar una idea para jugar mejor
alejándose de las grandes confusiones siempre tan extendidas y elogiadas. Pero
no va a armarle el equipo a nadie. No va a ser el maestro ciruela de ningún
técnico. No va a tirar gente por la ventana. No va a señalar que movimientos
tácticos tiene que realizar un futbolista. Para esto no lo contrataron. Y si
esta hubiera sido la inquietud, no habría prosperado.
Desde hace muchos años sectores de la prensa vienen acusando
a Menotti de sanatero. De violinista. O de vender ilusiones abstractas a partir
de su capacidad real para comunicar lo que interpreta que debe comunicar. No es
novedosa la descalificación. Hasta podría señalarse que es un signo de los
tiempos, no necesariamente actuales.
Al que explica y argumenta trascendiendo la dimensión de una
consigna o un mensaje muy breve, se lo tilda de farragoso, desactualizado,
aburrido y nada práctico. Se premia la instantaneidad, aunque sea falsa. Se
reivindica el exhibicionismo, aunque sea una postal de la estupidez consagrada.
Menotti resume en su área de expresión que es el fútbol, el
talento imperfecto.
Maradona resumió jugando, el talento imperfecto.
Nadie abraza la perfección. Salvo las deidades.
En los límites de esa imperfección, Menotti sigue en
condiciones de transmitir algo valioso.
¿Qué es? Lo que piensa del fútbol. Que no es el de antes ni
él de ahora. Es el de siempre. Lo que cambian son algunas formas, algunos
métodos, algunas puestas en escena que sobreestiman el valor de lo secundario.
Como los dibujos tácticos, los GPS, los drones y la inteligencia artificial de
muchos entrenadores, por ejemplo.
Pero lo sustancial no cambia. Lo sustancial continúa siendo
jugar bien con y sin la pelota. Jugar bien atacando y jugar bien defendiendo
los espacios. Esto es inalterable. Jugar bien. No jugar lindo. Argentina en el
78 jugó bien. Y ganó el Mundial. No jugó lindo. Argentina en México 86 jugó
bien. Y ganó el Mundial. No jugó lindo. Esta apelación a lo “lindo” se hace
para frivolizar o bajarle el precio a la única verdad absoluta que tiene el
fútbol: jugar bien.
El legado de Menotti es ese precisamente: jugar bien.
Es la marca registrada de Menotti, más allá de que no
siempre todos los equipos que dirigió lo lograron.
Algunos sí, otros no. Ganó y perdió. Pero el concepto no lo
modificó. No fue un panqueque mediático. No se dio vuelta en el aire para
conquistar adhesiones espasmódicas. Esta coherencia para interpretar el
fenómeno del fútbol es lo que hoy le permite transmitir su idea. En este caso
en la Selección.
Una idea en apariencia simple pero muy compleja de
desarrollar. Es la dictadura de la pelota. Lo que ese gran inspirador del
jugador total que fue Alfredo Di Stéfano (admirado por Johan Cruyff) explicaba
en pocas palabras en una vieja entrevista en El Gráfico:
“La gran virtud de ese Real Madrid en que yo jugué es que
nosotros mandábamos sobre la pelota”.
Aquel imperativo de Di Stéfano (“Mandar sobre la pelota”)
también se inscribe en la lógica histórica de Menotti.
Es cierto, ya no es el entrenador de la Selección. Cumplió
80 años. No tiene la energía física del Cholo Simeone, corriendo en los
entrenamientos casi a la par de los jugadores de Atlético Madrid. Pero si lo
saben escuchar y la AFA le crea condiciones para delinear en la teoría y en la
práctica una idea integral de selecciones nacionales que contemple toda la
geografía de la Argentina, puede encontrarse un punto de partida muy distinto
al actual.
“Voy a dar los últimos años de mi vida a la Selección
nacional”, nos dijo hace unos días en una entrevista publicada en la edición
papel y digital de Diario Popular. Ese objetivo está a la vista. Ahora falta el
arranque de la obra.
Fuente Diario Popular
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