Por Lucas
Campos
- Parate dale, parate che. Dale que no pasó nada. Nada de
llorar eh, chis - le imponía una madre, en la calle, a un nene chiquito que
encontró en una vereda rota, su peor rival, que lo hizo caer de rodillas.
Sin
embargo, el chiquilín se levantó y siguió. Y yo, que venía detrás medio apurado
para llegar a ver el partido, pensé que quizás era un presagio de lo que podía
pasar. O quizás de lo que debemos hacer.
Porque en la vida, y también en el
fútbol, hay que pararse y dar pelea.
Entonces ya metido en el partido, las lesiones fueron
sucediendo. Independiente no jugaba bien y sufría más golpes que McGregor por
parte del Ruso Numagomedov.
El primer tiempo había arrojado tres lesionados y
en el complemento Figal se fue con la espalda abollada. La bronca, la
impotencia de que la noche se volvía histérica como para recomponer una
situación sentimental.
- Lo ganamos con uno menos - me decía Agus, mientras
masticaba un pedazo de pan. Pero nunca creí en esas personas que comen mientras
ven un partido porque una cosa, no te permite hacer otra.
-Vamos Rojito, levantate - me salió del alma. Y en eso,
Merlos, que siempre estaba en el medio, abrió las piernas y le quedó a Benítez,
quien pateó y luego de un desvío, fue a festejar el 1 a 0 parcial.
Minutos más
tardes, el Puma, siempre resistido por algunos y quien soporta mucho banco
también, sacó pecho e inventó un golazo que decretó su titularidad eterna y
además le pegó una patada en el culo a las lesiones y a la bronca.
Golazo de
Independiente que ganaba 1 a 0.
Pero como en el fútbol, y en la vida, siempre hay que sufrir
un poco, Renzo Vera descontó de penal.
El partido terminó a eso de los 55
minutos. Grité y alenté en el final. No por el rival, no por la victoria sino
por el valor simbólico de la misma. Por no dar el gusto de agachar la cabeza y
aceptar lo sucedido, sino aprender de eso y pararse y pelearla. Como el
chiquilín, que seguramente se caerá y se levantará mil veces más.
Como
Independiente, que caerá pero se levantará siempre, y más fuerte. Porque el que
abandona no tiene precio, y eso lo sabemos de memoria.


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