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martes, 27 de diciembre de 2016

Técnicos: palabra no autorizada - Por Eduardo Verona






Por Eduardo Verona




Van y vienen los entrenadores. Giran alrededor de la ruleta del fútbol argentino. Prometen grandes producciones y hasta resultados positivos. Saben que aquello que comentan frente a las cámaras y micrófonos puede derrumbarse en un par de días. Pero parecen empujados a vender ilusiones y esperanzas. Y volver a empezar.



Prometen los técnicos como hábiles políticos en campaña electoral. Prometen buen fútbol, protagonismos, actitudes valientes, funcionamientos, presencias dominantes, presión bien alta, pelota al piso, circulación, buena dinámica, buen ritmo, llegada clara y hasta más de uno se atreve a imaginar en público resultados positivos. Expresan, en definitiva, la palabra no autorizada.



Prometen los técnicos lo que, en general, saben que no pueden garantizar. Porque en el fútbol nadie puede garantizar absolutamente nada de nada. Sin embargo venden pompas de jabón los entrenadores. Y las pompas de jabón siguen generando la avidez incontenible de los potenciales compradores.



Eso mantiene vivo al fútbol: la esperanza de un día mejor. Hace décadas esa esperanza la encarnaban con exclusividad los jugadores. De ellos era el destino del fútbol. Ahora la encarnan los técnicos. Los jugadores tienen muy poco para decir. Se repiten. Aburren. Cultivan demasiado los lugares comunes. Improvisan y repentizan en dosis mínimas igual que en la cancha.







Los entrenadores de cualquier signo y línea futbolística, en cambio, son mejores oradores. No brillantes ni muchísimo menos. Pero aún en el campo de la mediocridad inexcusable, le ponen algo de condimento a un plato que no tiene grandes misterios. El último gran misterio develado del fútbol moderno no lo gestó el Barcelona que conducía Pep Guardiola, sino aquella Holanda revolucionaria que dirigió Rinus Michels en Alemania 74, con Johan Cruyff manejando todos los tiempos, todos los ritmos y todas las pausas.



Los dirigentes, estimulados por esa corporación sinuosa de los representantes, buscan técnicos como si fueran objetos de consumo. Van por uno, se quedan con el otro. Juegan con Coudet, Cocca, Azconzábal, Holan, Méndez, Pusineri, Paolo Montero, Bernardi, Monzón, Mohamed, Burruchaga, Caruso Lombardi, Miguel Angel Russo y otros que hoy están a punto y mañana quedan fuera de competencia por detalles que nadie explica cuáles fueron. Ni tampoco interesa conocerlos.



"El único proyecto que sirve en el fútbol argentino es ganar. No existe otro proyecto. Por eso llevar grandes carpetas a los encuentros con los dirigentes no tiene ningún sentido. Es para el show y la gilada nada más. Para el circo. A nadie le importa el contenido de esas carpetas de trabajo. Si no ganás el domingo que viene, te rajan. O te vas porque no te queda otra". La observación data de 2005. Y es de Oscar Ruggeri. La vigencia de esas palabras es absoluta.



¿De qué tienen que hablar los técnicos para quedar bien parados por lo menos durante un par de semanas? De fantasías. De expresiones de deseos. De voluntarismos. De ideas que valen la pena escucharse, pero con muy poca proyección en la realidad. Esa sobreventa dialéctica suele estrellarse rápidamente. Porque lo que se dice no se plasma. Es válido como un estupendo ejercicio de autopromoción. Como una especie de curriculum inventado para ganarse un espacio.





Después, ya en el lugar de los hechos, se descubren las verdades ocultas. Lo que no hay. Lo que no puede hacerse. Lo que se había construido solo para capturar ingenuidades en nombre de grandes cambios que a veces son grandes retrocesos. ¿Estarán obligados los entrenadores a hablar olvidándose al día siguiente lo que dijeron? ¿No habrá poca memoria en los auditorios? ¿O es que nadie recuerda lo que se planteó ayer nomás a la hora de las presentaciones formales y de los primeros partidos?



Son inmensas las decepciones. Y las deserciones no son menores. Las claudicaciones intelectuales de esos protagonistas tampoco. Los técnicos siempre se dibujan como víctimas del sistema. Todos en alguna medida lo somos. Los técnicos a veces son víctimas y a veces son los victimarios.

 

Prometen que sus equipos van a jugar como el Barcelona. Y juegan como pueden. En 9 de cada 10 casos, mal. Los intérpretes no crecen. Los hinchas se desalientan. Los dirigentes no entienden, porque en general entienden poco y nada. El juego se pincha. Pero la rueda tiene que seguir girando. Es la ley, no escrita, de la vida. Es la ley, no escrita, del fútbol.  

          
   

Fuente Diario Popular

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