Por Walter Vargas
El universo del fútbol argentino está desquiciado desde hace
un buen tiempo y el de los técnicos es acorde. Por qué razón algunos andan de
club en club y a otros con igual o mayor capacidad no los llaman ni los
parientes es parte de un carnaval obsceno y brutal. Por ejemplo: ¿qué ha pasado
para que Paolo Montero se haya convertido en una figurita tan codiciada? ¿Y
Lucas Bernardi? Hasta donde sabemos sus equipos ganan un partido cada muerte de
obispo, pero se ve que debe de ser muy bueno. Casi tan bueno como su
representante.
En este contexto Ariel Holan asoma como una de las
revelaciones más firmes y más dignas. Supo ganarse un amplio crédito en el
hockey sin desconocer jamás su condición de animal futbolero y ya metido en las
arenas de la número 5 ha sembrado un
piso de respeto y seriedad. Y eso mucho más allá de su libro, de su libreto, de
la impronta presionadora y atrevida de su Defensa y Justicia.
Por cierto: observa Holan que la actualidad de Independiente
da más para un juego directo porque sus hinchas tienen poca paciencia. Muy
interesante, pero, ¿dónde estarán los hinchas argentinos que van a la cancha en
clave de budismo zen? Asistimos a los tiempos del entrenador delivery, del
crack delivery, del gol delivery. En general, el futbolero siglo XXI fantasea
con que los partidos y los campeonatos se ganan sólo por desearlo, igual de
sencillo que encargar una docena de empanadas.
La pregunta del millón cae de madura: ¿dispondrá Holan de
los intérpretes adecuados para desarrollar y consumar el fútbol en el que está
pensando? He ahí su desafío, que en algún punto no deja de ser el mismo que
tuvo Gabriel Milito.
Fuente Olé
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