Fue en pleno invierno ¿la fecha exacta? te la debo. Lo que
te voy a contar tal vez no te cambie la vida, pero a lo mejor logre sacarte una
sonrisa, quizás la misma que yo tuve cuando encontré esta foto.
Tenía alrededor de 9 años. Mi fanatismo por Independiente
era abismal, me la pasaba recortando fotos en los diarios, artículos de
pavadas, jugaba con las formaciones, con los titulares, con los suplentes, en
una fantasía futbolera que solo los fanáticos entienden.
Mis abuelos vivían en Tapiales, no los veía mucho, pero cada
vez que mi papá llamaba por teléfono de línea a mi abuelo, yo levantaba el tubo
del otro lado y le decía “Hablame de Independiente”. Mi abuelo Hugo, si bien
había sido hincha, socio y competido cuando era joven en atletismo en el club,
estaba muy desilusionado con el principio de la debacle institucional del nuevo
milenio. Pero, escucharlo hablar de Independiente a él, era para mí un momento
único. Él me contaba, junto a mi papá, de las noches de copa, del Paladar Negro,
de la doble visera, del restaurante del viejo cañón en Avellaneda. Sus
recuerdos me hacían imaginar las calles, los colores, la gente, la cancha llena
de papelitos y un equipo triunfante levantando las manos en alto y saludando al
público. Cada vez que escuchaba a mi abuelo hablar de SU Independiente de otros
años y las grandes hazañas, a mí se me iluminaban los ojos: Miceli, Cecconatto,
Lacasia, Grillo y Cruz. Después Bernao, Pastoriza, Pavoni, Santoro, Barberón,
Bochini, Bertoni, Outes…eran nombres lejanos, como sacados de un cuento de
fantasía, pero te puedo asegurar que para el chiquito futbolero que era, que me
hablen de ellos era mejor, más cercanos e interesantes que los dioses del
olimpo que tenía que estudiar para la evaluación del colegio.
Y lo más lindo de todo eso que mi abuelo me contaba de las
copas, de las jugadas de las paredes y los detalles simpáticos como “Boneco”
(el perro que llevaba el banderín cada partido y entraba con los jugadores a la
cancha) lo más lindo de ese folklore de barrio, de Avellaneda al mundo, es que
era verdad, que había sido así, que existían y eran un orgullo. También me
acuerdo de la cara larga de mi abuelo, que se ponía un poco serio y entre esos
grandes anteojos que tenía, frunciendo el ceño decía: “No es lo mismo que era
antes, el club se está cayendo. Verlo jugar es distinto, me duele, me hace
mal…ni lo pongo porque ver cómo lo están destruyendo me duele, con los gallegos
estas cosas no pasaban…”. Ya lo decía en ese entonces y…ni me quiero imaginar
lo que pensaría ahora.
El tema es que siendo un chico curioso con camiseta de
Independiente (esa con cordones que usaba hasta para dormir las noches
anteriores al partido) nunca en mi vida había pisado el estadio de
Independiente. Soñaba con ir a la cancha y por falta de tiempo, mi viejo no me
podía llevar. Mi abuelo decía “Está todo muy complicado… algún día…” como
queriendo cumplirme aquello, pero sabiendo que era más por cumplírmelo que por
ganas de ver a un Independiente que no estaba siendo el que debería ser.
En aquel entonces, por el año 2000, lo que recuerdo
vagamente es que dirigía Trossero, atajaba Mondragón, defendía un joven
mariscal Milito y en el medio estaban el Cuchu Cambiasso junto a los hermanos
Montenegro y Cascini. De delantero me acordaba de “la bruja Cachavacha” Forlán.
Si quieren que sea más prolijo, hoy gracias a internet podemos ver cómo formaba
aquel equipo que terminó segundo en el torneo: Mondragón; Ramírez, Páez,
Milito, Díaz; A. Montenegro, Cascini (Galván), Cambiasso, D. Montenegro; Marioni,
Forlán (Panchito Guerrero).
Era sábado, temprano, yo vivía en un departamento en
Acassuso, San Isidro. La noche anterior, un llamado de mi abuelo me había
dejado totalmente fascinado “Juan, mañana temprano te paso a buscar con la
abuela, te voy a llevar a conocer la cancha”. “Te voy a llevar a conocer la
cancha” ahora en este instante que escribo, todavía siento esas palabras en mis
oídos y mi cara de emoción se remonta a ese preciso momento. El salto de
alegría que pegué, la sensación inexplicable…ese sábado fui el primero en
levantarme, temprano, casi como el mismo sol. ¿Cómo sería? ¿Dónde caminaría?
Iba a ir al lugar de los gigantes, de aquellos héroes de cuento que tanto me
contaba mi abuelo. Iba a mirar los mismísimos arcos tantas veces atravesados
por una pelota, las mismas tribunas, la misma cancha.
Mi vieja lo miraba a mi papá y decía “No sé a quién sale,
encima no va a ver ningún partido, va a ver simplemente una cancha, pero está
contentísimo…eso sin dudas que no tiene precio”. Me acuerdo que llegué al auto
y mi abuelo me regaló un cuello polar rojo, me dijo “A Avellaneda siempre hay
que ir con algo rojo”. Para mí, me llevaban al mejor lugar del mundo. iba a
conocer el escenario más grande de todos.
Y ahí llegamos, a un estadio completamente vacío, claro, al
ser un sábado a las 9 de la mañana, pero lleno, lleno de historia, de olor a
laurel y a campeón. Yo corrí por los
escalones de aquella vieja y aclamada “doble visera”. Levanté la cabeza
y vi un escudo enorme en lo alto de esa cancha, que estaba ahí como mirándome y
diciendo “Es acá, acá pasó todo”. Miré ese pasto bien cuidado, esos arcos y la
línea de cal. Me quedaba enorme el estadio, como no me iba a quedar enorme. Eso
era el coliseo para mí, era la cancha del club de mis amores y era la primera
vez que ponía mi presencia en ella.
Sueño cumplido, cuento inolvidable y cierto. Podemos decir
que “Está chequeado”. Yo también fui parte de esa cancha. A lo mejor te parece
una estupidez lo que te estoy diciendo. Me dirás que estuviste ahí más de 365
días. Cada persona es una historia ¿Quién me quita lo bailado? Para mí cumplir
ese sueño de chico, tal vez simplemente porque los chicos tienen una gran
capacidad de asombro, fue un sueño hecho realidad.
Hoy mi abuelo Hugo ya no está. Se fue ya hace tiempo y me
dejó de herencia el cariño por este club, que por pura fidelidad no cambio por
nada. Me toca hoy, con 31 años, ser parte de otra historia. ¿Me preguntas a mí
qué quiero? ¿Qué es lo que a mí me gustaría? Quiero un club del cual podamos
sentirnos nuevamente orgullosos. No quiero un club que se quede en intereses
políticos, que se venda a los primeros negocios, que tenga que rogar para que
vengan a invertir en él, a jugar en él o a dirigirlo. Ya basta de años
mediocres. Necesitamos volver a las bases para entender quienes fuimos y buscar
juntos quienes queremos ser.
A vos, que querés ser dirigente, que decís que te importa lo
que dicen los hinchas, los socios, los que se alejaron y añoran volver. A vos
te digo: devolveme la historia, devolveme la identidad de juego de
Independiente, ese sentido de pertenencia que nos hizo estar en el olimpo de
los campeones. ¡Dale! Tené coraje, poné esfuerzo, garra, laburá, despertá este
gigante dormido. Somos el orgullo Nacional, el Rey de Copas, el más grande de América.
La historia, no solo las hazañas, sino la que le vas a contar a tus hijos y a
tus nietos, te exige estar a la altura en estos tiempos.
Fuente Orgullo Rojo