A casi 5 años de su salida de Independiente repasa su lucha
contra los barras y analiza las miserias que rodean a la pelota. Admite que
fracasó y cuenta detalles escalofriantes.
Javier Cantero, el ex presidente de Independiente, en
Clarín. (MARCELO CARROLL)
Atendió el teléfono y del otro lado encontró la voz de una
mujer que se presentó y enseguida le dijo el motivo del llamado.
—Cantero, se la van a dar.
No era una amenaza. Tampoco era uno de esos encuentros cara
a cara con los barras que ya se habían vuelto cotidianos para él. Era
información. Verídica o no, pero información. La mujer lo citó en un bar. Y el
hombre escuchó lujos y detalles de cómo iban a matarlo.
—Al principio no sabía bien qué hacer, uno no está
acostumbrado a recibir un llamado así. Estaba decidido a ir pero antes se lo
comenté a Arietto (Florencia, en ese tiempo jefa de Seguridad en
Independiente). Y ella estuvo bien, me dijo "primero hagamos la denuncia".
Entonces le hice caso, me tomaron la denuncia y después fui al bar a ver a esta
mujer. Me cablearon todo. Así escuchaban la conversación desde afuera. Y bueno,
esta mujer me dijo que su hermano estaba preso, que desde la cárcel hablaba con
barras de Independiente para organizar todo... Y bueno, me dio detalles: me
dijo que lo haría la barra de River, que iban a cruzarme un auto a la noche
cuando volviera a mi casa, que la barra de Independiente al mismo tiempo iba a
mostrarse en algún lugar público para marcar que no habían sido ellos...
—¿Y después?
—Después los investigadores chequearon y era verdad que su
hermano estaba preso, era verdad que Bebote se comunicaba con él. Todo cerraba.
Yo no sé si la señora estaba loca, pero a partir de ahí empecé a tener custodia
constante. Hasta que en un momento dejé también al policía porque me generaba
dudas. No por el pobre hombre, pero sí por la institución policial: a ver si
querían mis horarios, lo que hacía, lo que no hacía...
—¿Cómo es vivir con esa desconfianza?
—Yo siempre iba al club con mi auto, un Peugeot 206, y lo dejaba en una cochera a la vuelta de la sede, en la avenida Belgrano. Tenía que llegar antes de las 10 de la noche, que cerraba. Un día fui a buscarlo y en la oscuridad me aparecieron 30, 40 tipos. Se me venían todos. Lo hicieron para asustarme, obviamente. Yo veía sólo el humo de los cigarrillos. Y apareció Loquillo, uno de los barras que quedó cuando se fue Bebote. Yo pensé que terminaba la noche en el hospital. Se me acercó mucho, cara a cara. Le sentía el olor a cigarrillo, estábamos ahí como dos novios. Y a mí me salió la gallegada y lo enfrenté. Le dije “¿quién sos vos? Traeme a tu jefe”. Y fue lo peor que podía haberle dicho. Se sacó la remera y ahí sí pensé que me iba al hospital. En realidad lo hacía para mostrarme los tiros, los puntazos que tenía en el cuerpo. En ese momento se descuidó, me metí adentro de la cochera y pude entrar al auto. Cuando salí ya no estaban. Ese día no paré en ningún semáforo desde Avellaneda a Gutiérrez. Estaba muy cagado.
—¿Cómo vivía su familia todo esto?
—Lo sufrieron mucho. El día del escándalo en la asamblea, con los sillazos y toda la barra en el club, yo llegué a mi casa muy mal: escupido, orinado, sin los celulares. Estuve como dos horas incomunicado, nadie sabía dónde estaba. Ellos la pasaban muy mal.
—¿Extraña algo del fútbol?
—No, nada. Estoy mucho más tranquilo. Sigo viendo los partidos por televisión. No quiero ir a la cancha por si mi presencia genera algún tipo de disturbio. Después de los 60 uno se vuelve más sabio: disfrutó la vida en familia, con mi mujer, mis hijos y mis nietos.
El 23 de abril de 2014 Javier Cantero bajó los brazos. En el
retrovisor quedaban los careos con Bebote en el prime time televisivo, las
sillas revoleadas en la asamblea, el golpe irreparable del descenso a la B
Nacional, los escombros de una economía saqueada en el club durante años. Y un
mandato que fue de mayor a menor, que fue perdiendo apoyo genuino de hinchas,
dirigentes y autoridades al compás de los malos resultados deportivos. El
embudo llegó hasta un punto límite: mientras él acompañaba al plantel en la
derrota ante Crucero del Norte por la B Nacional, un grupo de barras rodeaba la
casa en la que estaba su familia en Berazategui.
Son varios los que le dijeron que luce más joven ahora que cuando era el presidente de Independiente. Sigue trabajando como consultor en la empresa HYTSA. Disfruta de su esposa, sus tres hijos y sus cinco nietos. Va desde su oficina en el centro porteño a su casa en Gutiérrez. Lleva casi cinco años sin desconfiar de todo el mundo en cada semáforo.
—¿Cambió algo en el vínculo entre los dirigentes y los barras o sigue todo igual?
—Hubo algún dirigente que intentó avanzar en ese sentido y que tuvo inconvenientes: recuerdo al presidente de Temperley, Hernán Lewin, que lo intentó. Pero han cambiado cosas, en Superliga, en la AFA y también cambió el Gobierno. Algunas cosas no son como antes: hoy el derecho de admisión lo aplica el Estado y no los clubes. Antes yo tenía que mandar una lista con el detalle de las personas que no podían entrar. Que lo haga el Estado es una ayuda muy importante. Y la ley que quieren tratar es interesante: tipificar la figura del barrabrava penalmente. Pero para los dirigentes no es fácil ir contra los barras, los entiendo. Más aún teniendo en cuenta cómo me fue a mí.
Fuente Clarín
Publicó Independiente Sin Censura
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.