Por Lucas Campos
Ardizzone, siempre sabio, dijo que a la muerte habría que
matarla. A veces, cuando sobran las palabras, callar no viene mal, aunque esta
vez, el mejor silencio fue un homenaje de aplausos y dos gritos de gol con los
cuales, seguramente él, en el cielo de los nuestros, se haya levantado de la
silla para besar la camiseta y festejar la vuelta al triunfo.
Independiente entra caminando por el medio de la cancha, en
un camino que se volvió sinuoso, peligroso, con la necesidad de victorear.
Entonces, el capitán Uruguayo levanta las manos a ese cielo de los nuestros y somos nosotros y ellos, Unión y nosotros. 9 minutos después, fuimos todos los que nos paramos y lo aplaudimos a él.
Entonces, el capitán Uruguayo levanta las manos a ese cielo de los nuestros y somos nosotros y ellos, Unión y nosotros. 9 minutos después, fuimos todos los que nos paramos y lo aplaudimos a él.
El Rojo, de a poco, intenta recuperar esa dinámica que lo
caracterizó. Pablo Pérez que se enoja hasta con el enojo mismo, que lo mira a
los ojos al impresentable de amarillo y le dice que acá, en Avellaneda, no se
haga el vivo. Es amonestado pero le da el golpe de valor que el plantel
necesitaba.
El resto del partido ya lo saben. Mi amigo, a mi lado,
insistía en que se necesitaba un delantero en el cual descansar.
Se cansó de decirme que muchas veces, la mayoría de la gente no se equivoca cuando pide a un jugador, y se disparó para arriba cuando Domingo corrió 40 metros para decirle al entrenador que él es el mejor volante central que tiene Independiente.
Se cansó de decirme que muchas veces, la mayoría de la gente no se equivoca cuando pide a un jugador, y se disparó para arriba cuando Domingo corrió 40 metros para decirle al entrenador que él es el mejor volante central que tiene Independiente.
El gol de Gaibor se festejó en todos lados. Mirando más
profundo, un pibe fana del Rojo entonó ese canto de fútbol y de amor, de
festejo y de bronca, por la irresponsabilidad de los que deben tener
responsabilidad y se llevan vidas a cambio de billetes.
El partido ya se había terminado, me quedé unos minutos más
en el estadio luego de que todos lo habían desalojado.
Una cancha, de noche y vacía es como cuando uno se despide del mar en un atardecer ya oscuro, solitario y lleno de nostalgia, con el ruido de las olas que susurran que te esperarán de nuevo.
Como a Emi, lo esperaremos toda la vida, porque siempre, cada vez que Independiente haga un gol, habrá un buen delantero gritando y corriendo contento, en el cielo de los nuestros.
Una cancha, de noche y vacía es como cuando uno se despide del mar en un atardecer ya oscuro, solitario y lleno de nostalgia, con el ruido de las olas que susurran que te esperarán de nuevo.
Como a Emi, lo esperaremos toda la vida, porque siempre, cada vez que Independiente haga un gol, habrá un buen delantero gritando y corriendo contento, en el cielo de los nuestros.
Fuente De la Cuna al Infierno
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