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jueves, 1 de marzo de 2018

Y un grito de corazón




Por Christian Alonso

Siete años pueden parecer una eternidad, pero depende para qué: tal vez estos siete años sin logros se alargaron más de la cuenta y la Sudamericana llegó un poco tardía. O 

Quizás estos siete largos años desde el 2010 se volvieron muy extensos por las penurias y catástrofes en las que se sumergió (o mejor dicho, las incapacidades dirigenciales sumergieron) a Independiente.

Siete años, exactos siete años de diferencia entre una Sudamericana y la otra. Los que peinan canas deben tragar saliva al saber que lo más festejado por esta generación fue lo más marginado en décadas anteriores por ser “un trofeo de segunda”, “la Copa de los perdedores” o “el premio consuelo para los que no pueden lograr jugar la verdadera competencia”.

No es un capricho o algo inventado: Los dos últimos logros internacionales del club fueron esos. Y los amigos millennials nos aferramos con uñas y dientes a ello, no solo porque es tal vez lo único que logramos ver, sino también porque ambos trofeos significaron de catapulta para que el Rojo vuelva a su verdadero amor: la Copa Libertadores.

Y si, siete años después.

Llamativamente en este periodo, Independiente no pudo clasificarse por si sólo a la competencia (de hecho, en 2012 y con Américo Gallego en el banco, el equipo peleaba por la permanencia en primera división y se jugaba la chance de clasificarse a la próxima Libertadores mientras disputaba la Sudamericana, pero se quedó en las puertas, como ocurrió con la bendita Liguilla 2015 y el empate insólito con Lanús en 2017). Acá millennials y señores comparten el sentimiento: No jugar la Copa, para Independiente, es muy doloroso. Y ver desde afuera a otros equipos que hacen sus primeros pasos por el continente, lo es más.

El Rojo sabe que ese es su lugar en el mundo Su competencia por excelencia. La chica que nadie saca a bailar (o mejor aún: la chica que rechaza a todos los que la sacan a bailar porque su pareja está llegando al boliche).

Tal es así que, al escuchar un silbato en Brasil, ese que hacía a Tagliafico alzar sus manos con nuestra última gran hazaña, el grito de campeón por 17ma vez a nivel internacional se combinó de manera inmediata con un abrazo interminable entre 5.000.000 de hinchas y un grito de corazón “Lo único que quiero es ver al Rojo campeón de la Libertadores”.

Si, siete años después. Sepan entender la expectativa que eso nos genera.


Fuente Orgullo Rojo

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