La hacía de trapo, la arrugaba, la dejaba tan chiquita que
ya no se veía. Así era Alberto Lalín, el gran insider derecho de Independiente
retirado prematuramente. Un perfil de primera mano por su amigo Borocotó y tres
fotos incunables.
Con Lalín somos contemporáneos y ya se imaginaran cuanto
gravitan recuerdos comunes, como se reviven charlas lejanas en el café del
Centro Gallego y los vagabundeos por calles dormidas de Avellaneda cuando Alberto se iba consolando de su
prematuro y obligado alejamiento del fútbol. Eran días en que al llegar a casa
no nos preguntaban: “¿Qué hora es? ¿Estas son horas de venir?”. Porque mamá, a
lo sumo recomendaba: “Cuidate tenés que descansar. Mirá que el hijo de
doña Ramona…”. Siempre hubo un hijo de
alguna doña que bebió las noches de punta a punta y se marchó antes de tiempo.
Después nos casamos y comenzaron a preguntarnos por la hora…
Lalín tenía 15 años y era hincha de Racing. Como tal, fue a
probarse en una quinta división. En cuanto la tuvo en sus pies le llovieron
pedidos del pase. Lalín no la largaba. Hacía música con ella. Entre un mar de
patas la sacaba a flote para que no se le ahogara. La hacía respirar, y de
nuevo a la danza. Cuando terminó la prueba y esperaba una impresionante
felicitación, le dijeron: “Vos no servís”. Y lo echaron.
La fotografía más conocida de Lalín posando para la tapa de
El Gráfico.
¡Ah! ¿Sí?... ¿Qué no servía? ¡Pobres de ellos y de Racing!
Pidió puesto en el club rival y le hicieron sitio en una quinta. A la mañana
jugaba por los rojos… y a la tarde iba a ver a los blanquicelestes. Pero en
1921 llegaron empatados en la final de cuarta. Primer match con tiempo
suplementario y empate; segundo con suplementario y empate; tercero… hasta el
suplementario. Faltaba un minuto y medio cuando el juez Lorenzo Martínez cobró
jugada peligrosa. No valía gol directo. Los pibes no lo sabían. Se ejecutó el
shot, pasó una cabeza por el camino y gol. El juez señaló el centro de la
cancha y la cuarta de Racing se clasificó campeona. Desde ese día Alberto Lalín
fue de Independiente y a los 19 años ascendió a primera. Encontró en su punta a
un símbolo: Zoilo Canaveri; en la opuesta, una corrida y un shot que sacudía la
red: Raimundo Orsi. En el centro, Ravaschino, y cuando volvió Manuel Seoane se
completó la línea histórica. En 1926 el equipo fue campeón invicto con tan sólo
cuatro empates.
¿Cómo jugaba Lalín? A jugar. Ravaschino y él bajaban y la
traían cortita buscando la punta de lanza, Seoane, o cortando a la izquierda
para la entrada de Mumo Orsi, o entregándosela a Zoilo para el centro académico
medido a la cabeza del “negro”. Pero Lalín la jugaba demasiado, como en aquella
prueba en la quinta de Racing. El fútbol era su vida; el fútbol y no el score.
El fútbol era arte, exhibición de habilidades, un contrapunto guitarreado.
–Lalo: cortámela que yo entro y hago gol –le rogaba Seoane
en el intervalo de un partido en que iban empatados con un equipo inferior.
Ruego ferviente del realizador al artista. Comenzó el
segundo tiempo, Lalín la cortó, el “negro” entró y ¡golazo! Ebrio de alegría,
corrió al encuentro del insider derecho.
–¿Viste? Me la cortaste y gol.
–Sí… pero yo no me divierto.
Eso era Alberto Lalín. Maravilloso en el dominio de pelota;
habilísimo en el pase; generoso de arte; la hacía de trapo, la arrugaba, la
dejaba tan chiquitita que ya no se veía. Y rezongón como fuelle de bandoneón y
bordoneos.
–¡Pasámela!
–Andá a trabajar… ¿Qué te crees? ¿Qué la voy a traer desde
allá abajo para que vos tires al arco?
Era el más joven de la línea… y el que terminó antes. En
1929, jugando un partido en Salto, la traía y la bailaba. Fue a girar… y los
tapones del zapato izquierdo quedaron adheridos en el terreno. Giró la rodilla.
Y comenzó su odisea. Descanso, consultorios, consejos, tiempo… En 1931 jugó
contra River y volvió a caer. Tenía 24 años. Llegó al bisturí del doctor
Ricardo Finochietto, quien lo operó y lo estimuló, pero a los dirigentes les
dijo:
–Llegó muy tarde.
1934. La hija de Lalín señala al papá en una foto del
Independiente campeón invicto de 1926. Alberto ya estaba retirado. (Foto:
Garabito)
A fines de 1933 volvió a vestir de corto en un match en
Santa Fe. Todos eran a augurarle un retorno exitoso. Lalín sabía que era la
última vez. Y se fue.
No se podía conformar. EL fútbol era su vida. Sufrió de
insomnio y lo acompañé muchas noches a vagar por calles desiertas de
Avellaneda. A los años, un día me confesó:
–Me refugio en mi hijita. Es mi consuelo.
Borocotó (1954).
Fuente El Gráfico
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