Por Eduardo Verona.
La resistencia del técnico de Independiente, Jorge Almirón,
para incluir como titular a Sebastian Penco, en realidad es una circunstancia
que atravesó históricamente a goleadores de todos los calibres que lidiaron con
entrenadores que los postergaron. El mote de "troncos" se estrelló
ante la evidencia de los goles irrefutables.
Lo resistió hasta
donde pudo Daniel Passarella a Gabriel Batistuta en la Selección nacional. De
hecho, no lo convocó para las eliminatorias durante un año. Hasta que no lo
pudo postergar más y en el Mundial de Francia 98, le dio una plaza como
titular. ¿Qué era lo que no le cerraba a Passarella sobre las condiciones
futbolísticas de Batistuta? Según el pensamiento del Kaiser, le rompía los
circuitos. Y por eso prefería a Hernán Crespo, más activo para tocar y
descargar.
Lo mismo pensaba
Jorge Valdano, en funciones junto con Angel Cappa como dupla técnica del Real
Madrid, respecto a Iván Zamorano. Especialmente, Valdano, le criticaba a
Zamorano su escasa capacidad para moverse fuera del área rival. Pero finalmente
el goleador chileno terminó ganando esa disputa y convenciendo a fuerza de
goles a los entrenadores argentinos. Con el tiempo, Valdano reconoció que, en
primera instancia, se había equivocado con Zamorano. Y lo reivindicó.
Viajando en el
tiempo, más precisamente en 1965, el técnico de River, Renato Cesarini, no
quería en el plantel a ese monstruo del gol que fue Luis Artime. Ese
especialista extraordinario que era Artime vivía por y para el gol. Y los hacía
en cantidades. Pero Cesarini prefería un punta con menos gol y más juego.
Artime tuvo que buscar otros horizontes. Y en el arranque de 1966 fue
transferido a Independiente, salió goleador, campeón del Nacional 67 con un
equipo espectacular y después continuó su brillante carrera en Palmeiras,
Fluminense y Nacional de Montevideo, dónde se consagró campeón de la Copa
Libertadores e Intercontinental en 1971.
Más cerca en el
tiempo, más precisamente en el Apertura del 96, el Flaco Menotti dirigía a
Independiente (salió subcampeón detrás de River) y José Luis Calderón no
formaba parte de los titulares que de mitad de campo hacia arriba integraban
Molina, el Toro Acuña, Cascini, Burruchaga, Matute Morales y Pancho Guerrero.
Calderón, otro protagonista destacado del gol, no estaba separado del plantel,
pero se sentía relegado. A 4 fechas del cierre del torneo, Menotti, buscando
más agresividad ofensiva, reemplazó a Molina por Calderón para jugar ante
Lanús. Caldera le pagó con 2 goles decisivos que fueron el anuncio de otros goles
que llegaron en continuado y que relanzaron la carrera de Calderón.
Estos 4
antecedentes (los casos de Batistuta, Zamorano, Artime y Calderón) en distintos
tiempos históricos sirven para enfocar los problemas que suelen padecer los
goleadores clásicos. Los de élite, los muy buenos, los buenos y los mediocres.
Todos ellos sufrieron, en su momento, algún tipo de descalificación. Y más de
un periodista o un técnico, los definió como "troncos". Martín
Palermo también es un caso testigo. Apenas Palermo arribó a Boca, Juan Carlos
Lorenzo lo colocó en una lista no deseada. "Es un delantero con pies de
mármol", afirmó el Toto, generando adhesiones..
Hoy, en
Independiente, está claro que Jorge Almirón no quiere a Sebastián Penco. Antes
que a Penco, prefiere a Claudio Riaño (un punta que va por afuera) o a Juan
Martín Lucero (un punta que sugestivamente no va al área). Penco es una
alternativa de máxima, como ocurrió en el 1-1 agónico ante Defensa y Justicia
cuando Almirón, ya con todos los papeles quemados, acudió al goleador faltando
apenas 23 minutos. Y Penco cumplió. Hizo el gol que hace un especialista. O un
clásico hombre de área. Tuvo determinación y agresividad para ir a buscar la
pelota del final y clavó el empate cuando ya se había consumido el primer
minuto de descuento.
Almirón está en
todo su derecho de elegir. De decidir. Y también de equivocarse. No le gusta
Penco. No le cierra su perfil. Seguramente lo ve tosco y hasta torpe cuando
sale del área para intentar conectarse con los que llegan. Y en este punto
tiene razón Almirón. Penco denuncia que la pelota le rebota demasiado. Pero en
el área, donde se cocina todo, Penco tiene el gol que a Riaño y Lucero les está
faltando.
Y este es el
capital fundamental con que cuenta Penco. Nada menos que el gol. El gol que
abrazan los goleadores, sin la intención de hacer ninguna comparación con unos
o con otros. Penco ni de casualidad trata la pelota como la trataba el Bichi
Borghi. O Andrés Silvera. Es cierto. Pero en la zona de fuego resuelve sin ortodoxias
pero con prepotencia. Quizás empujando la pelota como lo testimonió frente a
Racing en el último clásico. Quizás sin revelar jerarquía. Quizás sin expresar
con un toque que sabe elegir los palos. Pero convierte. Como ya lo hizo en la
última recta de la B Nacional , cuando Independiente estaba más cerca del arpa
que de la guitarra y Penco conquistó
goles fundamentales ante Banfield, Ferro, Douglas Haig e Instituto.
A Almirón la
especialidad de Penco le seguirá provocando resistencias. Jugará cuando
arrecian las tormentas. Es viejo el estigma de algunos goleadores. Penco tendrá
que continuar remando contra la corriente. Y cuando le den la chance de entrar,
gritar un gol. Como si fuera fácil. Y no lo es. Pero esa es su obra. Y su
pergamino.
Fuente Diario Popular
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