domingo, 3 de junio de 2012

Selección Nacional - Leo Messi enseña otro camino


Leo Messi enseña otro camino: el de la excelencia

Figura esencial de la goleada ante Ecuador, el crack rosarino no precisa la rebeldía para descubrir la ruta de la idolatría; detrás del gol y las gambetas, es un genio que reserva su encanto exclusivamente en el césped.


Por Cristian Grosso



Un festejo y la confirmación de que Leo será papá - Reuters

Desde donde se lo observe, todo lo que hace produce asombro.

No admite comparaciones ni extenderse, no se puede decir más sobre él.

Y todo lo que se ha dicho se lo merece.

Pero es imposible no volver a rendirse ante Lionel Messi.

Está alcanzando la unanimidad, con el agregado reparador de que nadie, jamás, le ha escuchado un reproche ni le ha visto un ademán de fastidio.

Su cruzada, siempre silenciosa, lleva algo quijotesco. No ha necesitado ser bravucón, transgresor, contradictorio ni rebelde, rasgos que por aquí parecen imprescindibles para hallar los atajos hacia la idolatría.

¿La fascinación debe incluir algún costado oscuro para nuestra sociedad? 

Messi enseña otro camino.

Toca la pelota y nace un murmullo. Avanza, eléctrico, dispuesto a domar todas las piernas que se le crucen, y el estadio ya lo acompaña con atronadora complicidad. En un pestañeo es capaz de convertir un vaso con agua en un tsunami. Es la excelencia de la destreza en velocidad. Antes de que comenzara el partido, el público regaló su ofrenda, confiado de que tendría devolución. "Olé, olé, olé, olé, Messí, Messí!!" Ya no lo miran con desdén. La escena se repitió varias veces, y en cada tiro de esquina que ejecutó la Pulga, el córner se iluminó con centenares de centellantes flashes.

Leo participó de los cuatro goles.

Convirtió uno, sirvió el de Higuaín y construyó el del Kun Agüero y el de Di María.

¿Jugó de? Todo. Y todo lo hizo bien, cualquiera haya sido el lugar desde el que se le ocurrió lanzarse en algunos de sus slaloms intrépidos y desequilibrantes. Recuperó, asistió y ejecutó. Messi, tantas veces acusado de traidor, y de pálido y destemplado, es mucho más que el capitán de la selección. Es el alma.

Sin él, sería un equipo en problemas.

Alejandro Sabella lo aplaude. Lo hace de pie, como debe ser, como se lo merecen aquellos arrogantes del balón y humildes en la vida. Lo aplaude, también, cuando dice lo que dice. "Leo es un jugador extraordinario. En vez de estar pensando en exigirle, hay que agradecerle que esté con nosotros. Hay que saber rodearlo para que pueda rendir en su máxima expresión", describe, analítico, el conductor, que sabe que la Pulga es líder, aún en el silencio. Es un capitán diferente, de esos que elevan la moral cuando viste su zurda, no cuando lanza gritos desatados. No sería él.

"Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar!!", coreó el Monumental cuando la última porción de la victoria ante los ecuatorianos se consumía. Nunca se había escuchado ese cantito.

Nunca.

Se sabe que Messi no tiene un don en la expresividad, pero necesitaba el cobijo popular. Merece todo el crédito cuando jura que cambiaría sus tres Balones de Oro por un título con la selección. La deuda interna le quema, tanto como lo amargaba no atrapar el afecto en su país.

"No me quieras porque gano, mejor quereme para ganar", explicó cierto día Marcelo Bielsa en Bilbao.

Vale para Messi, que finalmente siente el blindaje afectivo. El mismo Leo que ya suma 69 partidos en la selección, desde su debut en 2005.

Del actual plantel elegido por Sabella, sólo Mascherano tiene más partidos que la Pulga.

El mismo Leo, también, que atrapa el balón, luego de su conquista y la abraza en una panza imaginaria, del hijo que vendrá. Con pan, con trabajo. Con gloria.

¿Qué no se entrega en cuerpo y alma en el seleccionado? Patrañas de ciertos maliciosos. Messi siempre está. Su camiseta transpira selección, aunque su extraordinario botín impida observar qué hay detrás de su esqueleto. Leo es un artista, para las batallas que se atrevan los guerreros.

Se le nota: es feliz, aquí también. Sus socios no son Xavi, ni Iniesta.

Son otros colegas de aventuras. Con ellos, con Kun, con Pipita, también puede volar.

Ya no lo asaltan procesos melancólicos, no se encierra en su burbuja, no se pierde en un desierto. No quedan argumentos para el destrato.

Fue despellejado, calumniado y desacreditado. Hasta humillado en alguna oportunidad.

Durante mucho tiempo, muchos argentinos sometieron a Messi a pruebas que nadie podría superar.

"Les aconsejo que no le pongáis a prueba", advirtió más de una vez Pep Guardiola.

Messi es un genio que se reserva su expresividad para la cancha.




Fuente Cancha Llena

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