Leo Messi enseña otro camino: el de la excelencia
Figura esencial de la goleada ante Ecuador, el crack
rosarino no precisa la rebeldía para descubrir la ruta de la idolatría; detrás
del gol y las gambetas, es un genio que reserva su encanto exclusivamente en el
césped.
Por Cristian Grosso
Un festejo y la confirmación de que Leo será papá - Reuters
Desde donde se lo observe, todo lo que hace produce asombro.
No admite comparaciones ni extenderse, no se puede decir más sobre él.
Y todo
lo que se ha dicho se lo merece.
Pero es imposible no volver a rendirse ante
Lionel Messi.
Está alcanzando la unanimidad, con el agregado reparador de que
nadie, jamás, le ha escuchado un reproche ni le ha visto un ademán de fastidio.
Su cruzada, siempre silenciosa, lleva algo quijotesco. No ha necesitado ser
bravucón, transgresor, contradictorio ni rebelde, rasgos que por aquí parecen
imprescindibles para hallar los atajos hacia la idolatría.
¿La fascinación debe
incluir algún costado oscuro para nuestra sociedad?
Messi enseña otro camino.
Toca la pelota y nace un murmullo. Avanza, eléctrico,
dispuesto a domar todas las piernas que se le crucen, y el estadio ya lo
acompaña con atronadora complicidad. En un pestañeo es capaz de convertir un
vaso con agua en un tsunami. Es la excelencia de la destreza en velocidad.
Antes de que comenzara el partido, el público regaló su ofrenda, confiado de
que tendría devolución. "Olé, olé, olé, olé, Messí, Messí!!" Ya no lo
miran con desdén. La escena se repitió varias veces, y en cada tiro de esquina
que ejecutó la Pulga, el córner se iluminó con centenares de centellantes
flashes.
Leo participó de los cuatro goles.
Convirtió uno, sirvió el
de Higuaín y construyó el del Kun Agüero y el de Di María.
¿Jugó de? Todo. Y
todo lo hizo bien, cualquiera haya sido el lugar desde el que se le ocurrió
lanzarse en algunos de sus slaloms intrépidos y desequilibrantes. Recuperó,
asistió y ejecutó. Messi, tantas veces acusado de traidor, y de pálido y
destemplado, es mucho más que el capitán de la selección. Es el alma.
Sin él,
sería un equipo en problemas.
Alejandro Sabella lo aplaude. Lo hace de pie, como debe ser,
como se lo merecen aquellos arrogantes del balón y humildes en la vida. Lo
aplaude, también, cuando dice lo que dice. "Leo es un jugador
extraordinario. En vez de estar pensando en exigirle, hay que agradecerle que
esté con nosotros. Hay que saber rodearlo para que pueda rendir en su máxima
expresión", describe, analítico, el conductor, que sabe que la Pulga es
líder, aún en el silencio. Es un capitán diferente, de esos que elevan la moral
cuando viste su zurda, no cuando lanza gritos desatados. No sería él.
"Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a
dar!!", coreó el Monumental cuando la última porción de la victoria ante
los ecuatorianos se consumía. Nunca se había escuchado ese cantito.
Nunca.
Se
sabe que Messi no tiene un don en la expresividad, pero necesitaba el cobijo
popular. Merece todo el crédito cuando jura que cambiaría sus tres Balones de
Oro por un título con la selección. La deuda interna le quema, tanto como lo
amargaba no atrapar el afecto en su país.
"No me quieras porque gano,
mejor quereme para ganar", explicó cierto día Marcelo Bielsa en Bilbao.
Vale para Messi, que finalmente siente el blindaje afectivo. El mismo Leo que
ya suma 69 partidos en la selección, desde su debut en 2005.
Del actual plantel
elegido por Sabella, sólo Mascherano tiene más partidos que la Pulga.
El mismo
Leo, también, que atrapa el balón, luego de su conquista y la abraza en una
panza imaginaria, del hijo que vendrá. Con pan, con trabajo. Con gloria.
¿Qué no se entrega en cuerpo y alma en el seleccionado?
Patrañas de ciertos maliciosos. Messi siempre está. Su camiseta transpira
selección, aunque su extraordinario botín impida observar qué hay detrás de su
esqueleto. Leo es un artista, para las batallas que se atrevan los guerreros.
Se le nota: es feliz, aquí también. Sus socios no son Xavi,
ni Iniesta.
Son otros colegas de aventuras. Con ellos, con Kun, con Pipita,
también puede volar.
Ya no lo asaltan procesos melancólicos, no se encierra en su
burbuja, no se pierde en un desierto. No quedan argumentos para el destrato.
Fue despellejado, calumniado y desacreditado. Hasta humillado en alguna
oportunidad.
Durante mucho tiempo, muchos argentinos sometieron a Messi a
pruebas que nadie podría superar.
"Les aconsejo que no le pongáis a
prueba", advirtió más de una vez Pep Guardiola.
Messi es un genio que se
reserva su expresividad para la cancha.
Fuente Cancha Llena
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