Messi, en la conferencia de prensa donde anunciaron que no
hablarían más con la prensa. Foto: Archivo
Por Diego Latorre
Habló Lionel Messi , anunció el cierre de la comunicación de
los jugadores de la selección con la prensa y, quizás sin darse cuenta, abrió
al mismo tiempo la caja de los truenos. Porque sacó a la luz un debate latente
desde hace tiempo: las verdaderas consecuencias que el triunfo del gran negocio
del fútbol tiene sobre todos los que de alguna manera participamos de él.
Cuando la pelota pasó de las canchas a los escritorios la
industria necesitó que el fútbol se convierta en un modelo de negocio destinado
a producir héroes y fracasados, un modelo que ha deshumanizado el juego,
quitándole sus valores esenciales.
El resultado fue la banalización del deporte y del
deportista y su espejo más evidente son esos espacios de televisión y radio que
no difieren en casi nada de los que ya existían para temáticas distintas al
fútbol. Con ellos surgieron personajes funcionales al sistema, periodistas
carnívoros que para entretener -y para alimentar la necesidad de vender de las
empresas para las que trabajan- no dudan en incluir en su repertorio toda una
vorágine de difamaciones, mentiras y denigraciones.
Por supuesto, en algunos casos los protagonistas también
contribuyen. Esos programas se construyen con la complicidad de futbolistas y
técnicos. Nada hay más seductor para un jugador que la fama. No es el fin que
se persigue cuando uno sueña con llegar a Primera, pero lo acompaña, y de esa
manera y sin darse cuenta uno empieza a colaborar con la banalización. Lo digo
por experiencia propia.
La convivencia entre jugadores y periodistas (no hay
"periodismo" sino hombres y mujeres que lo ejercen de manera
individual) nunca fue fácil. Como la educación no es una virtud en sí misma
sino un privilegio al que no todo el mundo puede acceder, el futbolista mira
con desconfianza a una persona mejor preparada y con mayor formación académica,
la percibe como una amenaza. Siempre fue así, solo que ahora el negocio ha
intoxicado hasta la destrucción las relaciones entre el hincha y el jugador, el
hincha y el periodista, el periodista y el jugador; incluso entre el jugador y
el juego.
Nunca antes se había criticado al futbolista con la
vehemencia actual -que no abarca solo lo deportivo-; nunca antes había existido
tanta intolerancia del hincha con su equipo. Lejos de ser gratuita, esta conducta
produce daños colaterales: jugadores indiferentes, un público con pasión
desmedida y unos medios desesperados en vender su producto. Así, lo que fue un
juego competitivo se transformó en una carnicería en la que las partes, como es
natural, ya no se soportan más.
Es dentro de este contexto que debe interpretarse la
decisión de Messi y sus compañeros. Ellos entienden que si han perdido finales
y acumulado frustraciones no fue por falta de temperamento o rebeldía sino por
simples factores del juego. Y desde esa mirada entiendo su punto de hartazgo
con los agravios recibidos.
Esos mensajes perniciosos, del tipo "No sienten la
camiseta", "Son millonarios precoces", "Se van a Europa y
no les interesa nada", han impregnado al público. Hoy, en el imaginario
popular argentino el jugador debe bancarse todo por ser exitoso. Como si
tuviera que pagar un impuesto por ser quién es; como si detrás no hubiese
talento, méritos, esfuerzo y dedicación.
Los futbolistas son una parte muy ínfima del gran negocio, y
también el eslabón más débil y menos preparado para defenderse. Entonces es
comprensible que puedan reaccionar como lo hicieron si se sienten solos,
desprotegidos y maltratados.
En definitiva, llevan muchos años asistiendo a un doble
juego facilista. Saben mejor que nadie que si el fútbol argentino está
destruido no es por un penal fallado. No fueron Messi y sus amigos los que se
llevaron el botín que había en la AFA . Sin embargo, para el periodista plegado
a la industria el gran traidor es quien se pierde un gol en una final, no los
saqueadores de arcas.
Imagino transitoria la medida tomada por los jugadores. Pero
nos sirve a todos para sincerarnos y reflexionar sobre lo que pretendemos. Si
la respuesta es un fútbol más sano y transparente tendríamos que pensar qué
podemos hacer como consumidores para generar un cambio. Porque al buen fútbol,
para que sobreviva como producto, lo construimos entre todos.
Fuente Cancha Llena
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