Por Nahuel Lanzillotta
Fue una Pascua sin convencimiento y sin huevos para un
Independiente que no pudo en su cancha con el último de su zona. El Rojo carece
de ideas y ya no muestra la intensidad del inicio de la era Tevez.
Lejos de ser de resurrección, el domingo de Pascuas para
Independiente fue de crucifixión. Preso de sus limitaciones futbolísticas y
mentales, el Rojo apenas consiguió un empate agónico ante un rival visiblemente
inferior como Atlético Tucumán, que es el único que aún no ganó en lo que va de
la Copa de la Liga. Carlos Tevez no logra que sus muchachos se muestren
convencidos de lo que juegan y sigue acumulando magros resultados. Quedó al
borde del precipicio.
Desde el primer minuto el conjunto visitante dejó ver sus
falencias. Era visible la endeblez de un elenco que había llegado a Avellaneda
envuelto en dudas. Pero se terminó volviendo al Norte con un punto y muchas más
certezas. Los jugadores de Atlético perdían cada pelota dividida y en el uno
contra uno. La resistencia era muy floja y todo quedó rápidamente en manos del
dueño de casa, como era de esperar.
El problema más grave de Independiente fue que nunca asumió
ese rol protagónico. Una vez más cayó en las garras del miedo escénico. Daba la
sensación que si apretaba el acelerador, el Diablo podía llevárselo por delante
al Decano. Pero eso no sucedió porque Independiente jamás se percató de que tenía
la llave del partido. Y si se percató, peor aún, nunca supo qué hacer.
Con nada, literalmente, Atlético lo vulneró en una jugada de
tres toques en la que un pase al medio desde la izquierda terminó con el gol de
Bajamich ante una suma de distracciones de una defensa que marcó en cámara
lenta.
Nuevamente, el planteo inicial de Tevez no funcionó.
Carlitos buscó darle continuidad a lo bueno de Alex Luna y de Javier Ruiz
contra Laferrere por la Copa Argentina, algo positivo. Por este motivo lo dejó
a Lucas González, recuperado de un golpe en un pie, en el banco. Y puso a
Ignacio Maestro Puch por un bajo Alexis Canelo, en el ataque.
Lo más llamativo fue el posicionamiento de Federico Mancuello como volante derecho en el 4-1-3-2 que dispuso el Apache. Mancu nunca sintió ese lugar de la cancha y por naturaleza tendió a tirarse al medio. Así, se encimaba demasiado con Ruiz, que no se abría por la derecha para rotar y generar sorpresa. Por eso, a Mauricio Isla le faltó mayormente un socio por ese costado.
Otra cuestión fue la soledad de Iván Marcone en el círculo
central. El capitán no estuvo asistido por nadie para la recuperación. Y, si
bien está en un muy buen nivel en 2024, Marcone no puede hacer todo y en la
noche del domingo quedó muy solo en la contención, dejando al equipo quebrado
en dos. Tevez intentó remendar esto en el segundo tiempo con los cambios,
aunque ya la premisa era la de tirarse de cabeza al empate, con más fuerza que
ideas, y eso dejó al Rojo jugado en el fondo. Por caso, los tucumanos tuvieron
un par de chances de contragolpe para liquidarlo.
Otra curiosa decisión fue la de sacar a Gabriel Avalos en el
entretiempo para meter a Saltita. El guaraní no había tenido casi situaciones
de peligro (apenas un cabezazo en el final de la primera parte) por la pobre
producción colectiva. Pero su presencia siempre es intimidante para la defensa
de enfrente y sacar a un goleador cuando se busca imperiosamente revertir un
resultado no deja de llamar la atención.
Todos estos constantes cambios de un partido al otro y
dentro de un mismo encuentro atentan contra la construcción de un
convencimiento sobre una idea. Independiente no es un equipo convencido. Carece
de convicción. No tiene en claro a qué tiene que jugar. Y, para colmo, ya no
demuestra la intensidad que tenía en las primeras presentaciones del semestre
pasado cuando llegó Carlitos. Una Pascua sin huevos y sin fútbol.
Fuente Infierno Rojo
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