Por Nahuel Lanzillotta
Sin un centrodelantero de referencia natural, el DT de
Independiente trata de encontrar la mejor forma para alimentar un ataque sin
profundidad ni peso. ¿Cómo lo hizo ante Boca?
Independiente quedó huérfano de goles. El padre de los
gritos contra el arco rival partió de repente a Brasil y Eduardo Domínguez se
agarró la cabeza. La salida de Silvio Romero le profundizó los problemas en un
plantel muy corto para la triple competencia. Y más allá de que llegaron
delanteros como los Leandros, Fernández y Benegas, ninguno presenta las
características de un centrodelantero artillero. Por eso, el DT rojo trata de
rebuscárselas para maquillar la anemia ofensiva. Una tarea para nada sencilla.
Se habló, en la previa del clásico con Boca que terminó 2-2,
de un posible cambio de esquema que no fue tal. Amagó a jugar con un 4-2-2-2,
que finalmente, a la hora del pitazo inicial, terminó siendo un clásico 4-3-3.
Lo que sí cumplió Domínguez fue la salida de Fernández, que en las primeras
fechas no logró imponer su juego en la zona de fuego.
Para ello, apeló a lo que se llama “falso 9”, con el Colombiano
Andrés Roa en esa función engañosa.
Roa comenzó posicionado en el centro del ataque, con Damián
Batallini y Gastón Togni como extremos. Sin embargo, el mediocampista cafetero
no jugó de centroatacante definido. Nunca fue un faro de referencia; más bien
se movió un tanto más retrasado, detrás de la medialuna. Desde allí buscó
asociarse con sus laderos, que tampoco se quedaban quietos.
Las posiciones fueron rotando para que Boca no tuviera
referencia de las marcas. Por momentos, Togni pasaba a ocupar el lugar del “9”,
Batallini aparecía por la izquierda y Roa se corría hacia el costado derecho.
Luego volvían al parado inicial. La idea era marear al equipo de Sebastián
Battaglia, que tuvo problemas para resolver la salida desde el fondo ante la
presión local.
Ese fue uno de los puntos altos de Independiente en la
tormentosa noche sabatina: la intensidad para ahogar a su adversario con el
trabajo de sus delanteros. Los extremos encima de los centrales xeneizes, Roa
sobre Campuzano y se adelantaban los laterales, Alex Vigo y Lucas Rodríguez,
para tomar a los laterales de Boca. De este modo, Domínguez pudo neutralizar la
construcción del juego azul y amarillo y los rivales debían apelar al pelotazo
para saltar las líneas, algo que afectaba a sus volantes.
Sin embargo, toda esta planificación no le resolvió al
técnico del Rojo las falencias ofensivas. Le falta peso en el área,
profundidad. La presencia de un nueve neto, por caso, le dio a Boca la chance
de adelantarse en el marcador sin hacer mucho para merecerlo. Además del
primero de penal, Darío Benedetto se lució con una aparición letal para el 2-1
provisorio sobre el final de la primera etapa. Un centrodelantero con olfato
marca la diferencia, no hay dudas.
Del lado de Independiente eso estuvo y seguirá estando
ausente. En el complemento, Domínguez puso todo al asador: entraron Fernández y
debutó Benegas, que se paró como delantero de área. Lean Love se recostó sobre
la izquierda. Más tarde, ya con uno más por la expulsión de Fabra, entraron
Alan Soñora, Rodrigo Márquez y Tomás Pozzo.
A puro empuje y ya bajo una lluvia demencial que dificultaba
la visión y el juego, Independiente pudo volver a doblegar a Boca. Lo había
igualado en la primera etapa de pelota parada. Y en el segundo tiempo lo empató
ya definitivamente con una buena movilidad de sus hombres: centro de Rodríguez
por abajo desde la izquierda, Benegas arrastró la marca de Izquierdóz en el
primer palo y Soñora apareció como un fantasma por la espalda de Marcos Rojo
para hacer su gol.
Un gol bien de nueve, en un equipo sin nueve que trata de
rebuscárselas para maquillar una ausencia pesada que es clave si se quiere
apuntar a dar una pelea seria en alguna competencia.
Fuente Infierno Rojo
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