Independiente no logra hacer pie y perdido en sus altibajos
sigue inmaduro en la Copa de la Liga Profesional.
El Rojo de Domínguez es capaz de allanarle todos los caminos
al rival para que lo vulnere, pero también demuestra coraje para no entregarse
y revertir la historia. Mientras no se estabilice, seguirá lejos de ser
confiable.
El vaso medio lleno: Independiente tiene pulso, tiene
sangre, está vivo. Cuando se come un piñón, lejos de rendirse, se levanta y va.
Como puede. A veces a los tumbos; a veces con algo de fluidez y algunas ideas
que asoman. Pero va. Reacciona y devuelve el golpe. Lo hizo contra Boca dos
veces. Y lo hizo en Mendoza, tres veces. No es algo menor. Son partidos que en
otros tiempos no muy lejanos se perdían. Es la largada de una carrera que tiene
todo el 2022 por delante, aunque esta Copa de la Liga Profesional no permite
tanto margen. Pero el Rojo está dispuesto a hacer frente, eso está claro.
El vaso medio vacío: Independiente todavía no arranca.
Después de cinco fechas sigue buscando su juego. Insinúa una idea. La de
presionar. La de intentar ser protagonista y ofensivo. Pero se quedó ahí, en
una mera insinuación que le permite a los rivales animársele y mandarse para
lastimar a un mediocampo inseguro y una defensa lenta y endeble. Cada vez que
lo atacan, sufre.
No se planta con firmeza y su círculo central es una
invitación a entrar para viajar sin escala hacia el área de Bacchia.
La realidad de Independiente se puede mirar de diferentes
modos. Pero no es una o la otra. Son ambas, es ese vaso medio lleno y medio
vacío que no termina de convencer a nadie. Que por momentos entrega señales
desde el corazón, con un fútbol liderado por la valentía más que por la
creatividad. Y que en muchos otros lapsos se pierde en un mar de
inconsistencias que lo vuelve demasiado vulnerable ante los avances ajenos.
Independiente es ese capaz de dejar espacios inocentes entre
la línea de volantes y sus defensores para que sean ocupados vorazmente por los
rivales que aprovechan y castigan, como lo hizo Godoy Cruz. El problema no es
únicamente la defensa; la cuestión comienza más arriba. El medio de tres
hombres lejos está de funcionar como una barrera de contención. La espalda de
Lucas Romero queda abierta de par en par. Y el peligro acecha en cada pelota
perdida.
Por sus horrores en el retroceso, Independiente se vio tres
veces abajo en el marcador en tierra cuyana. Y otras dos veces se salvó porque
Tomás Badaloni no tuvo la puntería fina. Domingo Blanco acusó la falta de
ritmo, Carlos Benavídez estuvo mejor en ataque que como rueda de auxilio, y
Barreto e Insaurralde quedaron al descubierto.
Pero Independiente también es el mismo que es capaz de
empatar el partido tres veces. Así y todo, con sus falencias, con su carencia
para encontrar sociedades, lo logró. Los cambios de Eduardo Domínguez ayudaron.
El ingreso, sobre todo, de Leandro Benegas le dio otro peso a una delantera sin
un nueve definido. A falta de fútbol, bienvenidos los goles de pelota parada.
Claro que tendrá que trabajar mucho para que esa no sea su única vía de acceso
al arco de enfrente, pero mientras pueda exprimir esa herramienta, que lo haga.
Así, perdido en sus vaivenes, el elenco de Avellaneda exhibe
una ciclotimia que no lo deja hacer pie ni ser regular. Necesita estabilizarse,
acomodarse táctica y conceptualmente el Diablo de Domínguez para que sus
virtudes no queden tapadas por sus horrores.
Fuente Infierno Rojo
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