Silvio Romero y Hugo Moyano, cuando el clima era otro.
Por Diego Macias
La crisis excede las complicaciones económicas que trajo el
Covid_19. Los cruces son duros y si no se sientan a negociar rápido puede ser
peor.
Cuando una persona se va de un trabajo, la responsabilidad
de todos los males que aparecen tras su salida suelen, medio en broma y medio
en serio, adjudicársela a ese que se fue. Con la pandemia, ocurre algo
parecido. Las deudas de diciembre, enero y febrero no pueden estar metidas en
la misma bolsa. Los jugadores de Independiente, con Silvio Romero a la cabeza,
son claros y dicen reclamar lo que les deben a ellos hasta que se desató el
virus. Acá el problema es la bicicleta financiera eterna con la que viven
muchos -no sólo el Rojo- en el fútbol argentino.
En marzo planearían pagar diciembre y calmaban ánimos, y así
dilataban el conflicto hasta que quizá llegaban a una situación en la que les
reconocerían la deuda en una venta o en una futura libertad de acción. Al
estilo argentino. El Covid-19 rompió ese círculo vicioso.
Del otro lado, los jugadores se encuentran con la respuesta
de que cobran mucho y que están de vacaciones hace un año. Y con un golpe bajo
comparándolos con los maestros. Supongamos que se llegue a la conclusión de que
los sueldos están por encima de lo lógico, que son exorbitantes. ¿Qué obligó a
los dirigentes a firmarles los contratos con esos salarios, premios y
cláusulas? Y si lo cerraron con otra administración, ¿qué esperan para
renegociar?
En definitiva, en su interior, el plantel de Independiente
sabe que puede perder algo. Pero se imagina y parece aceptar que eso ocurra, o
al menos se discuta, a partir de la pandemia, y no un descuento por cuarentena
retroactiva. Las instituciones que llegaron al caos del coronavirus con el agua
hasta el cuello son las que, obviamente, tendrán que hacer un mayor esfuerzo
para evitar hundirse.
De ambos lados, dirigentes y en especial jugadores con
sueldos más altos, deberán ceder. Sin diálogo, sin puentes de negociación,
estarán más cerca de recibir un ancla que un salvavidas.
Fuente Olé
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